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Media hora después, ambos chicos salían como si nada les aquejara. Aún cuando uno tenía un dolor de inyección en el brazo y el otro, pues la cara rota.

—¿Sabes, Fred?—dijo el albino, llamando la atención del más bajo, quién le miró; dándole a entender que le escuchaba—. Me agradas— pronunció, con una sonrisa adornandole los labios.

Esas palabras, esas dos simples palabras, para Fred, significaban el cielo. Su sonrisa, infantil, alegre y juguetona; al igual que el brillo de sus ojos, le delató.

Enredos De Un EnamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora