CAPÍTULO 47: Cita soñada

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CAPÍTULO 47: Cita soñada

Allen

—De verdad, papá, esto es mucho hasta para ti.

Christopher suspiró resignado y caminó a paso lento hacia el auto, sonando su nariz en el proceso.

Chasqueé la lengua y arremangué las mangas de mi camisa, frustrado por lo desaliñado que me veía. Con la camisa húmeda y arrugada, el cabello desordenado y apestando horriblemente. Jamás me había visto tan horrible en mi vida.

Escuché una risilla a pasos míos y suspiré, bajando mis hombros levemente.

—Allen, acabas de salir del hospital y ni así puedes dejar de pensar en como te ves.

Solté un vago suspiro antes de sonreír, viendo como su cabello se movía ligeramente por el viento de aquella mañana. Tenía aquel vestido blanco que tan bien le quedaba, manchado de una forma atroz, la nariz rojiza, el cabello revuelto y aún así se veía bonita.

—Lo siento, Val, no quería que nuestra primera cita terminara así.

Ella negó, mirando hacia un costado, para luego sonreír traviesa y mirarme directo a los ojos.

—¿De qué hablas? Siempre quise pasar la noche en la guardia de un hospital. Es la primer cita soñada por cualquier mujer de treinta años.

—¿Ah, si?

Valiere asintió, desviando su mirada hacia el taxi que la esperaba.

—Debo irme, espero tu llamada.

Le sonreí nuevamente antes de perderla de vista, sintiendo las miradas insistentes de quienes me habían ido a buscar.

—Christopher, no deberías haber salido de la cama, ¿lo sabes, cierto?

Mi hijo asintió, abrazando su frazada y sonriendo como un niño pequeño.

—No podía perderme esto—río, entrando al auto— . Entonces, ¿qué fue lo que hiciste?

Solté un suspiro y cerré la puerta del auto.

—Mi culpa no fue.

La cena no estaba resultando tan mal. Valiere me había contado como Asher le había armado aquella cita para que se despejará un poco y yo le tuve que contar lo persuasivo que podía llegar a ser el adolescente que tenía en casa.

—Había olvidado lo que era cuidar de un bebé—mencionó en un suspiro—. Asher fue mi primer y pensaba que mi último hijo—río—. Pero luego llegó a Sarah, me divorcie… todo fue muy raro por un tiempo.

Me había contado su historia en resumidas cuentas. Se enamoró joven, tuvo a su primer hijo, se casó y hacía dos años se había divorciado. Sin embargo, antes había nacido una pequeña bebé llamada Sarah.

Yo evité contarle con detalles mis desastres amorosos, pero nombré a las madres de mis hijos. También le conté algunas de sus travesuras y ella las de su hijo.

Cuando llegó la champaña me encargué de presumir mis habilidades, claro.

—Esta media trabada—murmuré, cuando noté que no me salía. Sonreí incómodo e hice más fuerza.

Valiere río por la imagen y se apresuró a preguntar.

—¿Quieres que lo haga yo?

—Vamos, la botella no puede conmigo, yo puedo con ella—murmuré, viendo como el mozo se acercaba en mi auxilio.

—Señor…

Respiré hondo rápidamente cuando escuché aquel sonido tan característico, sin embargo, el forcejeo había evitado que prestara la suficiente y correcta atención a la dirección del corcho.

El chillido que ella soltó y la impresión hizo que yo soltara la botella, empapó mi camisa y cayó al suelo en un fuerte estallido, sin embargo, mi vista estaba en el rostro contraído de aquella mujer.

—Dios… ¡lo siento tanto!

Tomé de la mesa las servilletas y las dirigí a su nariz, justo donde había golpeado aquella arma letal que yo dirigí a su rostro.

—Lo siento muchísimo—repetí, sin saber porque número iba. Había perdido la cuenta.

Valiere sonrío como pudo, sosteniendo la servilleta en su nariz. Mis manos se movían nerviosas por toda su cara, intentando controlar aquella cascada roja que salía de su nariz.

—Allen, no pasa nada—murmuró, usando aquella voz ahogada que tanto pánico me daba.

Puse otra servilleta en su rostro cuando la anterior se empapó por completo y la solté de inmediato cuando la escuché chillar.

Mordisqueé mis uñas y sentí un leve mareo cuando vi sangre en mis manos, en mi camisa, en su rostro, en vestido.

—¿Allen? no pasa nada—repitió—, ya pasará… te ves un poco pálido.

Extendió su mano hacia mi. Su delicada mano, con uñas largas, puntadas de un bonito y pulcro blanco, que de pulcro en aquel momento no tenía nada, porque estaba repleta de sangre descontrolada.

—Dios, no puedo respirar.

Valiere frunció el ceño y me dijo algo. Algo que claramente no escuché. Mi cabeza giraba levemente, la gente nos miraba alarmada y la comida se enfriaba sobre las mesas.

—Me voy a desmayar—susurré, viendo su bonito vestido blanco manchado de mucha sangre.

Y efectivamente, sucedió. Todo mi mundo se puso en blanco durante unos pocos segundos, antes de sentir un golpe y que todo se volviera oscuro.

Un Padre, Cinco HijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora