CAPÍTULO 2: Recordando (parte 2): El peor papá del mundo.
Allen
Papi.
Esa fue la primera palabra de Leah, al año de vida, al igual que sus primeros pasitos.
Ella crecía y crecía… y yo no estaba.
Tenía dos añitos, era solo una bebita, pero yo seguía siendo su ausente padre.
Por otro lado, Alec crecía contento. Todo encantador y bonito como siempre.
A decir verdad, me preocupaba el poco habla de mi pequeña hija. Recordaba perfectamente lo hablador que Alec era a su edad, y como balbuceaba de bebé. Pero mi preocupación cesó cuando Julieta la llevó al pediatra y nos dijo que era algo normal, que solo había que hablarle mas para estimularla… y me sentí el peor papá del mundo.
“¿Acaso le hablaba poco? ¿Estaba tan ausente en la vida de mi bebé que no podía hacer, siquiera, que hable correctamente?”
Julieta había dicho que no piense cosas así. Que Leah siempre amaba cuando yo iba a verla, pero la culpa seguía ahí. Firme en mi pecho.
Me tranquilizaba pensar que ella la cuidaba. Que Julieta, aquella señora que quería a mi bebé como si fuera su nieta, cuidará de mi bebita.
Me tranquilizaba pensar que Leah tenía una figura femenina consigo, sin el afán de reemplazar a la ausente Emma pero dándole algo que, quizás, yo no podía darle. Aquella estabilidad que ella necesitaba.
Emma nunca estaba en casa. Cuando llegaba le agarraban ataques de histeria total. Terminábamos discutiendo por cualquier cosa y las bellas decoraciones del departamento terminaban volando por todas partes.
Y siempre estaba ahí aquella amenaza.-¿Qué pasaría si tu familia se enterará de Leah?
Yo no podía dejar que aquello suceda. Quería darle un hogar lleno de amor a mis hijos. Quería que ellos no sean controlados por el que sería su abuelo. Me daba tanto miedo que descubran su existencia. Quizás, era egoísta mantenerla para mi, quizás era egoísta ocultar su bonita persona… pero lo seguiría haciendo. Lo seguiría haciendo hasta que lo crea correcto. Hasta que su familia se aleje.
Poco a poco, los meses pasaron, y Leah empezaba a tener problemas en su vista. Lloraba mucho, sabía que algo le dolía, y cada que quería agarrar algo se terminaba equivocando de lugar.
Cuando Julieta la volvió a llevar al pediatra, me dijo que mi bebita tenía problemas en la vista, aún cuando anteriormente sus exámenes habían salido bien. Los llantos podían haber sido ocasionados por los dolores de cabeza que aquel problema le ocasionaba.
No tardé mucho en comprarle sus adecuados anteojitos. Eran bonitos, de un suave color rosa.
Ciertamente le quedaban hermosos, y no por ser mi bebé y que todo le quedara espectacular, pero no me gustaba que tenga que usarlos.
Y a ella tampoco.
Quizás era porque le daba gracia, pero cada que se los ponía ella se los sacaba de un manotazo, haciendo que me frustre y a ella reír, tanto que su carita se ponía toda roja. Aquello hacía que mi corazón diera un vuelco. Amaba verlos reír a carcajadas, tan ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor.
Tan ajenos a que ni siquiera conocían la existencia de un hermano.
Y, entonces, llegaron sus tres añitos.
Estaba contento, pero la tristeza no tardó en llegarnos.
Julieta había decidido irse de nuevo a su país, España. Ella tenía hijos y nietos en aquel lugar. No quería dejarla ir, pero me alegraba que haya decidido volver con ellos.
Lo que no me alegraba era la vuelta de Leah al departamento de Emma.
Intentaba ir con más frecuencia que antes. Intentaba hacerlo. Pero un intento no era suficiente.
Recordaba perfectamente cuando iba al departamento. Hacía falta solo el ruido de la cerradura siendo abierta para escuchar los pasitos de mi bebé.
Y, entonces, la veía. Toda asustada y llorosa. Tenía tanto miedo y yo… simplemente me quedaba mirándola. Me encargaba de bañarla, cambiarla y alimentarla apenas llegaba, intentando tranquilizar a aquella voz que me gritaba cuan mal estaba haciendo las cosas.
Leah no conocía a su mamá, simplemente ignoraba su existencia. Sabía quien era Emma, aquella loca mujer rubia que revoleaba cosas cuando estaba enojada, pero jamás me había pedido por su mamá, jamás había preguntando, jamás nada. Simplemente lo dejaba estar. Como si no le importara. Solo sabía algo, sabía cuanto miedo causaba Emma en Leah.
Y lo sentía, lo sentía cuando entraba al departamento y ella me abrazaba tan fuerte que llegaba a transmitirme el miedo que su tembloroso cuerpo sentía.
Incontables fueron las veces que pensé en hacer las cosas bien, pero nunca lo hacía. Nunca me la llevaba de aquel ligar. Nunca la cuidaba como ella se merecía.
Y lo que más hacia que mi pecho doliera eran las despedidas. Era cuando Leah, con su tembloroso cuerpo y sus llorosos ojitos, me pedía que me la lleve. Me pedía que no me vaya. Me decía cuanto me quería. Y yo también lo hacía… pero nunca me la llevaba, nunca me quedaba.
Quizás fue el tiempo lo que la hizo entender. Entender que no me la iba a llevar. Que, cuando yo me iba, ella se tenía que quedar. Porque, con el tiempo y aún teniendo tres añitos, ella entendió que yo no lo iba a hacer. Solo me abrazaba y me decía cuanto me quería. Y, aquello, causaba tanta culpa y dolor en mi.
Aquel año había contratado a ocho niñeras. Pero ninguna se quedaba demasiado tiempo.
Emma, en su mundo repleto de alcohol y cualquier otro vicio, iba poco al departamento, pero cada que iba y las veía, desquitaba su furia con ellas y las terminaba echando de formas no muy bonitas, del departamento. Luego, alegaba que solo las llevaba ahí para acostarme con ellas y humillarla.
El año transcurrió de aquella forma.
Hasta que llegó el día.
El día en que mi bebita cumplió sus cuatro añitos.
El día en que la deje.
Cuando me enteré que, en realidad, esa persona que yo tanto quería no era mi bebé como yo creía.
Y sabía que aquello no justificaba dejarla. Lo sabía… pero algo en mi no me dejaba volver. Algo en mi me decía que así sería mas fácil.
Ya no tendría que mentir. Podía decir sin sentir nada en el pecho que solo tenía un hijo. Podía dejar de mentirle a todo el mundo. Podía dejar de sentirme el peor papá del mundo.
Pero sabía que no, que, con lo que había hecho, iba a cargar mucho tiempo. Aquello si me convertía en el peor papá del mundo.
Gracias por leer❤
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Un Padre, Cinco Hijos
RandomAllen Anderson es un reconocido y prestigioso empresario, acostumbrado a tener una doble vida en donde en una cuida de su hijo y en la otra a su hija. Pero un acontecimiento provoca que Allen deba abandonar ese estilo de vida, cuidando de sus dos p...