XIV

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AL acercarse a San Petersburgo, Alexiéi Alexándrovich tenía ya trazada la línea de conducta que debía observar con su esposa, y hasta había ideado también la carta que se proponía escribirle. Al entrar en su casa dirigió una ojeada a los papeles depositados en la portería, y dio orden para que los llevaran a su despacho.

—Que desenganchen y que no se reciba a nadie —dijo al portero, recalcando sus últimas palabras con una especie de satisfacción, indicio evidente de que se hallaba en las mejores condiciones de espíritu.

Llegado a su despacho, Alexiéi Alexándrovich, después de dar dos o tres vueltas, haciendo crujir las falanges de sus dedos, se detuvo delante de su mesa, donde su ayuda de cámara acababa de encender seis bujías; se sentó, tocó sucesivamente varios objetos, y con la cabeza inclinada comenzó a escribir, después de reflexionar un momento. Prefirió servirse del idioma francés, sin poner nunca el nombre de Anna, y empleó la palabra «usted», por juzgarla menos fría y solemne que en ruso.

En nuestra última entrevista manifesté a usted que le comunicaría mi resolución sobre el asunto de que hablamos; y después de reflexionar maduramente, voy a cumplir mi promesa. He aquí lo que he determinado: cualquiera que fuese la conducta de usted, no me reconozco el derecho de romper lazos que una autoridad suprema consagró. La familia no debe estar a la merced de un capricho, de un acto arbitrario, como lo es el delito de uno de los cónyuges; y, por tanto, nuestra vida no se debe alterar. Conviene que sea así en beneficio mío, de usted y de su hijo. Estoy persuadido de que ya se arrepiente del hecho que me obliga a escribir esta carta, y confío que me ayudará a extirpar en su raíz la causa de nuestra diferencia, olvidando el pasado. En el caso contrario, debe usted comprender lo que espera a usted y a su hijo. Cuando volvamos a vernos, supongo que podremos hablar detenidamente. Como la estación de verano toca a su fin, le agradeceré que vuelva a la ciudad lo más pronto posible, antes del martes, pues ya se habrán adoptado todas las medidas necesarias para el cambio de domicilio. Ruego a usted observe que doy mucha importancia al cumplimiento de mis deseos.

A. Karenin


P. S.—Acompaño con esta carta el dinero que ahora podrá usted necesitar.

Alexiéi Alexándrovich releyó su carta y quedó satisfecho, y la idea de enviar dinero le pareció feliz; no había escrito ni una sola palabra dura ni hecho la menor reprensión, pero tampoco manifestaba debilidad; llenaba el objeto esencial, y ponía un puente de oro para que su esposa volviese. Después de doblar la carta, la alisó con una gruesa plegadera de marfil, la introdujo en el sobre con el dinero y tiró de la campanilla.

—Entregarás esta carta al correo para que la lleve mañana a Anna Arkádievna —dijo al criado que se presentó.

—Está muy bien. ¿Se ha de traer el té a vuecencia aquí?

Alexiéi Alexándrovich contestó afirmativamente y se acercó el sillón, colocado junto a una mesa, en la cual se veía un quinqué y un libro francés. El retrato de Anna, obra notable de un pintor célebre, realzado por su marco, estaba suspendido sobre aquel sillón, y Alexiéi Alexándrovich fijó en él su mirada. Los ojos impenetrables de la imagen le contestaron con otra llena de ironía, casi insolente; todo parecía serlo en aquel magnífico retrato, desde el encaje que adornaba la cabeza y el negro cabello hasta la blanca y admirable mano, llena de sortijas. Después de contemplar la imagen durante algunos minutos, se estremeció, sus labios temblaron y apartó la vista con una exclamación de disgusto. Se sentó, abrió el libro y trató de leer, pero ya no encontró el interés que le había inspirado aquella obra, relativa al descubrimiento de inscripciones antiguas; sus ojos miraban las páginas y su pensamiento estaba en otra parte. Sin embargo, no le preocupaba su esposa, sino cierta complicación sobrevenida recientemente en asuntos importantes relacionados con su servicio. Se juzgaba más dueño de la cuestión que nunca, y sin vanidad podía confesarse que la concepción germinada en su espíritu facilitaba el medio de resolver todas las dificultades, y se veía en vísperas de obtener una victoria sobre sus enemigos prestando un gran servicio al estado, lo cual le engrandecería a los ojos de todos.

Cuando Alexiéi Alexándrovich estuvo completamente solo, se acercó a su mesa, buscó la cartera de los asuntos corrientes, cogió un lápiz y se absorbió en la lectura de los documentos relativos a la dificultad que le preocupaba, con una imperceptible sonrisa de satisfacción. El rasgo característico de Alexiéi Alexándrovich, que lo distinguía especialmente y había contribuido a su renombre, al menos tanto como su ambición obstinada, su moderación y honradez, era un absoluto desprecio a la documentación oficial, y su firme empeño en disminuir las escrituras inútiles, para despachar los negocios rápida y económicamente. Sucedió que en la célebre comisión del 2 de junio, habiéndose suscitado la cuestión de crear regadíos en la provincia de Zaráisk, que correspondía al servicio de Alexiéi Alexándrovich, se tuvo un ejemplo notable de los pocos resultados obtenidos por los gastos y correspondencias oficiales. Esta cuestión databa del predecesor de Alexiéi Alexándrovich, y al entrar este en el ministerio quiso dirigir el asunto por su mano; pero, no hallándose en un terreno bastante sólido al principio, reconoció que resentiría los intereses de muchas personas si no procedía con discernimiento; más tarde, preocupado con otros muchos negocios, olvidó aquel. La irrigación del gobierno de Zaráisk seguía, entretanto, su curso como antes, es decir, por la simple fuerza de la inercia; muchas personas seguían aprovechándose de esto, y entre ellas una familia muy respetable, cada una de cuyas hijas tocaba un instrumento de cuerda (Alexiéi Alexándrovich había sido padrino de boda de una de ellas). Los enemigos del ministerio se hicieron un arma de este asunto, y censurándolo por él con tanta menos razón cuanto que había otros análogos en todos los ministerios y en el mismo caso. Como le arrojaban el guante, lo recogió sin vacilar, exigiendo el nombramiento de una comisión extraordinaria para estudiar la situación de la minorías étnicas, asunto que, promovido en el comité del 2 de junio, fue apoyado enérgicamente por Alexiéi Alexándrovich, con el carácter de urgente. Le siguieron los más vivos debates entre los ministerios, y el que era hostil al señor Karenin probó que la posición de estos pueblos era floreciente, y que si algo había que lamentar debía atribuirse tan solo al descuido con que el ministerio de Alexiéi Alexándrovich hacía observar las leyes. Para vengarse, Karenin pensaba exigir: primero, la formación de un comité encargado de estudiar en el terreno la situación de las poblaciones extranjeras; segundo, instituir una nueva comisión científica, en el caso de ser verdaderos los datos oficiales sobre dicha situación, a fin de averiguar las causas de tan triste estado de cosas desde el punto de vista político, administrativo, económico, etnográfico, material y religioso; y tercero, pedir un informe al ministerio sobre las medidas adoptadas durante los últimos años para evitar las deplorables condiciones impuestas a las minorías étnicas, exigiéndose además una aclaración sobre el hecho de haber obrado en contradicción con la ley orgánica y fundamental.

El rostro del señor Karenin se coloreó al escribir rápidamente algunas notas para su uso particular; cuando hubo llenado una cuartilla, envió al criado con una esquela para el jefe de la chancillería, a fin de que le facilitaran algunos datos que necesitaba; se levantó después y comenzó a pasear por la habitación, fijando a veces la vista en el retrato con una sonrisa de desprecio. Al cabo de un rato cogió su libro, y entonces la lectura le pareció tan interesante como la víspera. Cuando se acostó, a eso de las once, y hubo repasado en su memoria, antes de dormir, los sucesos del día, no los vio bajo el mismo aspecto desesperado.

Ana Karenina (Vol. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora