XIII

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EXCEPTO sus familiares, nadie sospechaba que Alexiéi Alexándrovich, aquel hombre frío y reflexivo, fuese presa de una debilidad que estaba en contradicción absoluta con la tendencia general de su naturaleza. No podía ver llorar a un niño o una mujer sin alterarse; el ver las lágrimas lo trastornaba, y hasta perdía el uso de sus facultades. Sus subordinados lo sabían tan bien, que juzgaban necesario advertírselo a las solicitantes para no comprometer su demanda, por haber dado origen a un acceso de sensibilidad. «Se incomodará y no seréis escuchados», les decía siempre. En efecto, la perturbación que las lágrimas producían en Karenin se traducía por una cólera agitada: «Nada puedo hacer por usted —contestaba Karenin en semejante caso—; sírvase retirarse».

Cuando al volver de las carreras Anna le hubo confesado sus relaciones con Vronski, y cubriéndose el rostro comenzó a sollozar, Alexiéi Alexándrovich, aunque irritado contra su esposa, no pudo menos de experimentar una profunda perturbación; y para evitar toda señal exterior, trató de reprimir su emoción, permaneciendo inmóvil sin mirar a su esposa, con una rigidez mortal que llamó mucho la atención de Anna.

Al acercarse a la casa hizo un gran esfuerzo para bajar del coche y separarse de su esposa con la acostumbrada cortesía, y solo dijo algunas palabras insignificantes, resuelto a no tomar ninguna determinación hasta el día siguiente.

Las palabras de Anna habían confirmado sus peores sospechas, y el daño que le hicieron, agravándose con las lágrimas, era verdaderamente cruel; pero una vez solo en el coche, Alexiéi Alexándrovich se sintió aliviado de un gran peso, pareciéndole que ya no pesaban sobre él las dudas, ni los celos, ni la piedad. Experimentaba la misma sensación del hombre que, aquejado de un fuerte dolor de muelas, se hace arrancar la que está dañada, y aunque el dolor es terrible, siente después un consuelo y alivio indecibles. El dolor que había emponzoñado su vida tan largo tiempo no existía ya; en el futuro le sería dado pensar, hablar e interesarse en otra cosa que no fuese su mal.

Alexiéi Alexándrovich había experimentado un sufrimiento singular y terrible; pero ya estaba concluido, y en adelante podría pensar en otra cosa que no fuera su mujer.

«Es una mujer perdida —se decía—, sin honor, sin corazón y sin religión; siempre lo pensé así, y solo por compasión a ella he tratado de hacerme ilusiones.»

Y Karenin creía sinceramente haber sido perspicaz, recordando diversos detalles del pasado, en otro tiempo inocentes a sus ojos, y que ahora le parecían otras tantas pruebas de la corrupción de Anna.

«He cometido un error —se decía— al unir mi existencia con la suya, pero mi error no ha tenido nada de culpable, y por consiguiente, no debo ser desgraciado; la culpable es ella, y cuanto la toque no me concierne ya, pues para mí ha dejado de existir...»

No se interesaba en las desgracias que pudieran recaer sobre su hijo, para el cual cambiaban también sus sentimientos del mismo modo; lo importante era salir de aquella crisis de una manera juiciosa, cómoda y, por tanto, justa, lavando el cieno con que Anna lo había manchado, y sin que se resintiera su vida, honrada, útil y laboriosa.

«¿He de ser yo desgraciado —pensaba— porque una mujer despreciable haya cometido un delito? Todo se reduce a encontrar una salida de la difícil situación en que me ha puesto. Y la encontraré. No soy el primero ni el último que se halla en semejante caso.» Y sin hablar del ejemplo histórico que la bella Helena y Menelao hacía revivir en todas las memorias, Alexiéi Alexándrovich recordó una serie de episodios contemporáneos en que maridos de más alta posición debieron deplorar la infidelidad de sus esposas.

«¡Dariálov, Poltavski, el príncipe Karibánov, Dram!, una persona tan honesta... Supongamos que sobre esos hombres recae un "ridículo" injusto; en cuanto a mí, jamás pensé sino en su desgracia, y siempre los compadecí.» Esto no era verdad: Karenin no sintió nunca compasión por ellos, y la desgracia de los otros le había servido para crecerse en su propia estimación. Y Alexiéi Alexándrovich pensó en la manera de proceder de los citados hombres cuando se hallaron en igual caso.

Ana Karenina (Vol. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora