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Nueve en punto de la mañana. Era el único día que entraba tarde a la escuela. A primera hora tenía clase de física. No de la física física, de la física científica.

Llevaba la mochila colgada un uno de los hombros y la bata de laboratorio en su ante brazo mientras revisaba su celular con desinterés, solo para parecer ocupado en algo mientras esperaba el transporte público.

El camión no tardó más de diez minutos en aparecer.

Los asientos estaban casi llenos. A la hora de pagar echó un vistazo rápido para ver dónde se sentaría. Nada decente. No le quedó de otra mas que sentarse en los asientos de atrás. Esos que son una sola hilera a lo ancho del camión.

Se acomodó y se colocó los audífonos mientras se dedicaba a ver por la ventana y tarareaba la letra de la canción que escuchaba.

Unas cuántas cuadras más adelante un grupo de gente subió.

—Genial, más personas— murmuró. Quitó su mochila del asiento de a lado y se la colocó en las piernas. No pasó mucho para que alguien lo ocupara.

Esperaba que esa persona se bajara antes que él, Porque sinceramente odiaba tener que pasar por la incomoda situación de "pedir permiso"

Sintió curiosidad de la persona que tenía el privilegio de ir sentado a su lado.

Cuando vio que se trataba de nada más y nada menos que el albino casi se atraganta.

No sabía si era suerte o maldición. Su cara se pintó de rojo. Y en un torpe intento de ocultarlo regresó la vista a la ventana.

¿Qué hacía alguien como él tomando el autobús como los simples mortales?

Él no tomaba el autobús nunca. ¿Cómo lo sabía? Pues más de una vez había visto que un carro particular lo llevaba y recogía de la escuela.

¿Por qué hoy era diferente?

¿Por qué no lo llevaron como siempre a la escuela?

¿Por qué tenía que tomar el mismo autobús que él?

¿Por qué sentarse a su lado?

Se cuestionaba el azabache que sentía que en cualquier momento le iba a dar una crisis nerviosa.

Miraba de reojo a su compañero. Mantenían los ojos cerrados y la cabeza recargada en el respaldo de la silla.

Sintió en sus mejillas el maldito infierno.

Se veía tan lindo. Quería ponerse a gritar y llorar como fan loca.

Esa hermosa imagen hizo llegarle una cuestión a la cabeza.

¿Cómo se vería mientras duerme?

—Apuesto que hermosísimo— susurró casi babeando.

Los grises ojos del albino se abrieron nuevamente.
El corazón de Fred dio un vuelco.

¡¿Y si lo notó?! ¡¿Y si notó que lo miraba?! ¡Aún peor! ¡¿Y si lo escuchó?! ¡ay no eso sí sería horrible! ¡Que vergüenza!

Se dedicó única y exclusivamente a ver por la ventana hasta llegar a su destino.

El camión hizo su penúltima parada: la escuela.

Como el albino iba a donde mismo no tuvo que verse en la penosa necesidad de cruzar palabra con él.

Se levantó primero y tocó el timbre de bajada, cosa que Fred odiaba hacer.

Esperaba que él bajara primero, pero en vez de eso el albino esperó, y le cedió el paso.

Fred, totalmente embelesado en los magníficos ojos grises que yacían posados en los suyos no entendió la señal, hasta que el mismo Gold le hizo una seña.

— ¡Ah! Sí, claro, jejeje, gracias — se disculpó muy apenado.

Se apresuró a bajar del vehículo sintiendo la vergüenza apoderarse de él. Apresuró el paso para no tener que toparselo de nuevo.

—Dios, Dios, Dios— repetía una y otra vez.

Enredos De Un EnamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora