CAPÍTULO 36: Reglas

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CAPÍTULO 36: Reglas

Allen

—Hasta luego, entonces.

La mujer se despidió de mi con un leve movimiento de manos y una sonrisa amable. Chris, que me miraba con suspicacia, me seguía a paso lento.

—Esta prohibido.

—¿Qué cosa?—pregunté, ya dentro del auto.

Christopher soltó un bufido y señaló la casa, donde ya no había nadie afuera y solo se admiraban las plantas florales que había en el jardín. 

—Coquetear con las madres de mis amigos, Anderson.

Chasqueé la lengua y el motor del auto fue toda la respuesta que mi hijo recibió.

—Hablo en serio—se quejó—, que Asher tenga una mamá bonita no te da el derecho de coquetearle

—No le coquetee—me quejé.

Sin embargo, mi hijo me miró con fijeza, estudiándome y diciéndome que no me creía en lo más mínimo.

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—Eso no es coquetar, Christopher, es saludar—me quejé, con la indignación presente en mi voz.

—Ya, pero antes le dijiste “¿no nos conocemos, cierto? No creo ser capaz de olvidar a alguien como…

—Ya entiendo el punto—espetó.

Christopher soltó un bufido indignado y se cruzó de brazos, mirando hacia el frente.

Lo cierto era que Valerie, la madre de Asher, era una mujer preciosa. Con una cabellera pelirroja que caía en ondas voluptuosas por su espalda, hasta llegar a su cintura. Con pecas adornando sus mejillas  y resaltando sus ojos verdosos. Y una forma de hablar que me hipnotizaba. Sin embargo, contrario a lo que creía mi hijo, no me gustaba.

—¿No conoces las reglas?

Y ahí estamos de nuevo.

—¿Qué reglas?

—La de no arruino la reputación de mis hijos.

—No estoy arruinando tu reputación—me reí.

—Claro que si, ¿qué pensará el resto de mis compañeros?

—Pues no lo se, ¿nada?

—¡¿Como que nada?!

Aguanté una risita y lo miré de reojo. Su indignación me divertía cada vez más.

—Van a pensar que soy peligroso porque tengo un padre que no puede alejarse de los seres femeninos. Nadie va a querer ser mi amigo.

—Oye, ¿tus amigos saben que sus madres tienen una vida también?

Christopher gimoteó resignado y me miró suplicante.

—Papá, así es la vida. Hay que sobrevivir.

Solté un bufido y asentí sin más. Lo cierto era que tampoco me importaba tanto. Sin embargo, no pasé por alto lo exagerado que podía ser mi cachorro.

Solté un risita y Christopher me miró extrañado, hasta que su rostro se volvió sombrío.

—¿Qué?—espetó.

—Si tus amigos cuidan a sus madres, a ti no te queda otra que cuidar de tu padre, ¿mira si alguna mujer quiere robarme? ¿qué vas hacer? ¿les hablaste de las reglas a ellos también?

Un Padre, Cinco HijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora