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Abrió con cuidado y lentitud las enormes puertas de cristal, cerrandolas de la misma forma al entrar.

Observó rápidamente el lugar. Era espacioso. Habían unas cuántas mesas en el fondo. Un área para laptops  y una parte donde había ordenadores. Al fondo se encontraban los cubículos, unos cuartos aislantes que se usaban para hacer trabajos.

Las estanterías eran de metal y estaban repletas de libros de distintos tamaños y grosores; a un costado de cada uno de estos había una especie de carrito de metal, donde se depositaban los libros después de haberlos usado.

El lugar era grande y silencioso. Más silencioso de lo que él podría soportar.

Dejó la mochila en uno de los casilleros y se dirigió a un pasillo cualquiera.

Revisaba un par de libros sin ponerles atención realmente, y luego de hojearlos los devolvía a su sitio.

Después de un rato de repetir la rutina y no tener señales de la persona que buscaba, empezó a cansarse. Tomaría cualquier cosa y se sentaría a leer, no quería desaprovechar esa ida a la biblioteca.

—¿Puedo ayudarte en algo?

Escuchó a sus espaldas.

— No realmente, yo...—  casi se desmaya al darse la vuelta, y encontrarse justo frente a él a la persona que tanto anhelaba ver. — jejejeje

Gold arqueó una ceja.

— ah...yo...¡Ya había escogido! ¡Sí! Es...¡Es este! — tomó el primer libro que vio y lo señaló con una sonrisa nerviosa.

— ¿Cómo lidiar con problemas gastrointestinales? — leyó en voz alta el título del libro.

Los ojos de Fred se abrieron como dos enormes platos. Miró el frente del libro y confirmó lo que escuchó. ¡Santa mierda!

Enredos De Un EnamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora