CAPÍTULO 32: Parque

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CAPÍTULO 32: Parque

Allen

Si había algo que me encantaban eran los trajes. Azules, negros, de cualquier color oscuro. Por dios, me encantaba ponerme corbatas a juego y usar camisas. Me veía encantador con un traje echo a mi medida. Y me era difícil no usarlos. Como mínimo debía mantener mi camisa blanca y mis pantalones negros. Y los zapatos, negros y completamente limpios.

-¿Puedes quitar esa cara de asco?

Miré nuevamente mis bermudas camufladas y solté un suspiró. Claro que usaba ese tipo de cosas más cómodas, pero jamás fuera de mi casa. Me gustaba aquella ropa cómoda, pero para el confort de mi hogar.

-Ojalá nadie me vea-susurré.

Aarón rodó los ojos y acomodó a Leah en su cintura. Mi niña, disfrutando de un helado, sonreía como si todo le pareciera sumamente gracioso.

-Nadie esta tan pendiente a ti-río, caminando hacia las hamacas más cercanas.

Volví a suspirar y caminé junto a él, intentando no llamar la atención de nadie. Por supuesto, todos los que se encontraban ahí tenían su atención en sus hijos, pero aún así era mejor prevenir.

-Nunca salgo tan horrendo a la calle, seguro me encuentro a media empresa.

Aarón sentó a Leah en una hamaca, justo al lado de Dylan, que se balanceaba con pocos ánimos.

-Pero claro, cuando estoy todo lindo hay un puto desierto.

-¡Papi!-me retó Leah.

Sonreí inocentemente, justo como ellos lo hacían, y me dediqué a buscar al resto de mis hijos.

-Lo siento, bebé de mi alma.

Mi hija río y entrecerré los ojos, sintiendo un mini paro cardíaco cuando no encontré a Alec.

El siempre se pierde.

Sin embargo, mi corazón volvió a latir normal cuando lo vi deslizarse por un tobogán.

Dereck, por otro lado, estaba escalando una casita, muy concentrado en su tarea.

-Necesitábamos respirar, deja de quejarte-murmuré, hamacándola con lentitud.

-No me quejo, pero en mi casa también hay oxígeno.

Aarón volvió a rodar los ojos y paseo su vista por el extenso parque.

-Hay un grupo de señoras criticando tu vestuario. Ve a por ellas león.

Solté un sonoro bufido y me senté en una de las hamacas, justo al lado de mi niño. Claramente aquellas señoras no me estaban criticando, de echo ni siquiera estaban viendo para acá.

-Es mentira-habló Dylan, dejando una palmadita en mi hombro.

Escuché la risa de Aarón a mi lado y me encargué de inspeccionar la mmirada preocupada de mi niño.

-¿Qué sucede?

Dylan se alzó de hombros y soltó un suspiro. Odio los suspiros. Los suspiros, aunque no siempre, solían detonar tristeza.

-Dereck es un gran tonto.

Alcé un poco las cejas y me balance sobre mis pies, haciendo mover la hamaca.

-Se enojó conmigo solo porque no quise prestarle mi remera.

-Bueno, ¿por qué no se la quisiste prestar?

-Porque es mía-mencionó obvio.

Negué levemente y corrí el cabello que se corría por su frente.

-No hay que ser egoístas, Dylan. Podemos prestar las cosas. Estoy seguro de que Dereck la iba a cuidar.

Un Padre, Cinco HijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora