Capítulo cuarenta y ocho.

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Mi respiración estaba acelerada, mis párpados pesados y mis manos tiritaban por la reciente pesadilla que había tenido.

Suspiré entre la oscuridad del cuarto y observé el pequeño reloj de la mesa que estaba al lado de la cama. Eran las siete de la madrugada.

Tragué saliva e intenté calmar mi respiración, pero esta no cedía. Mi cuerpo tembloroso y sudado se levantó a duras y penas, y logrando un poco de equilibrio a pesar de no poder ver nada, me dirigí hasta el baño de la habitación.

Encendí la luz y mi reflejo me hizo sobresaltarme por unos segundos, suspiré redimida, traía unas enormes ojeras bajo los ojos y mi cabello estaba desparramado, como si este no hubiera sido cepillado en años.

No había comido, no al menos correctamente. Habían pasado unos días desde que abandonamos la casa de Cameron, y mentiría si dijera que estaba bien con ello.

Estaba mal, muy mal. La falta de apetito era cosa de cada día, mi rostro estaba pálido y descuidado, mis ojos hinchados a causa de las lágrimas que derramaba cada día, y las tremendas ojeras que traía por no dormir correctamente.

Era un corazón roto, pero me dolía todo.

Y lo extrañaba, lo extrañaba tanto que dolía.

Cepillé mis dientes con cuidado, estaba algo mareada y mi estómago se retorcía, hace cuatro días estábamos aquí y yo no había podido salir de mi habitación más de dos veces.

Era una casa bellisíma, era grande y muy espaciosa, me preguntaba cómo Jack tendría el
dinero para mantener algo así teniendo veintiún años.

Escupí la pasta dental y cerré los ojos unos segundos, imaginando que el dolor
saldría de mi cuerpo, pero nada cedía.

Cameron había acabado conmigo, había acabado con mi felicidad y con toda mi vida, pero no podía evitar extrañarlo como lo hacía en estos momentos, escuchar su voz y que sus suaves manos me tocaran como lo hacía.

Suspiré rendida, hoy me graduaba de la escuela, pero ni siquiera aquello lograba destellar un poco de felicidad.

Me sumergí en el agua caliente de la bañera, dentro de unas horas al fin me graduaría de la escuela y podría optar a un trabajo para que mi madre y yo no estuviéramos eternamente junto a Jack.

Jack se había comportado de forma muy amable conmigo, no tenía idea de cómo podría pagarle todo lo que hace por mi. Aunque bueno, se me ocurrían unas ideas.

Me coloqué la toalla alrededor del cuerpo por unos minutos luego de salir de la ducha valiente, al menos ahora tenía un aspecto más humano.

Mi teléfono comenzó a vibrar, no me había dado cuenta que ya eran las 8:00 de la mañana y que seguramente mi madre ya debía de estar despierta, un mensaje de Viena se encontraba en las notificaciones.

"He pedido el día, nos vemos en tu graduación. xx."

Sonreí por inercia, esa chica realmente se había convertido en una amiga para mi. Habíamos concordado que le contaría todo cuando la viera, era muchísimo mejor.

Además, odiaba las conversaciones por teléfono, me gustaba ver la reacción de las personas.

Maquillé mi rostro, intentando tapar aquellas ojeras que eran casi imposible de cubrir, pero luego de unos diez minutos, lo había casi logrado.

Me maquillé poco, admiraba las chicas que se maquillaban bien, pero eso es algo que nunca logré.

Mi cabello estaba recogido en una coleta alta y unos pantalones junto a una blusa blanca cubrían mi cuerpo en este momento, sabía que sobre esto nos colocarían una especie de traje y un sombrero de graduados.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora