Provocación

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Si le hubiera pasado a cualquier otro, quizá (aunque nadie lo creía realmente), lo hubieran dejado estar.

Pero le pasó a Joan. Joan, la persona más dulce sobre la faz de la tierra. Joan, que el acto más cruel del que era capaz era dejar morir a sus plantas por olvidarse de regarlas. Joan, que era como el hermano pequeño de todos y cada uno de ellos.

Nadie merecía eso. Pero nadie lo merecía menos que él.

Era de madrugada; acababan de terminar los exámenes, el Orgullo se acercaba, y era una de esas raras noches en que habían conseguido convencer a Erni y Astrea para salir con ellos a una discoteca. En Chueca, obviamente, porque allí todos querían besar a sus parejas, y evitarse problemas con la gente, y se suponía que allí no tendrían tantos.

Dorian había salido a fumar, lejos de la puerta y de la gente. Fumaba mucho desde que Erni le había dado calabazas. Joan, que empezaba a agobiarse dentro del local, había decidido acompañarle, y más tarde se les unió Mikel, que estaba fracasando estrepitosamente en su propósito de dejar el tabaco. Era de madrugada, y el callejón al que salieron estaba prácticamente desierto, si no fuera por la pareja que fumaba también alejados de ellos.

-Así que, vosotros dos… ¿estáis juntos ahora?

Joan se atragantó, sonrojó, balbuceó y apartó la mirada, todo a la vez. Dorian esbozó su característica sonrisa traviesa.

-Básicamente. Aunque aquí a nuestra pequeña flor aún le cueste procesarlo -sonrió, y tomó la mano de Joan. Estaba muy guapo esa noche, con el cabello anaranjado recogido en una trenza hacia el lado, salteada de margaritas y dientes de león. La blusa azul le daba un aspecto etéreo, e incluso había dejado que Dorian le pintara los ojos, que brillaban como pequeñas luciérnagas en la noche. Joan podría tener muchas musas, pero él era la de Dorian.

-¡Dorian! -regañó Joan, pero no pudo disimular su sonrisa. Mikel sonrió también. Era raro cómo dos personas tan distintas podían inspirar tanta ternura.

-¿Qué? Es demasiado tarde para cambiar ese apodo, asúmelo.

-Cállate -Joan siempre tenía que ponerse de puntillas para besarle, pero no le importaba. Porque entonces Dorian le rodeaba la cintura con los brazos y le atraía hacia él, y el mundo exterior dejaba de tener sentido.

Pero aquella vez fue diferente. Aquella vez, los brazos de Dorian no llegaron a rodearle. Alguien le empujó primero, y Joan cayó al suelo. Se golpeó la cabeza con las baldosas sucias, y un reguero de sangre le corrió por la frente. El mundo se volvió negro unos instantes.

-Maricón de mierda -le escupieron- . Los de tu especie no tendrían que tener permitido salir a la calle.

Eran cinco. Grandes, rubios, vestidos con polos y náuticos, borrachos. Y con el asco pintado en las miradas.

-¡Eh! -se encaró Dorian, mientras Mikel corría a ayudar a Joan- ¿Qué cojones te crees que haces? ¿Qué pasa contigo?

-Cállate, comepollas. ¿Qué vas a hacer tú? ¿Quieres tú también, eh, marica? ¿Quieres que te enseñe lo que es un hombre de verdad?

-Ve a buscar a los demás -le susurró Joan a Mikel, levantándose para sujetar a Dorian. Apenas lo hubo dicho, su amigo se escabulló de vuelta a la discoteca, y él se interpuso entre ellos, y trató de tranquilizar a su ¿novio?- . Dorian, déjalo. Vamos dentro, por favor. Olvídalo.

Pero Dorian no podía obviar la sangre en el rostro de Joan, que le hacía hervir las entrañas. Apretó los puños, y no se movió del sitio. Los otros cinco seguían burlándose, y la pareja del final de la calle había empezado a grabar.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora