VENÍA a buscarte —dijo Petritski, entrando en la habitación—; tu balance ha durado mucho hoy. ¿Está ya al corriente?
—Sí —contesto Vronski, sonriendo solo con sus ojos y atusándose las puntas del bigote con tanto cuidado, como si cualquier movimiento más atrevido y brusco pudiera destruir el orden en que había dejado sus asuntos.
—Cuando sales de esos balances se diría que acabas de tomar un baño. Acabo de ver a Gritska (así llamaban al coronel de su regimiento), y me ha dicho que te esperan.
Vronski miraba a su compañero sin contestarle, porque su pensamiento no estaba allí.
—¡Ah! —exclamó de pronto, escuchando el aire bien conocido de las polcas y valses de la música militar, que se oía a lo lejos—. En su casa será donde hay música. ¿Qué fiesta es?
—La llegada de Serpujovskói.
—No lo sabía —repuso Vronski, cuyos ojos brillaron con más viveza.
Había resuelto sacrificar su ambición a su amor y ser feliz; de modo que no podía resentirse de que el general no hubiese ido a verlo aún. Serpujovskói era su buen amigo, y Vronski se alegró al oír de él.
El coronel Diomin ocupaba una casa señorial enorme. Todos estaban en el amplio balcón de la planta baja. Lo primero, que vio Vronski, fueron los cantantes del regimiento, que permanecían en pie en el patio, alrededor de un pequeño barril de vodka; en el primer escalón del terrado, el coronel y sus oficiales gritaban con fuerza, dominando su voz los acordes de la música, y daba órdenes a un grupo de soldados que con algunos suboficiales se acercaban al balcón al mismo tiempo que Vronski.
El coronel, que había vuelto a la mesa con una copa de champaña en la mano, pronunció el brindis siguiente.
—A la salud de nuestro antiguo compañero e intrépido general príncipe Serpujovskói. ¡Hurra!
Detrás del coronel iba el general, también con una copa en la mano.
Vronski no lo había visto hace tres años. Le pareció más varonil, se había dejado crecer las patillas, pero seguía igual de esbelto, y sorprendía no tanto con su belleza, sino con el aspecto tierno y noble de sus facciones y su figura. El único cambio que observó Vronski fue esa aureola, tranquila y persistente, que adquieren los rostros de aquellos que han triunfado y además son conscientes de que los demás no ignoran su éxito. Vronski conocía esta aureola, y inmediatamente la vio en el rostro del general.
Al bajar la escalera, el general vio a Vronski, y una sonrisa de alegría iluminó su rostro, hizo una señal con la cabeza, levantando su copa, y le envió un saludo afectuoso.
—Me alegro de verte —gritó el coronel—, pues Yashvin aseguraba que estabas estos días de mal humor.
En aquel momento se acercó el general a Vronski.
—¡Celebro mucho verte! —exclamó, estrechándole la mano y separándose de los demás.
—Cuídese usted de ellos —gritó el coronel a Yashvin.
Y bajó para hablar a los soldados.
—¿Por qué no fuiste ayer a las carreras? —preguntó Vronski al general—. Esperaba verte allí.
—Llegué demasiado tarde..., dispénsame —añadió, volviéndose hacia un ayudante de campo. Y sacando de su cartera tres billetes de cien rublos, le dijo—: Distribúyase eso de mi parte.
—Vronski, ¿quieres comer o beber? —preguntó Yashvin.
—¡Hola!, que traigan algo al conde, y entre tanto bebe esto.
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Ana Karenina (Vol. 1)
Historická literaturaAna Karenina es la historia de una pasión. La protagonista, que da nombre a la obra, es un personaje inquietante y fascinador por la intensidad de su vida. Tolstoi, buen psicólogo y conocedor del mundo que le rodea, abre la intimidad de Ana y traza...