CAPÍTULO 15: Esta solo

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CAPÍTULO 15: Esta solo

Allen

No se si esa fue la peor noche de mi vida, pero sin duda alguna no quería volver a sentir lo que esa noche sentí.

No sabría definir como estaba. Quería llorar pero también quería reír de felicidad. Quería gritar, estaba furioso. Estaba furioso con aquella mujer, aquella que jamás podría escuchar cada uno de mis reclamos. Estaba furioso conmigo. Con el mundo. Con esos niños que me miraban suplicantes mientras me pedían un imposible.  

Mierda, tenía dos hijos. Y no hablaba de los pequeñitos, porque entonces tenía cuatro hijos.

—Dios, no tengo ni treinta años— me quejé mirando a la nada.

—No, tienes veintinueve y has disfrutado la mayoría, sino mírate, con más niños de los que creíamos que podías tener.

Lo miré de reojo y recosté mi cabeza en el respaldar del sillón.

—¿Qué debo hacer?

Aarón me miró con las cejas alzadas y negó suavemente, tomando un trago de whisky. Hizo una mueca de asco y levantó el vaso hacia mi.

—Comprar otro, es un asco.

—Hablo en serio.

—Y yo también.

—Aarón— me quejé fastidiado.

El suspiró y me miró fijamente, haciendo una débil mueca.

—No puedes esperar a que yo te lo diga todo. No hay muchas cosas que puedas hacer, de todos modos, son tus hijos.

—No hablo de eso.

Aarón me miró fijamente y negó suavemente.

—Entonces habla con Lean, no conmigo.

Rodeé los ojos y desordené mi cabello, frustrado.

Le había dado vueltas a la situación todo lo que quedaba de la noche. Había intentado encontrar soluciones a mis problemas pero nada parecía convencerme y aquellos ojos tristes y abandonados no dejaban de molestarme.

Dios, no es mi puto problema.

No era mi problema pero cuando los vi tan tristes, abrazando a su hermano mayor y acurrucándose en su pecho, se volvió mi problema.

Él había llegado a la vida de esos niños de la nada, así como para él ellos lo habían echo, pero el no era el niño de menos de diez años que acababa de perder a su madre y estaba a punto de perder a su hermano, el único ser querido que les quedaba.

Bufé fastidiado y acomodé los cojines del sofá, en un vago intento de distraerme. Fingí no escuchar los pasos que bajaban por las escaleras hasta que el propietario soltó un pequeño carraspeo.

—Ya estoy listo.

Di media vuelta, y hubiera querido no hacerlo, porque si la imagen triste que el niño me daba ya me atormentaba, ver sus ojos irritados y su vago—y malo— intento por ocultarlo me abrumó todavía más.

—Todavía no desayunaste— susurré torpemente.

El se alzó de hombros y sonrío débilmente.

—Ya me despedí de ellos, yo… preferiría irme ahora.

Miré fijamente sus ojos avellana teñidos de un leve tono rojizo y asentí suavemente. ¿Quién era yo para retenerlo ahí? Nadie. Yo no era nada suyo y el no era nada mío.

—Bien…

—Oh, si le parece puedo irme yo solo, ya no esta…

—Ni hablar.

Un Padre, Cinco HijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora