ERAN más de las cinco. A fin de no faltar a la cita, y para no ir con sus caballos, conocidos de todo el mundo, Vronski utilizó el vehículo de Yashvin y dio orden al cochero de apretar el paso; era un carruaje de cuatro asientos, y Vronski se instaló cómodamente, apoyando los pies en la banqueta.
La idea de que había restablecido el orden en sus negocios, la amistad del general y sus palabras lisonjeras, y, por último, la seguridad de ver a Anna dentro de poco, le comunicaba una alegría que lo hizo sonreír; se pasó la mano por la contusión recibida la víspera, y respiró con fuerza.
«¡Qué bueno es vivir!», se dijo, recostándose en el fondo del coche con las piernas cruzadas.
Y la plenitud de vida que experimentaba en aquel momento le hacía agradable hasta el dolor ocasionado por su caída en las carreras.
Aquel claro y frío día de agosto, que tan dolorosamente impresionó a Anna, lo estimulaba y lo excitaba.
Todo cuanto veía a las últimas claridades en aquella atmósfera pura le parecía fresco y alegre; los tejados de las casas, donde se reflejaban los rayos del sol poniente; los contornos de las empalizadas que flanqueaban el camino; el follaje de los árboles y el verdor del césped; los surcos de los campos labrados, donde se proyectaban sombras oblicuas; todo, en fin, contribuía a embellecer el paisaje.
—¡Más deprisa, más deprisa! —dijo al cochero, alargándole por la ventanilla del coche un billete de tres rublos.
El auriga castigó los caballos, y el vehículo rodó con redoblada rapidez por la uniforme superficie de la calzada.
«¡Solo necesito esa felicidad! —pensó, representándose a Anna tal como la viera la última vez—. Cuanto más la veo, más la amo... ¡ah!, ya veo el jardín de Wrede. ¿Dónde estará Anna? ¿Por qué me ha escrito dos palabras en el billete de Betsi?»
Pensaba en esto por primera vez, pero no tenía tiempo para reflexionar. Antes de llegar a la avenida mandó al cochero parar, y se apeó sin que el vehículo se detuviera. Al entrar en la casa no vio a nadie; pero después divisó en el parque a Anna, que tenía el rostro cubierto con el velo; la reconoció en el andar, por la forma de los hombros y su tocado especial, y sintió como una corriente eléctrica circular por todo su cuerpo. Su alegría de vivir se comunicaba a sus movimientos y su respiración.
Una vez reunidos, Anna cogió la mano de Vronski.
—Supongo —dijo— que no te enojará mi llamamiento. Necesitaba verte a toda costa —añadió con cierto aire severo, que hizo perder al punto su alegría a Vronski.
—¡Yo enojarme! Pero ¿por qué estás aquí?
—Poco importa —repuso Anna, cogiendo del brazo a Vronski—; ven, es preciso que hablemos.
El conde comprendió que ocurría algún incidente y el encuentro romántico no iba a ser agradable. En su presencia perdía su propia voluntad por lo cual, sin comprender la causa, sintió que se le comunicaba la angustia de Anna.
—¿Qué hay? —preguntó, estrechándole el brazo y procurando leer en su semblante.
—No te he dicho ayer —replicó Anna, después de dar algunos pasos y deteniéndose de pronto— que al volver de las carreras con Alexiéi Alexándrovich le he confesado todo..., que le he dicho que no podía ser ya su esposa...; en fin, todo.
Vronski escuchaba atento, inclinado sobre Anna, como si hubiera querido dulcificar la amargura de aquella confidencia; pero cuando hubo hablado, se irguió altiva y severa.
—Sí, sí —dijo—; eso era mil veces mejor, y comprendo lo que has debido sufrir.
Anna no escuchaba, tratando solo de adivinar los pensamientos de su amante. ¡Podría ella imaginar que la expresión de sus facciones revelaba la primera idea que habían despertado las palabras que acababa de oír, el duelo que creía inevitable! Jamás lo hubiera creído Anna, y la interpretación que dio al cambio de fisonomía de Vronski fue muy distinta.
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Ana Karenina (Vol. 1)
Historical FictionAna Karenina es la historia de una pasión. La protagonista, que da nombre a la obra, es un personaje inquietante y fascinador por la intensidad de su vida. Tolstoi, buen psicólogo y conocedor del mundo que le rodea, abre la intimidad de Ana y traza...