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Gold acomodaba un par de libros en los estantes de donde habían sido sacados mientras Fred, empujaba el carrito para ayudarle y no estar de inútil, aunque, mientras lo hacía, trataba de distraerse usándolo como patín del diablo: subiéndose en él y trasladándose, impulsado por uno de sus pies.

El azabache observaba el semblante serio del rubio. Tan concentrado, tan falto de emoción, tan aburrido. Todo lo contrario a aquel día en el parque. Ese día hasta lo escuchó reír; ya lo había hecho en un par de ocasiones, pero era diferente: una risa discreta, suave. En cambio, esa vez lo escuchó reír a carcajadas, mientras se sujetaba el abdomen con fuerza y las mejillas se le tornaban de un vivo color rojo. Fue, simplemente hermoso. Pagaría millones solo por verlo así de feliz siempre.

Enredos De Un EnamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora