CAPÍTULO 35: Guardería

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CAPÍTULO 35: Guardería

Allen

Cuando le hablé a Leah sobre las guarderías, no le había parecido una mala idea. Quizás era porque no lo había entendido del todo, pero ese día me lo confirmó.

Durante toda la mañana visitamos diferentes guarderías que tenía en mente. Nada me gustaba lo suficiente. Todo tenía algún error.  No confiaba en el lugar, ni en la gente, para dejar a mi hija. Y ella no me ayudaba.

Si, pero tu eres el padre.

—No me gusta—me susurraba, con miedo a que otra persona la escuche.

Y se me hacía todavía más complicado, porque no podía dejarla en un lugar en el que ella no quisiera estar. Aún así, mi idea de no llevarla más a la empresa seguía en pie.

No es lugar para una niña. Me lo repetía siempre que la miraba.

Los niños no discutieron tanto por su colegio.

Rodé los ojos y recordé sus reclamos. Aún así, no se habían mostrado tan reacios como ella. ¿Quizás la estaba malcriando? Siempre me había dado miedo eso.

Siempre pensando idioteces.

Chasqueé la lengua y estacioné el auto. Miré con cautela la reacción de Leah. Aquella guardería era un poco más pequeña, pero era la que más accesible quedaba de camino a casa. Estaba cerca del colegio de los niños, por lo que me facilitaba mucho el regreso a casa. Aún así, no la veía la mejor opción, por esa estaba casi a lo último en mi lista.

Si, la lista de tres guarderías. Bueno, pero esa había sido la lista final, la primera era mejor no leerla, o no terminaría nunca.

—¿Es aquí?

Volví a concentrarme en ella cuando me habló, y asentí. Estudiaba el lugar con los ojos entrecerrados, siendo quizás hasta más calculadora que yo.

—¿Vamos a entrar? Es la última por hoy, luego tenemos que ir por tus hermanos.

Leah asintió y esperó con paciencia a que yo bajara y le abriera la puerta. La saqué de su silla y la dejé a mi lado, mi niña tomó mi mano mientras activaba la alarma del auto.

—Esta no es tan colorida—murmuré. Leah asintió.

Toqué timbre y esperamos a que nos abrieran.

—Buenos días, tengo una cita con la directora.

El conserje nos hizo pasar y rápidamente nos guío hasta el despacho de aquella mujer.

—Oh, señor Anderson, lo estábamos esperando.

La mujer, sonriente y alegre, se acercó a nosotros. Bajó su vista y sonrío aún más, acomodó el cabello rubio que caía por su rostro y habló.

—Tu debes ser Leah, te estábamos esperando.

Mi hija sonrío con vergüenza y se aferró a mi mano, escondiendo la mitad de su cuerpo detrás de mí.

—¿Empezamos?—me preguntó. Asentí, y la seguí.

Era una mujer más joven de lo que me había esperado. Vestía formal, una falda tuvo hasta arriba de las rodillas, negra, claro y una camisa blanca. Tenía el cabello suelto, caía en ondas por su espalda y le llegaba hasta la cintura. Carraspee levemente cuando dio media vuelta y se encontró con mi mirada. Sus ojos eran celestes, tenía labios pequeños y rosados.

—¿Tiene alguna pregunta?—preguntó con suavidad. No.

—¿Hay niños ahora mismo?

—Oh, claro. Ahora nos estamos dirigiendo a la sala de cuatro, donde estaría Leah.

Un Padre, Cinco HijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora