Mejor como amigos

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Dos semanas. Eso es todo lo que duró su extraño romance.

No porque no lo intentaran, porque lo intentaron con todas sus fuerzas. Se esforzaron por encontrarse tiempo en sus apretadas rutinas, por compaginar más su vida con el otro. Se esforzaron por cambiar su relación para adaptarla al concepto que tenían de un noviazgo. Fue difícil y sonaba artificial, pero lo consiguieron, más o menos.

Pero había algo que no terminaba de funcionar, y no era únicamente su artificialidad, o lo que les costaba aún darse la mano por la calle o saludarse con un beso. Era algo menos visible, que estaba allí a la vista de todos, pero que no alcanzaban a entender.

Quizá tuviera que ver con que no habían vuelto meterse en la cama juntos. No por falta de oportunidades, sino porque ni siquiera habían vuelto a pensar en ello. Y Astrea sabía que no debería preocuparse (a ella no le preocupaba), pero sabía también que a Dorian sí le preocupaba. Pero nunca encontraba la forma de hablar con él.

Y discutían a menudo, algo que nunca les había pasado. La mayor parte de las veces, ni siquiera sabían cuál había sido el detonante. Un día fue porque Astrea tardó demasiado en lavarse el pelo, al siguiente, porque Dorian se terminó la última tableta de chocolate. Habían discutido también porque no conseguían ponerse de acuerdo con a dónde salir para su cita, porque Dorian le había sonreído con demasiada coquetería al camarero, o porque Astrea no se había dado cuenta del nuevo maquillaje de Dorian y no le había dicho lo guapo que estaba.

Sus discusiones eran breves y violentas como una tormenta estival, y acababan cuando uno de ambos (generalmente, ella) se daba cuenta de que estaban siendo ridículos, y se reconciliaban con una película y un bol de palomitas... Hasta que pasaba otra tontería, y volvían a discutir.

Era una locura, y no estaba funcionando. A Astrea le frustraba, porque Dorian era guapo, divertido, igual de comprometido que ella, y por mucho que supiese de sus antecedentes libertinos, la quería, y ella le quería a él. Debería ser perfecto, según toda esa gente que decía que no había nada mejor que enamorarse de tu mejor amigo. Pero no lo era, no funcionaba, y Astrea empezaba a preguntarse si no habría confundido la luna con las estrellas reflejadas en la superficie del estanque, si no habría confundido el amor romántico con el profundo amor de la amistad.

Aquel día, llegó a casa cansada después de haberse quedado en la biblioteca hasta la hora de cerrar intentando terminar un trabajo. Llevaba más cafeína que sangre en las venas, y lo único que quería era darse un baño caliente, tomarse una infusión e irse a dormir.

Y, como suele pasar en estos casos, el universo le había previsto otra cosa.

Llegó a casa para encontrarse a Dorian dando vueltas en círculos como un animal enjaulado, agitado, despeinado y sin maquillar. Apenas la vio llegar, se lanzó hacia ella y la besó con rabia, con demasiado nerviosismo. Del susto, Astrea dejó caer su cartera al suelo, y los libros que llevaba dentro hicieron temblar la habitación a causa del golpe.

-Dorian, ¿qué...?

Pero él no la dejó terminar. La besó de nuevo, con más furia, y la tiró al sofá. Comenzó a quitarle la ropa mientras la besaba, y aunque Astrea estaba francamente sorprendida, no iba a quejarse, así que correspondió a sus gestos.

Pero de pronto, Dorian la alejó de él, aún más agitado, y saltó a sentarse en el otro extremo del sofá. Astrea suspiró, hizo acopio de paciencia, y se acercó a él mientras se recolocaba la camisa.

-Courf, ¿ha pasado algo?

-Lo siento, yo... Mierda, lo siento, A, yo te quiero, te quiero un huevo, pero...

-Pero no te atraigo -completó ella, forzando una sonrisa amable, y posándole una mano tranquilizadora en el hombro- . Es eso, ¿verdad?

-¿Cómo lo has...?

-Por favor, Courf, que estamos hablando de ti. Estás obsesionado con el sexo, desde que te conozco, no hay semana que no traigas a alguien distinto a casa. ¿Y no nos hemos tocado en dos semanas, aunque vivimos juntos? No hay que ser un genio para darse cuenta.

-¿Y por qué no has dicho nada? -acusó él, y Astrea trató de ignorar la angustia de sus ojos de esmeralda.

-No es algo... tan importante para mí. Creí que querías darme espacio.

-¡Pues podrías habérmelo dicho! -casi gritó él, y se veía venir una de sus discusiones.

-Tienes razón -admitió ella, porque no era el momento para una nueva pelea. No allí, no en ese estado. Esa vez, podría acabar realmente mal- . Lo siento. Pero era... extraño. No es algo de lo que sepa cómo hablar, no... contigo.

-¿Por qué? ¿Es que he hecho algo mal?

-¡No! Pero... no me sale hablar estas cosas contigo. Suena... artificial. Como si no tuviera que pasar de verdad.

-Esto no está funcionando -suspiró Dorian, y cerró los ojos con cansancio- . Es muy forzado, y creo que nos está agotando a ambos. Quizá... Quizá...

-Quizá estemos mejor siendo amigos -terminó Astrea, intentando sonar tranquilizadora. Supo que lo había conseguido cuando la angustia desapareció de la mirada de su amigo, que esbozó una sonrisa. Y la angustia que se le había atascado a ella en la garganta se aligeró de pronto, y pudo volver a respirar.

-Creo que soy demasiado gay para salir contigo -bromeó Dorian, y ambos dejaron escapar una carcajada con la que se evaporaron toda la tensión y el miedo.

-Nadie se cree eso -rio también ella, y se levantó del sofá. Quizá la explicación fuera que eran más hermanos que amantes, porque de pronto, fueron capaces de volver a actuar con naturalidad respecto al otro- . Voy a hacer chocolate y palomitas. ¿Qué peli ponemos hoy?

-Pues creo que hoy me apetece un dramón, ¿qué me dices?

-¿Sabes qué? Pon Los Miserables.

Y por increíble que parezca, su amistad se benefició de este traspiés, se fortaleció. Se convirtieron casi en hermanos, se conocieron más que nunca. Y supieron apoyarse en el otro para seguir adelante.

Así, cuando al acabar los exámenes, Astrea decidió mudarse a Madrid, Dorian no dudó ni un minuto en ir con ella.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora