Barricada

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«¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?»

-Querida vida. Cuando dije si el día no podía ir peor, era una puñetera pregunta retórica, no un reto -y no pudo más que vaciar la botella de un trago, porque la vida había superado el puñetero reto.

Una barricada. No habían tenido mejor maldita idea que montar una puñetera barricada. Como toda la semana de disturbios y protestas no había sido suficiente, habían tenido que montar una puñetera barricada.

Lo cual no era una muy buena idea si a lo único que tenían acceso era a mobiliario del IKEA. Astrea llevaba al menos quince minutos gritando a todo el mundo porque no aparecía el manual de instrucciones de la mesa tras la que se intentaban parapetar, y medio tablero no les servía para mucho. Renée correteaba de un lado a otro con la mirada perdida, Mikel había aparecido de pronto con un pequeño arsenal (¿¡de dónde demonios había sacado las armas!?), Beatriz cantaba la Internacional a voz en grito y se enfrentaba a todo el que le pasaba por delante, y el resto... Raquel ni siquiera sabía qué demonios hacía el resto. Ella bebía en una esquina, y se preguntaba cuánto tardaría su Artemis en darse cuenta de que era ella la que había escondido las instrucciones. Quizá eso les retrasase lo bastante para pensarse dos veces el lío en el que se estaban metiendo.

Todo se había ido al infierno en tan poco tiempo que resultaba casi surrealista.

-¡Dorian! ¿Tenemos todas las armas? -gritaba Astrea, como una auténtica general- Mikel, Erni, ¿qué hacéis? ¡Se nos acaba el tiempo! Oh, maldición, Raquel, ¡baja esa botella!

Raquel la miró con una sonrisa burlona, y se llevó la botella a los labios con excesiva parsimonia. Astrea bufó, cruzó en dos zancadas el espacio que las separaba, y se la arrebató de la mano.

-Esto no es una discoteca. Vete a beber a otro lado.

-Yo quiero beber aquí.

-No. Bastante tenemos ya con todo esto, no quiero tener que preocuparme también por ti. Vete. Este no es lugar para borrachas como tú.

-¡¡¡Que vienen!!! -llegó corriendo Nina. Mikel la ayudó a trepar la barricada, y se desplomó jadeando contra la mesa que aún no habían conseguido montar. A su espalda, el estruendo de cientos de pesados pasos les ensordeció momentáneamente. Ni siquiera Astrea consiguió disimular del todo el escalofrío de terror que la recorrió.

La policía ya estaba allí, con sus pesados escudos, empuñando las porras, e inundando la calle de una aterradora marea azul que caminaba al unísono. Beatriz cantó más alto, y alcanzó una de las pistolas que Dorian había dejado abandonadas en el portal de la chocolatería.

-No -la detuvo Erni- . Nada de armas de fuego. No vamos a caer en ello. Nadie va a escucharnos si nos entregamos a la violencia sin sentido.

-Además, disparar primero equivaldría a provocarlos -respondió Astrea. Sorprendía la calma de su voz, el completo dominio de sí misma que poseía. Miraba a su alrededor con lentitud, memorizando los rostros de sus amigos, el espacio que pensaban defender. Pareciera que su mente no dejase de urdir planes- . Si nosotros disparamos primero, ellos devolverán el fuego. No tendremos ninguna oportunidad. Contengámonos, por ahora.

Habían erigido la barricada en la Plazuela de San Ginés, cerrando las dos calles que desembocaban en ella justo por la esquina de ambas, de forma que no tendrían que dispersarse mucho para defenderlas. El pasadizo que quedaba a sus espaldas había sido totalmente bloqueado con cubos de basura y muebles, y en el pequeño espacio que quedaba para ellos, todos se afanaban en disimular su miedo y preparar las cosas para el enfrentamiento. La única forma de salir de allí era atravesar la barricada, o por la puerta trasera de la chocolatería, en la que habían guardado las armas, y también el material médico que Erni y Renée habían conseguido llevar. Apestaba a lluvia y a miedo, y la presencia de los policías al otro lado traía consigo un frío espantoso en sus huesos.

-Esto no va a salir bien -musitó Renée, pero, en el completo silencio que había caído sobre ellos, todo el mundo lo escuchó.

Era una locura. Una locura que había empezado demasiado rápido, que llevaba mucho tiempo bullendo, que estaba destinada al fracaso.

-Vientos del pueblo me llevan -recitó Astrea, apretando con furia la bandera arcoíris- , vientos del pueblo me arrastran -comenzó a trepar la barricada, con la bandera en la mano y los dientes apretados- , me esparcen el corazón -Raquel tuvo que apartar la mirada ante la angustia que no le dejaba respirar- y me aventan la garganta.

Y clavó la bandera en lo alto de la barricada y se quedó allí, erguida sobre el ejército azul representante del sistema que pretendían cambiar. Por ellos, y por los que vinieran después.

Porque incluso la noche más oscura acaba, y el sol vuelve a brillar de nuevo.

«Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta»

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(¿Recordáis ese momento en el que dije "no, aquí no va a haber una trama principal"?.... Pues eso. Poco he tardado en romperlo.

En fin, espero que os guste mi primer intento de revolución.

PD: Los versos son todos de "Vientos del pueblo me llevan", de Miguel Hernández. He dejado en multimedia una versión maravillosa que como banda sonora de este capítulo pues es también maravillosa.)

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora