Capítulo 36

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MI ESTÚPIDO HERMANASTRO.

CAPÍTULO 36.

Como pude me levanté, salí tras él, entró al garaje y se subió a la moto, con la voz entrecortada pregunté.

—¿Álex a dónde vas?  

Su mirada estaba sin brillo, la sonrisa de su rostro  desapareció, encendió la moto y salió, al parecer no me escuchaba o no quería escuchar. Caminé tras él con alguna dificultad ya que estaba descalza, cuando estaba a punto de cruzar la puerta principal le grité con todas mis fuerzas.

»  ¡ÁLEX NO ME DEJES SOLA, SI ALGO TE PASA ME MUERO, NO QUIERO PERDERTE A TI TAMBIÉN! 

Me dejé caer de rodillas sobre la arenilla, lloré, gritos que desgarraban mi alma, sentí ese rayo de luz que  me mantenía viva.

—¡Aquí estoy! — se inclinó tomó mi rostro en sus manos, con lágrimas en sus ojos susurró —,no llores mi vida, no llores, perdón, no te dejaré.

—Álex no me dejes, tú no —Lo abracé lo más fuerte que podía—, no lo resistiría, ya perdí a mi madre ahora solo me quedas tú.

—Aquí estoy contigo — Sentí su abrazo, esos brazos que son los únicos que le dan un poco de tranquilidad a mi alma—,juntos, solos los dos enfrentando los problemas como siempre lo hicimos, en los peores momentos solo podíamos contar con el otro, de está salimos, lo juro. 

Me cargó en sus brazos, enrollé mis manos en su cuello y hundí mi cabeza en su pecho, sentí su respiración; melodía para mi alma atormentada. Es verdad, siempre en los peores momentos estábamos  solos los dos, pero esto era más de lo que podíamos  soportar. Entró a la casa, me dejó en el mueble, me acurruqué en su regazo, lloramos Juntos, apoyándonos mutuamente. Él me daba un poco de tranquilidad solo con un abrazo, al igual que yo a él. 

Lloré como una niña que tenía pánico, él me arrulló en sus brazos, luego lloró abriéndose de nuevo conmigo, como un niño que estaba sin rumbo fijo. Lo abracé tratando de calmarlo, nos apoyamos mutuamente, eso hacía el dolor más llevadero, al parecer estamos totalmente solos sin nadie en el mundo, ese era nuestro destino, sufrir, el único consuelo es que estábamos juntos en eso.

Después de una hora permanecimos en silencio abrazados como tratando de entender lo que estaba pasando, el silencio era tan grande que podíamos escuchar el latir de nuestros corazones. Levanté la mirada, me encontré con sus ojos, aunque había tristeza en ellos aún me miraban con dulzura, dejé un pequeño beso en sus labios, él   acarició mi cabello, murmuré.

—Tengo miedo —Una lágrima rodó por mi mejilla. 

—También tengo miedo —susurró. 

—¿Y si no regresan nunca?

—Esperemos que sí — Respiró— dicen que la esperanza es lo último que se pierde, no la perdamos, yo quiero creer que regresaran.

—También quiero creer que en cualquier momento entrarán por esa puerta con una sonrisa —Inhalé—,aunque nunca me gustó mostrar sentimientos, anhelo sentir los besos y abrazos de mi madre.

No pude más, terminé llorando otra vez, él me abrazó con fuerza.

  

—¿Qué estaremos pagando? Por qué cuando todo era felicidad pasa esto, una sombra negra que acabó con nuestra alegría, ¿no es suficiente sufrimiento?  Es injusto.

Me arrodillé en el sofá, llevé su cabeza hasta mi pecho y lo acaricié, envolvió sus brazos en mi cintura abrazándome con fuerza. Las palabras no le salían, empezó a llorar. Me dolía verlo destrozado porque él siempre era  tan fuerte, pero tenía claro que conmigo sentía  la confianza de mostrar sus miedos. Lo abracé con todas mis fuerzas, él solo lloró y lloró hasta quedarse sin voz.  Lloramos tanto que nos quedamos dormidos abrazados sin querer separarnos el uno del otro. 

©MI ESTÚPIDO HERMANASTRO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora