CAPÍTULO 27: Asustados

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CAPITULO 27: Asustados

Allen

Leah no solía tener muchos episodios, su asma no era tan fuerte como para ocasionar demasiados ataques. Aún así, cada que sucedían yo sentía que se me detenía el mundo.

Era horriblemente frustrante. Ver a mi bebé llevando sus manitas a su cuello, en un desesperado intento de que encontrar algo de aire. Mirarme con un desespero que no podía soportar, pidiéndome ayuda a través de sus ojitos pequeños y llorosos.

Mis manos temblaban mientras intentaba ayudarla, todo mi cuerpo lo hacía.

Leah se aferraba con desesperación al pequeño inhalador, mientras mis brazos sostenían su débil cuerpo con insistencia.

—Ya pasó, mi amor, ya pasó…

Lo único que podía hacer para ella era aquello, sostenerla en mis brazos y susurrarle palabras tranquilizantes.

Mi niña, poco a poco, iba tranquilizando su respiración, con su carita hundida en mi cuello y sus manos apretadas en pequeños puños sobre mi pecho, utilizando mi camisa en el proceso.

Sus lágrimas mojaban mi hombro y sus sollozos junto a su respiración irregular retumbaban en mi cabeza.

Acaricié su espalda y respiré hondo, porque lo último que faltaba era que yo también me pusiera a llorar.

—No… podía… papi—sollozó entrecortadamente, sin decir nada más. Y no hacía falta que lo hiciera. Me dediqué a acariciar su cabello e intentar que se calmara.

—Ya lo sé, amor mío. No llores más, ya pasó lo malo.

Aún así, mi hija no se quiso separar de mi, y yo no quería que lo hiciera. En esos momentos, yo quería meterla en una pequeña cajita de cristal y cuidarla desde ahí.

Cuando se separó y acomodó sus anteojos, sus ojitos rojizos e hinchados me miraron.

—Upa.

Sonreí, recordando a la bebé que apenas comenzaba a hablar y no quería dejar mis brazos.

Acate su orden complacido y mordí mi labio con nostalgia al recordarla.

Respiré hondo. El patio estaba despejado. Los niños no estaban, pero veía claramente como todos me miraban desde el estar, ansiosos y nerviosos.

Entré a paso lento y les lance una mirada que no pudieron entender, porque apenas puse un pie adentro todos estuvieron encima de mí.

—Amores de mi alma, su hermana necesita descansar, ¿Si? Tiene que estar tranquila.

Leah agitó su mano hacia ellos y les sonrío débilmente. Cuando ella tenía un episodio, se ponía toda bebé.

—Si, entendemos.

Fue Chris el que habló y se encargó de alejar a los más pequeños, aún mirándome preocupado. Mis hermanos lo y mi padre lo ayudaron, tranquilizando a mis niños.

—No te preocupes cariño, fue un ataque de asma, pero ya esta bien. Solo tiene que estar tranquila.

Subí las escaleras y entré a su habitación, sintiendo que entraba a otro mundo cuando entraba a su habitación completamente rosada. La acosté en su cama y besé su frente.

—Vamos a descansar un rato, ¿Si?

Leah asintió, bostezando como si no fuera la una de la tarde.

—¿Con quien toca hoy?—le pregunté, mirando cada uno de los osos que se encontraban en los estantes. Aún así, Leah señaló hacia el otro costado, donde un osito se encontraba sentado en su pequeño sillón.

—Oh, el señor Coco entonces.

Se lo dejé en sus brazos y me senté a su lado, acariciando su cabello mientras mi pequeña conciliaba el sueño, prometiendo que aunque la viera muy complacida dentro de una hora debía ir a despertarla.

A la noche será un terremoto.

Suspiré y despejé el cabello de su rostro, recordando el miedo que sentía minutos atrás. De echo, todo sucedía muy rápido, ni siquiera entendía del todo que sucedía a mi alrededor, pero se vivían como horas. Y se repetían como una película en mi cabeza.

Unos toquecitos suaves en la puerta me hicieron salir de aquellos pensamientos, caminando con lentitud y abriendo la puerta despacio.

Unos ojitos preocupados me miraron con nerviosismo. Mordisqueaba su labio y jugueteaba con sus manos, mirando para todos lados.

—Lo siento, no pude cuidarla bien—susurró al final.

Fruncí el ceño levemente y di un paso afuera, cerrando la puerta detrás de mi.

—Todo pasó muy rápido, en realidad, de un momento al otro tenía a los chicos gritándome y a Leah en el suelo. No sabía que hacer, ni siquiera sabía que pasaba.

Suspiré y acaricié su cabello, pensando en cuan pequeño era aquel niño frente a mi.

—Te asustaste mucho—susurré afirmando. Acaricié su nuca con suavidad y le sonreí—.Leah tiene asma, cariño, no es tu culpa que se quede sin aire—murmuré, consiguiendo una pequeña sonrisa que no tardó en esfumarse.

—No sabía cómo ayudarla—susurró.

—Escucha, esto es algo que va a volver a suceder. Leah siempre lleva consigo un inhalador, solo esta aprendiendo a usarlo por si sola. Si vuelve a suceder solo búscalo… pero hiciste bien en llamarme a mi, siempre que suceda debes avisarle al primer mayor que encuentres, fuiste muy valiente, yo siempre me congelo y no recuerdo que hacer.

Chris me miró avergonzado y volvió a juguetear con sus manos.

—Eso no parece algo que tu harías—susurró—, siempre pareces un superhéroe.

Sonreí con ternura, pensando en que ojalá ellos me vieran así siempre, aún cuando era todo lo contrario.

Mi niño carraspeo levemente la garganta y volvió a hablar, mirando hacia el suelo.

—Mhm… hablando de otra cosa… lo que dije hoy… yo…

Alcé las cejas y me recosté despreocupadamente en la pared.

—¿Mhm, tu qué?

Chris me miró y luego soltó un bufido.

—Olvídalo.

—Oh, vamos… dile lo que quieras a papá.

Chris levantó su rostro de una manera brusca, llegando a hacerme pensar que se pudo haber echo daño. Me miró con los ojos entrecerrados y las mejillas enrojecidas.

Sonreí, aguantando una pequeña risa. Siempre reaccionaba igual cuando me autonombraba como su padre tan ligeramente.

Sus reacciones eran peores si alguien más estaba. El me miraba horrorizado y salía huyendo del lugar.

—Ríete todo lo que quieras, pero no te volveré a llamar así—rugió.

—¿Ah, no?

—Claro que no—exclamó de igual forma—. Fue un desliz.

Rodeé los ojos y me encaminé hacia el piso de abajo. Sonreí.

Papá. Me había llamado papá.

Había escuchado esa palabra muchas veces, pero siempre me emocionaba de la misma forma.

—¿Me escuchaste?

Bajé las escaleras con Christopher pasándome los talones.

—Claro que si, cariño.

Mi hijo entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.

—No me estas tomando en serio—murmuró.

Sonreí y di media vuelta, caminando hacia la cocina.

—Si que te tomo en serio… puedes cometer todos los deslices que quieras. A mi me encanta, cariño.

Feliz navidad❤️

Un Padre, Cinco HijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora