Capítulo 18.

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MI ESTÚPIDO HERMANASTRO.

Capítulo 18.

Sentí que las piernas me temblaban porque  sabía cual sería su reacción al verme. Caminé hacia él, al verme levantó la mirada, me miró tan fríamente que sentí que me congelaba.

—¿Qué demonios haces aquí? —gritó.

—Solo quiero saber cómo estás —susurré.

—¡Que te importa! —exclamó.

—¡Eres un grosero! — Respiré, eso me pasaba por preocuparme por ese engreído —,has lo que quieras.

—Paola, no te vayas —susurró con la voz entrecortada.

Cuando di la vuelta sentí que me tomó de la mano. Lo mire y una lágrima rodó por su mejilla, apretó mi mano, el corazón se me arrugaba. Nunca antes lo había visto así, él siempre era  tan fuerte, prepotente, altivo, nunca lo había visto llorar ni siquiera cuando era niño. Ahora tenía una tristeza tan grande.

Me giré, levantó la mirada y dos lágrimas rodaron por sus mejillas, jamás pensé verlo así, siempre había sido tan fuerte y ahora estaba destrozado. Tomó mis dos manos y  las apretó. Sollozó

—¡Abrázame tan fuerte como puedas por favor!

Me senté a su lado y lo abracé como me lo pidió. Sentí los latidos de su corazón, parecía que se iba a salir de su lugar, empezó a llorar como un niño pequeño, me apretó con fuerza. Acaricié su cabello con un nudo en la garganta y le dije.

—Saca todo lo que tienes.

Trataba de hablar, pero las palabras no le salían, solo lloró, eran lágrimas profundas de dolor. Sentí los latidos de mi corazón, ¿por qué me dolía verlo así? Movía mis brazos como arrullandolo, entre sollozos me dijo.

—¡Mi vida es una mierda, soy una basura! —Exclamó.

—No, no digas eso —musité.

Se alejó y  me miró, una tras otras salían sus lágrimas. Tomó la botella y le dio grandes sorbos, tomé la botella y la alejé de él.

—Esto no te hace bien, si quieres desahogarte aquí estoy, te escucho.

Tomó mi mano, otra vez sentí la misma corriente por todo mi cuerpo, cada vez que lo tenía tan cerca sentía lo mismo, algo que me recorría de la cabeza a los pies.

—¡Vete! —Tomó la botella y siguió tomando tragos grandes.

—¡No me iré!

Lo miré fijamente mientras alejaba la botella de sus manos.

 

—¡Eres insoportable! —gruñó.

—¡Eso ya lo sé! —rodé los ojos.

 

—Soy tan insignificante que ni siquiera mi propia madre me quiso.

Bajó su cabeza apoyándola en la mesa, soltó un gruñido y más lágrimas, con la voz quebrada susurró

»Para ella solo fui una basura, una mercancía negociable.

Me dolía ver su dolor, no lo entendía. ¿Por qué me dolía?  Sabía que sus lágrimas eran reales, Álex nunca lloraba, él era de piedra, bueno eso pensaba yo hasta ese momento que lo vi   derrumbado. Puse mi mano en su espalda moviéndola lentamente.

—No digas eso Álex, tú eres un gruñón, un poco amargado y tal vez insoportable, pero eres un gran hombre.

— ¿Gruñón yo? —Me miró, levantó una ceja.

©MI ESTÚPIDO HERMANASTRO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora