CAPÍTULO 11: Constante error.

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CAPÍTULO 11: Constante error.

Allen

—¿Quién se va a portar bien hoy?

—¡Yo!

Su entusiasmo hizo que mi sonrisa se agrandara. Solté un pequeño suspiro y miré detrás de él. Había algunos niños llorando mientras se aferraban a sus padres, otros riendo y algunos hasta hablando con otros niños.

Alec, para mi suerte y agrado, se había tomado bien el echo de tener que empezar el preescolar.

De echo, creo que me ponía más sensible a mi que a él, y el que se pondría a llorar como un niño no sería el.

Apreté la pequeña mano de Leah, quien claramente nos acompañaba y sonreí suavemente.

No es para llorar, eh.

Mi mente me advertía, y no era que yo quisiera llorar o algo, pero sentía aquella opresión en el pecho que me asustaba.

Estaba contento, porque aquel era un pasito más en el crecimiento de mi hijo, y que yo pudiera verlo feliz por eso me alegraba a mi también. El echo de estar presente en esas cosas me hacía feliz.

—Hasta luego cielo, vendré a buscarte dentro de un par de horas, no será mucho y…

Suspiré mientras lo veía asentir ansioso. Me agaché a su altura y Alec no tardó en pasar sus bracitos por mi cuello, en un rápido abrazo.

Repitió la misma acción con Leah y le dio un pequeño beso en su mejilla. Yo fingí que no me derretí en ese mismo momento y me dediqué a verlo correr hacia la entrada, con una mochila, que era más grande que él, balanceándose de un lado a otro.

—Papi, ¿Por qué yo no puedo ir con Alec?

—Porque tu todavía eres pequeña para venir aquí, mi vida… pero que, ¿No quieres pasar el día con papá?— murmuré divertido mientras le hacía leves cosquillas.

Leah no tardó en aclararme que aquello no era así mientras caminábamos hacia el auto.

El camino hacía la empresa fue corto, sobretodo cuando tenía a mi pequeña contando historias sobre ogros y pingüinos.

—¿Entonces Freddy se deslizó por el hielo?

—¡No, papi, ese es Locky!— chilló entre risitas.

—Pero Freddy es el pingüino, entonces si Locky fue el que lo hizo… ¿Por qué un ogro se deslizaría por el hielo?

Leah prosiguió a explicarme el porque un ogro si podía hacer eso, mientras seguía inventando historias que solo en la mente de una niña pequeña y fantasiosa podían existir. No era nada coherente.

Suspiré suavemente mientras entraba al lugar, alzando levemente la barbilla y apretando a mi hija contra mi.

Nadie había dicho nada para que este a la defensiva, pero la gente me miraba y eso me molestaba.

Es normal, me repetía. Es solo curiosidad. Después de todo, mis empleados conocían a mi esposa y la existencia de mi hijo, pero solo eso. Leah no entraba en la ecuación.

En el ascensor habían unas cuantas personas, pero luego de un corto saludo me dediqué a ignorarlos, concentrándome en mi hija. Y en como le podía impresionar tanto algo tan simple como un ascensor.

Se reía un poquito cada vez que frenaba en algún piso y me miraba toda ilusionada.

—Parece que tamos flotando— susurró.

Un Padre, Cinco HijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora