VII

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SE oyeron pasos cerca de la puerta, y Betsi, persuadida de que vería entrar a Anna, miró a Vronski; este última miraba también, y su rostro expresaba una mezcla singular de alegría, de ansiedad y de temor. Se levantó lentamente de su asiento, y en el mismo instante se presentó Anna. Después de cruzar el corto espacio que la separaba de la dueña de la casa, con aquel paso rápido, ligero y decidido que la distinguía de todas las demás mujeres de la sociedad, con la mirada fija en Betsi, fue a estrechar su mano; después saludó con una sonrisa a Vronski, que hizo una profunda reverencia, ofreciendo a la dama una silla.

Anna inclinó ligeramente la cabeza y se ruborizó con expresión de enojo; algunas personas se aproximaron para darle la mano, y a todas las recibió con la sonrisa en los labios.

—Ahora vengo de casa de la condesa Lidia —dijo a Betsi—. Hubiera querido verla antes, mas no me ha sido posible porque estaba allí sir John, que es muy interesante.

—¡Ah, el misionero!

—Sí; ha referido hechos curiosos sobre su vida en las Indias.

La conversación, interrumpida por la llegada de Anna, vaciló de nuevo como la luz de una lámpara que está a punto de extinguirse.

—¡Sir John!

—Sí, yo lo he visto; habla muy bien. Vlásieva está prendada de él.

—¿Es cierto que la más joven de los Vlásieva se casa con Tópov?

—Se afirma que es cosa decidida.

—Me extraña que los padres consientan.

—Es un casamiento por amor, según dicen.

—¿Por amor? —preguntó la embajadora—. ¿De dónde toma usted esas ideas tan antediluvianas? ¿Quién habla de esa pasión en nuestros días?

—¡Ah!, esa pasión tan ridícula y antigua se encuentra diariamente —dijo Vronski.

—Tanto peor para aquellos que la experimenten; en materia de matrimonios felices, no conozco sino aquellos que se efectúan por razón y conveniencia.

—Sí, pero ¿no sucede a menudo que esos matrimonios de razón quedan reducidos a la nada, precisamente a causa de esa pasión que usted desconoce?

—Entendámonos, lo que se llama casamiento de razón es aquel que se efectúa cuando las dos partes han conocido ya bien el mundo. El amor es un mal que se ha sufrido como la escarlatina.

—En tal caso, sería prudente servirse de un medio artificial para inocularlo, a fin de preservarse como de la viruela.

—En mi juventud estuve enamorada de un sacristán —dijo la princesa Miagkaia—, y quisiera saber si esto me ha favorecido.

—No, hablando con franqueza, creo que para conocer bien el amor es preciso, después de haberse engañado una vez, poder reparar el error.

—¿Hasta después del casamiento? —preguntó la embajadora, sonriendo.

—Nunca es tarde para enmendarse —dijo el diplomático, citando un proverbio inglés.

—Precisamente —interrumpió Betsi—; engañarse primero para entrar en lo verdadero después. ¿Qué dices a esto? —añadió, interrogando a Anna, que escuchaba la conversación con una sonrisa.

Vronski la miró, esperando su respuesta con ansiedad; cuando hubo hablado, respiró como si se librara de un peligro.

—Creo —dijo Anna, jugando con un guante— que si hay tantas opiniones como cabezas, también se encontrarán tantas maneras de amar como corazones.

Ana Karenina (Vol. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora