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—Agh— suspiró molesto Fred, o al menos eso decía la cara de pocos amigos que se cargaba; mientras se acercaba al albino que lo miraba con una sonrisa divertida desde su lugar—. ¿Feliz?— mencionó irónico— ya te seguí como pendejo por todo el parque.

—jahajahs, sí— rió al recordarlo— corres chistoso.

¡¿Qué?!

—¡¿DISCULPA?!

—NO GRITES— Exclamaba el albino a la vez que se cubría los oidos y rodaba de un lado a otro por el pasto— AAAAAAAAAAAAH.

Fred se alteró. Las madres empezaban a verlo con ganas de sacarlos del parque a chanclazos por alterar el orden.

—Gold. Gold, para— pedía inútilmente—, ¡G-Gold! Ya — se tiró a su lado y lo tomó de los hombros— ya

Gold se calló, y fijó su mirada en los ojos de su par.

—sonríe— pidió.

Fred lo miró confundido—. No, ¿Para qué?

—para mí—susurró, sin despegar la mirada de los ojos de su par.

El corazón de Fred se estrujó. ¿Por qué enojarse? Una oportunidad así no se volvería a repetir. Tener a Gold en ese estado era sumamente tierno. Ver ese lado jamás antes visto, y que creía inexistente, le derretía el alma.

Soltó una leve risa mientras asentía levemente y sonrió— Tú ganas.

Gold sonrió de lado, totalmente complacido.

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Enredos De Un EnamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora