IX

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DARIA Alexándrovna, cubierta la cabeza con un pañuelo y rodeada de los pequeños bañistas se acercaba ya a la casa, cuando el cochero se detuvo y gritó:

—He ahí un caballero que viene a nuestro encuentro; debe de ser el dueño de Prokróvskoe.

Con la mayor alegría, Dolli reconoció, efectivamente, el paletó gris, el sombrero de anchas alas y el rostro amigo de Lievin; la agradaba siempre verlo, pero se regocijó particularmente aquel día, por hallarse un poco arreglada y con sus hijos, pues Konstantín podía comprender mejor que nadie la causa de su contento.

Al divisarla, Lievin creyó ver la imagen de la felicidad familiar íntima que tantas veces había soñado.

—Parece usted una gallina con sus pollitos —dijo a Dolli.

—¡Cuánto me alegra verlo a usted! —replicó esta, ofreciéndole la mano.

—¡Contenta, y no me decía usted nada! —repuso Lievin—. Tengo a mi hermano en casa, y por Stiva he sabido que se hallaba usted aquí.

—¿Por Stepán? —preguntó Dolli, con asombro.

—¡Sí, me escribió diciéndome que estaba usted en el campo, y piensa que se me permitirá servirla en cualquier cosa!

Al pronunciar estas palabras, Lievin se turbó, y andando junto al vehículo, arrancaba a su paso ramitas de tilo para morderlas; reflexionaba que a Dolli le parecía sin duda penoso ver a un extraño ofrecerle el auxilio que debía recibir de su marido. En efecto, la manera de Stepán Arkádich de encargar sus asuntos personales a terceros desagradaba a Dolli. Inmediatamente comprendió que Lievin lo entendía. Era precisamente por esa capacidad de entender, por su tacto y delicadeza por lo que lo apreciaba Dolli.

—He supuesto —dijo Lievin— que era una manera delicada de manifestarme que me vería usted con gusto, y me ha conmovido verdaderamente. Imagino que a usted, acostumbrada a la ciudad, le parecerá el país muy salvaje; y de todos modos, si puedo servirla en alguna cosa, le ruego que disponga de mí.

—¡Mil gracias! —contestó Dolli—. Al principio hemos tropezado con muchos inconvenientes; pero ahora todo va bien, —gracias a mi buena servidora Matriona Filimónovna.

Esta última saludó a Lievin al oír pronunciar su nombre, pues lo conocía bien y pensaba que sería muy buen partido para su señorita.

—Tome usted asiento con nosotras —dijo la sirvienta—; nos estrecharemos un poco.

—No, prefiero seguirlos a ustedes a pie. ¡Niños! ¿Quién quiere echar unas carreras conmigo contra los caballos?

Los niños conocían poco a Lievin, y no recordaban bien cuándo lo habían visto, pero no les inspiraba desconfianza. A veces se riñe a las criaturas porque no son amables con las personas mayores; pero si se muestran así es porque el niño de más limitada inteligencia no se deja engañar por una hipocresía que con frecuencia escapa al hombre más penetrante, en este punto su instinto es infalible. Ahora bien: aunque Lievin tuviera defectos, nadie podía acusarlo de falta de sinceridad; y así es que los niños participaron de los buenos sentimientos que el rostro de su madre expresaba. Los dos mayores contestaron a la invitación, corriendo a reunirse con Lievin; Lilí quiso ir también, y Konstantín la colocó sobre sus hombros y comenzó a correr, gritando a la madre:

—No tema usted nada, Daria Alexándrovna, que va bien segura.

Y al ver el aplomo de los movimientos de Lievin, Dolli no experimentó la menor desconfianza.

Konstantín se hacía tan criatura como las que llevaba, con tanto mayor gusto cuanto que Dolli le inspiraba una verdadera simpatía. Le agradaba a la madre ver a su amigo en tan buena disposición de espíritu, y le complacía que divirtiera a sus hijos y a la señorita Hull con la cual hablaba en su rudimentario inglés.

Después de comer, y cuando estuvieron solos en el balcón, se trató de Kiti.

—¿Sabe usted ya —dijo Dolli— que vendrá a pasar el verano conmigo!

—¿De veras? —contestó Lievin, ruborizándose; pero al punto cambió la conversación y repuso—: Voy a enviar a usted dos vacas, y si se empeña absolutamente en pagar, y no se avergüenza por ello, dará cinco rublos al mes.

—Le aseguro a usted que no es necesario, pues podemos arreglarnos muy bien.

—En tal caso, permítame al menos examinar sus vacas y el alimento que les dan.

Y para no reanudar la espinosa conversación que tanto deseaba, expresó a Dolli todo un sistema sobre la alimentación de las vacas, sistema que las convertía en simples máquinas para transformar el forraje en leche. Mientras hablaba, ansiaba conocer nuevos detalles sobre la vida de Kiti y al mismo tiempo temía perder la tranquilidad que tanto trabajo le había costado adquirir.

—Tal vez tenga usted razón —dijo Dolli—; pero todo eso exige cierta vigilancia que yo no puedo ejercer.

Como ya se había restablecido el orden en la casa, Dolli no tenía el menor deseo de hacer cambios, y, por otra parte, los conocimientos científicos de Lievin eran para la buena señora tan sospechosos como dudosas sus teorías. El sistema de Matriona Filimónovna era incomparablemente más sencillo, pues se reducía a dar mayor cantidad de heno a las dos vacas de leche e impedir que el cocinero llevase los restos de la cocina a la vaca de la lavandera. Lo que Dolli quería era hablar de Kiti.

Ana Karenina (Vol. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora