C30: Uno en un millón.

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Camila se dejó caer en los escalones de la puerta principal de su casa. Su casa era un caos desde que Renato Francis le había hecho esa increíble propuesta de trabajo para que volviese al tour con la facilidad de traer a Madison con ellos  y que no descuidase sus estudios.

La idea realmente le fascinaba pues significaba hacer lo que más le gustaba en la vida, estar con su familia en todo momento y con el amor de su vida. Todo eso era fantástico, no le que no le gustaba en absoluto era dejar a su mejor amiga atrás. Danna ahora era parte de un equipo dentro de una pista de patinaje por lo cual ya no viajaría con ellos y eso de algún modo la ponía mal.

Habían estado juntas desde hacía casi un año y era lo más cercano que tenía a un hermana con la cual desahogarse, es decir; tenía a Madison pero la niña tan solo tenía diez años y no era una buena opción para ese tipo de temas.
Y ahora estaba a punto de embarcarse en una nueva aventura en la que tenía que dejar cosas y personas atrás. No es que se arrepintiera en absoluto de su decisión, eso también significaba crecer profesionalmente hablando pero no podía negar que la  idea de seguir adelante y dejar su casa por un largo tiempo y a su mejor amiga en una ciudad a la probablemente volvería en meses le afectaban un poco. Sobre todo porque sabía de antemano que no iba a establecer un contacto fijo con Danna pues los horarios diferentes y las múltiples ocupaciones de ambas se lo impedirían. Todavía no se iba y ya la echaba de menos.

—¿Cami?—la voz de Zabdiel la sacó de sus pensamientos de golpe. Pestañeó un par de veces como si estuviese despertando de un profundo sueño y sintió sus mejillas arder cuando lo encontró de pie frente a ella luciendo condenadamente apuesto aunque en el caso de Zabdiel eso no era nada nuevo.

Había estado tan ocupada vagando en su mente y preocupándose por cosas que ni siquiera pasaban aún que no se había dado cuenta cuando el auto se había detenido frente a su casa, cuando su novio había caminado hasta ella y mucho menos cuando se había quedado de pie observándola fijamente con una expresión de duda pintada en el rostro como la que tenía en ese momento.

Pero eso no lo hacía menos apuesto, pensó y luego le ofreció una pequeña sonrisa a modo de disculpa.

—Hola.—saludó y cuando él se inclinó sobre ella para dejar un beso sobre sus labios supo que de nuevo estaba perdida. Esta vez en el mar de sensaciones que embargaban su cuerpo cuando Zabdiel la miraba, la tocaba o la besaba. Al más simple roce; cada una de las alarmas interiores que había en su sistema nervioso se activaban.

—¿Qué es lo que haces aquí, mi amor?—le preguntó el boricua tomando asiento a su lado. Camila dejó escapar un pequeño suspiro y apoyó su cabeza en el hombro de su novio.—¿Te sientes mal? Porque podemos ir a un médico…

—Me siento bien. Solo pensaba un poco.—respondió encogiéndose de hombros.—¿Qué haces aquí?—cuestionó.—Pensé que te vería hasta las tres para comer tal y como quedamos…—Zabdiel rio en voz baja.

—Son las tres.—anunció.

La chica se apartó de él de inmediato.—¿Qué?

—Son las tres, amor.—agregó él.

Los ojos marrones de la muchacha vagaron hasta su reloj de pulsera, abrió sus ojos con sorpresa y soltó un jadeo.

—Ay, por Dios…—murmuró y Zabdiel se echó a reír de nueva cuenta.

—Lo olvidaste…—inquirió el muchacho y las mejillas de la muchacha se tiñeron de color rojo.—No importa, podemos salir después…

—No.—respondió de inmediato.—No vamos a salir después, vamos a ir a comer ahora mismo…—añadió poniéndose de pie. Zabdiel la miró con una sonrisa instalada en sus labios y negó un poco tomando su mano.

LA CHICA DEL VESTUARIO|ZABDIEL DE JESÚS|CNCO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora