CAPÍTULO 39: Conteniendo su dolor

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CAPÍTULO 39: Conteniendo su dolor

Allen

Respiré hondo y acaricié su cabello, fijando mi vista en la televisión. El volumen estaba bajo, casi no se escuchaba, pero la película navideña que se reproducía calmaba un poco mis emociones.

Había poca luz, apenas estaba prendida una lámpara al lado del sillón, sin embargo, aquello era lo más reconfortante.

Chris estaba apoyado en mi pecho, mirando fijamente la televisión como si fuera sumamente interesante mientras sostenía entre sus manos una taza de té.

—Este té me gusta—susurró sin mirarme.

Sonreí con suavidad. Lo cierto era que desde que aquel niño había llegado a mi casa, el té de tilo era algo que no podía faltar en mi despensa.

—¿Te divertiste hoy?—susurré con cuidado.

No quería creer que quien lo había hecho llorar de aquella manera, tan desolada, había sido yo.

—No—respondió, sin embargo, no dijo nada más.

Respiré hondo y desordené su cabello, justo antes de hablar.

—Ya, lamento haber asumido que te gustaban las niñas, es lo más normal, no lo pensé… eso tampoco lo pensé, no quiero decir que no seas…

—Si, entiendo—me cortó, sonriendo en pequeño.

Solté un pequeño bufido y fruncí el ceño.

—Me da igual quien te guste—susurré—, pueden gustarte las mujeres, los hombres o los extraterrestres. Siempre vas a ser mi bebé, y no hay nada en este mundo que pueda hacerme cambiar de idea.

Lo escuché respirar hondo y, despacio, bajó su taza hasta sostenerla sobre sus piernas. Giró el rostro y lo levantó, mirándome fijamente.

—No habrá bebes ni esposas.

Hice una pequeña mueca.

—Al cabo que ni quería.

Mi hijo río y volvió su vista al frente.

—Vas a tener que esperar hasta que los mellizos crezcan, suponiendo que van por orden.

—En realidad no quiero pensar en mis hijos de ocho años casados y con bebés.

Chris levantó su vista nuevamente y entrecerró los ojos al mirarme.

—¿Y yo que?, estoy seguro de que hasta me querías intercambiar por vacas.

Rodeé los ojos y negué.

—Eso ya quedó viejo, por ti podría sacar una mansión o…

—¡Papá!

Reí cuando la indignación se escuchó en su voz. Sus ojos seguían rojizos, sus mejillas igual y el tono sensible en su voz seguía presente. Sin embargo, aquella tristeza desoladora se había aplacado un poco.

Volvió a acomodarse sobre mi y soltó un vago suspiro.

—Puedes contarme lo que sea, Chris, no quiero que estés triste por mi. Ya te lo dije, nunca me voy a decepcionar de ti. Y mucho menos por algo como esto.

—¿De verdad no te vas a enojar?—susurró. Negué, depositando un beso en su frente.

Soltó un suspiro de alivio que me hizo respirar hondo, ¿había alguien que se había enojado con él por aquello? No quería saber la respuesta, de echo.

—Los sentimientos no son algo que podamos controlar—murmuré—. Y aún así no tendría nada de malo, ¿lo sabes, cierto?

El asintió, separándose de mi para dejar su taza vacía sobre la pequeña mesita. Se volvió a acomodar y tomó mi mano, apretándola con fuerza.

Un Padre, Cinco HijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora