EN los primeros días de junio la anciana Agafia Mijaílovna que hacía las veces de ama de gobierno, bajó al sótano con un puchero de setas que acababa de salar, resbaló en la escalera y se dañó la muñeca. Sin pérdida de tiempo, se fue a buscar al médico del distrito, joven estudiante muy hablador, que acababa de terminar sus estudios. Examinó la mano, y asegurando que no había ninguna dislocación, aplicó unas compresas. Durante la comida, orgulloso por hallarse en compañía del célebre Koznyshov, se extendió en la narración de todas las intrigas del distrito; y a fin de poder emitir sus ideas avanzadas, se quejó del mal estado de las cosas en general.
Serguiéi Ivánovich lo escuchó con atención, y animado por la presencia de un nuevo oyente, habló mucho e hizo observaciones muy exactas y oportunas que el joven apreció con respeto, retirándose cuando hubo terminado la comida.
Los dos hermanos volvieron a quedar solos, y entonces Serguiéi Ivánovich cogió una caña de pescar para ir a distraerse un rato; se hubiera dicho que se envanecía mostrando que podría divertirse con un pasatiempo tan pueril. Konstantín quería ir a vigilar los trabajos y examinar las praderas, por lo cual ofreció a su hermano conducirlo en cabriolé hasta el río.
Era el periodo de verano en que ya se marca la cosecha y en que comienzan las preocupaciones de la sementera siguiente. Las espigas formadas ya, pero aún verdes, se balanceaban al soplo del viento; la avena brotaba con irregularidad en los campos, donde se había sembrado tarde; el alforfón cubría ya vastos espacios; y el olor del estiércol diseminado en montones en los campos se mezclaba con el perfume de las hierbas, que se extendían como un inmenso mar. Este periodo del año era la calma que precede a los trabajos de la siega, al poderoso esfuerzo impuesto todos los años al campesino. La cosecha prometía ser magnífica y a los días largos y claros correspondían noches cortas con abundante rocío.
Para llegar a las praderas era preciso atravesar el bosque, cuya espesura agradaba mucho a Serguiéi Ivánovich al pasar por allí; este señaló a su hermano un añoso tilo a punto de florecer; pero a Konstantín no le gustaba hablar de las bellezas naturales ni tampoco oír ensalzarlas, porque las palabras, según decía, echaban a perder las mejores cosas. Se contentó, pues, con aprobar lo que su hermano le manifestaba, y concentró su atención en un campo en barbecho que se hallaba a la salida del bosque. Los carros llegaban en fila; Lievin los contó y quedó muy satisfecho del trabajo que se hacía; pero al punto le preocupó la grave cuestión de la siega, que para él tenía la mayor importancia. Poco después detuvo el caballo, porque las hierbas altas y espesas estaban cubiertas de rocío; pero Serguiéi Ivánovich, temiendo mojarse los pies, rogó a su hermano que lo condujera en cabriolé hasta el sitio donde se pescaban las percas. Konstantín accedió, aunque sintiendo pisar aquel hermoso prado, cuyas blandas hierbas rodeaban los pies de los cuadrúpedos, dejando caer sus simientes bajo las ruedas del pequeño vehículo.
Serguiéi Ivánovich fue a sentarse junto a la orilla del agua y lanzó su sedal: no cogió nada, pero tampoco se aburría, y parecía estar de muy buen humor.
Al atravesar el prado, Konstantín Lievin encontró a un viejo con un ojo hinchado que llevaba una colmena de abejas.
—¿Qué hay, Fomich? ¿Ya es hora de empezar la siega? —preguntó.
—Nosotros creemos que hay que esperar hasta San Pedro. Usted siempre empieza antes. La hierba es buena. ¡Que Dios le ayude!
—Y el tiempo, ¿qué te parece?
—De Dios depende.
Lievin se acercó a su hermano. No conseguía pescar nada, pero conservaba su buen humor. Lievin vio que su hermano tenía ganas de hablar. Sin embargo, él quería volver a casa y dar las órdenes pertinentes respecto al comienzo de la siega.
—Volvamos —dijo.
—¿Qué prisa tienes? Siéntate. ¡Pero si estás empapado! Aunque no consigo pescar nada, se está bien aquí. ¡Qué encanto el de este río de acero! Estas orillas cubiertas de hierba me recuerdan una adivinanza: La hierba dice al agua: Nos tambaleamos, nos tambaleamos...
—No la conozco —respondió sin ganas Lievin.
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Ana Karenina (Vol. 1)
Historical FictionAna Karenina es la historia de una pasión. La protagonista, que da nombre a la obra, es un personaje inquietante y fascinador por la intensidad de su vida. Tolstoi, buen psicólogo y conocedor del mundo que le rodea, abre la intimidad de Ana y traza...