LIEVIN había observado a menudo hasta qué punto la cortesía y la excesiva humildad de ciertas personas se transforman súbitamente en exigencias y malas intenciones, y preveía que la dulzura de su hermano no duraría largo tiempo. En efecto, Nikolái se irritaba por las menores cosas, y se complacía en zaherir a su hermano en sus puntos más sensibles.
Konstantín se sentía culpable; mas no podía expresar abiertamente su pensamiento. Si aquellos dos hermanos hubiesen sido sinceros, se hubieran mirado de frente, y Konstantín habría repetido siempre: «¡Vas a morir, vas a morir!». A lo que Nikolái hubiera contestado: «Ya lo sé, y tengo un miedo terrible». Tal era posible, y Konstantín intentaba lo que siempre hacía sin resultado: hablar de asuntos indiferentes. Nikolái adivinaba su pensamiento, se irritaba y pesaba cada una de sus palabras.
Al día siguiente, Nikolái quiso tocar la cuestión de las reformas de su hermano, a quien criticó y censuró por sus principios sobre el comunismo.
—Tú has tomado las ideas de otro —le dijo— para desfigurarlas y aplicarlas aquí donde no son aplicables.
—Yo no quiero —repuso Lievin— copiar al comunismo, que niega el derecho a la propiedad, al capital y a la herencia; y estoy lejos de negar estimulantes de tal importancia. Solo trato de regularizar.
—En una palabra, tú tomas una idea extraña, le quitas su fuerza y quieres hacerla pasar por nueva —repuso Nikolái, estirándose la corbata.
—Pero puesto que mis ideas no tienen relación alguna con...
—Esas doctrinas —continuó Nikolái, sonriendo irónicamente y con expresión irritada— tienen al menos el atractivo, que yo llamaré geométrico, de ser claras y lógicas. Son tal vez utópicas, pero compréndase que se pueda producir una nueva forma de trabajo si se consigue prescindir del pasado, si no hubiese ya propiedad ni familia; pero tú no admites esto.
—¿Por qué confundes siempre? Yo no he sido nunca comunista.
—Pues yo sí, y me parece que si el comunismo es prematuro, tiene porvenir y lógica, como el cristianismo de los primeros siglos.
—Y yo creo que el trabajo es una fuerza elemental, que es preciso estudiar desde el mismo punto de vista de una ciencia natural, de la que es necesario reconocer las propiedades y...
—Es del todo inútil; es fuerza obrar de por sí, y según el grado de civilización toma formas diferentes. En todas partes ha habido esclavos, y después labradores y obreros libres. ¿Qué más buscas?
Lievin se excitó al oír estas últimas palabras, tanto más cuanto que creía que su hermano tuviese razón al censurarlo por querer descubrir un término medio entre las formas de trabajo existentes y el comunismo.
—Bueno —dijo, animándose—, una forma de trabajo que aproveche a todos, lo mismo a mí que a los obreros.
—No, tú has buscado la originalidad toda tu vida, y ahora quieres probar que no explotas a tu gente, sino que introduces principios.
—Puesto que lo comprendes así, dejemos este asunto —contestó Lievin, que sentía ya estremecérsele el músculo de su mejilla derecha.
—Tú no has tenido jamás convicciones; tú no tratas más que de lisonjear tu amor propio.
—Está bien; pero ahora déjame en paz.
—Ciertamente que te dejaré en paz; ya debía haberlo hecho. ¡Que el diablo te lleve! Solo siento haber venido.
Lievin trató en vano de calmar a Nikolái; pero este no quiso escuchar nada, y persistió en decir que era mejor separarse: mientras Konstantín hubo de confesarse que la vida en común no era posible. Sin embargo, fue a buscar a Nikolái cuando este se preparaba a marchar, para ofrecerle sus excusas, no sin alguna violencia, rogándole que lo dispensase si le había ofendido.
—¡Ah, ah! —exclamó Nikolái, sonriendo—. ¡Ahora te las echas de magnánimo! Si te atormenta la necesidad de tener razón, supongamos que estás en lo cierto, pero de todos modos me marcho.
En el último instante, sin embargo, Nikolái miró a Konstantín con expresión grave y le dijo:
—¡Kostia, no me guardes rencor! —y su voz tembló.
Estas fueron las únicas palabras sinceras cambiadas entre los dos hermanos. Lievin comprendió que significaban: «¡Tú lo ves, tú lo sabes; me voy, y tal vez no volvamos a vernos jamás!». Las lágrimas corrieron de sus ojos; abrazó otra vez a su hermano, y no pudo decirle nada.
Dos días después, Lievin marchó también. En la estación encontró al joven Scherbatski, primo de Kiti, que extrañó su tristeza.
—¿Qué tienes? —preguntó el joven.
—Nada; hay tan pocas cosas alegres en la vida.
—¿Qué no es alegre? Ven a París conmigo, en vez de irte a un punto como Mulhouse, y ya verás si la existencia es divertida.
—No, para mí ya ha concluido todo; ya es hora de morir.
—¡Vaya una ocurrencia! —exclamó Scherbatski, riendo—. Pues yo me preparo a comenzar la vida.
—Yo pensaba lo mismo hace poco tiempo; pero ahora sé que moriré pronto.
Lievin decía lo que pensaba, sin ver ante sí más que la muerte, lo cual no le impedía interesarse en sus proyectos de reforma, porque era preciso ocupar su vida hasta el fin o le parecía tinieblas, pero sus proyectos le servían de hilo conductor, al que se acogía con todas sus fuerzas.
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Ana Karenina (Vol. 1)
Historical FictionAna Karenina es la historia de una pasión. La protagonista, que da nombre a la obra, es un personaje inquietante y fascinador por la intensidad de su vida. Tolstoi, buen psicólogo y conocedor del mundo que le rodea, abre la intimidad de Ana y traza...