Amigos

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Dorian recordaba a la perfección el día que la conoció. Acababa de empezar el curso en la Universidad de Granada, y él fumaba y se regalaba la vista con la gran cantidad de gente guapa que pasaba por delante de la puerta de la Facultad. Hacía diez minutos que empezaba su clase, en teoría, pero era el primer día, así que, ¿qué más daba?

Fue uno de esos encuentros que sólo pasan en las películas. Ella caminaba con la cabeza hundida en un mapa, y él se había quedado absorto en el trasero de un profesor, así que sucedió lo esperable. Y chocaron.

A él se le cayó el cigarro, a ella, la enorme cartera llena de libros que llevaba colgada al hombro, y el mapa de la mano. Ella recogió su cartera, él le alcanzó el mapa.

Y cuando levantó la cabeza y su mirada se encontró con la de ella, casi se olvidó de respirar. Tenía los ojos más azules que Dorian hubiera visto nunca, el cabello tan rubio que parecía casi plateado, y una belleza marmórea, como de estatua clásica. Pero ese jersey verde le quedaba fatal, la verdad.

-Gracias -dijo ella, cuando le tendió el mapa. Tenía una voz suave, profunda, firme. Seguramente, no le costaría hacerse escuchar.

-¿Eres nueva aquí? -preguntó, con auténtica curiosidad. No parecía uno de esos estudiantes de primero que miraban a su alrededor con expresión perdida, pero sin duda no conocía la universidad. Quizá fuera una estudiante de Erasmus.

-Sí, he llegado esta mañana. Busco la Facultad de Filosofía, ¿puedes ayudarme?

-¿Filosofía? -Dorian frunció el ceño- Eso está a casi media hora de aquí; esto es Derecho. ¿Cómo te has perdido tanto?

-Ya te lo he dicho, acabo de llegar. Y se me dan muy mal los mapas -admitió.

-Puedo acompañarte, si quieres, no tengo nada que hacer ahora -mintió- . Por cierto, soy Dorian.

-Astrea -le estrechó la mano. Era pequeña, delicada y pálida, pero firme, como su voz.

-¿Estás de Erasmus? -preguntó mientras echaban a andar. No conseguía identificar del todo su acento, pero no sonaba extranjero, y eso le extrañó, porque nadie que no viniera de fuera empezaba el curso en octubre.

-Algo así, pero no vengo de fuera -rio ella- . Estaba en Burgos, pero me dieron la beca para venir.

-¿Y dónde te quedas?

-Pues... no lo sé. Esta noche en un hotel, probablemente. No he tenido tiempo de buscar piso.

-¿Es en serio? -Dorian se quedó clavado en el sitio. ¿Quién en su sano juicio se iba fuera a estudiar sin molestarse en buscar alojamiento?- Vaya, aventurera, me gusta -y ella sonrió, una sonrisa que brillaba como una estrella- . Pues está de suerte, mademoiselle, porque en mi piso acaba de quedarse una habitación libre -Dorian la tomó de la mano, y fingió una reverencia- , y sería todo un placer que la aceptara.

-Vaya, monsieur, es toda una oferta -Astrea le devolvió la reverencia, y dejó escapar una risita- . Aventurero también. ¿De verdad quiere tener como compañera a una extraña?

-Si es una tan bonita como usted, por supuesto -y retomaron el camino hacia la Facultad- . Además, así me ahorro la entrevista a los que puedan llegar a contestar a los anuncios que he puesto en el campus, y te hago un favor. Dos por uno, ¿no?

Discutieron el tema un poco más, principalmente las cuestiones presupuestarias y de ubicación, pero, como Astrea no conocía la ciudad y no le importaba madrugar para ir a clase, esto último no era un problema, y el presupuesto resultó ser menor de lo que esperaba, no tardó en aceptar su oferta. Pero, por mucho que lo intentó, Dorian no consiguió que Astrea no entrase a clase cuando llegaron a su Facultad, y tuvo que conformarse con la promesa de que esa noche cenarían juntos en el piso.

No podía saberlo entonces, pero cuando Astrea hacía una promesa, siempre la cumplía. Así que esa noche cenaron juntos, y también la siguiente, y la siguiente, y en poco tiempo se habían convertido no sólo en compañeros de piso, sino en grandes amigos. Se contaban todo, estudiaban juntos, salían juntos, hacían vida juntos, reían, lloraban y hacían planes juntos. Casi parecía como si se conocieran de toda la vida.

A Astrea no le costó mudarse; apenas había llegado a Granada con una maleta con lo puesto, algo de ropa, tres libros y un ordenador portátil; lo demás, lo iría comprando con los meses, o simplemente, prescindiría de ello. Pasaba mucho tiempo en el ordenador y fuera de casa, y Dorian fue aprendiendo por qué: Astrea era activista en tantas causas que le daba dolor de cabeza tan sólo intentar recordar cuáles. Asistía a protestas, organizaba reuniones, publicaba artículos en el periódico de la universidad, hacía contactos. De algún modo, le fue arrastrando ("cautivando", diría más tarde), y pronto se vio metido (aparte de en la organización anarquista en la que ya participaba) en una asociación por los derechos LGTB, en un club de lectura feminista, y en la organización estudiantil de Filosofía, que quién demonios sabía qué rayos pretendían. Aún no entendía cómo sacaban tiempo para todo (aparte de sacrificando muchas noches de sueño y convirtiendo el café en una suerte de religión), pero lo hacían.

Se complementaban bien juntos. Dorian arrastraba a Astrea a socializar cuando pasaba demasiado tiempo encerrada en casa; Astrea obligaba a Dorian a acabar los mil proyectos que solía dejar a medias. La disciplina de ella suavizaba el anarquismo de él, y la espontaneidad de él aportaba un toque de color a la rigidez de la vida de ella.

Con todo, y por muy guapa que pudiera llegar a parecerle, Dorian nunca habría esperado llegar a nada más con ella. Ninguno lo habían esperado.

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(¿Continuidad temporal? ¿Qué es eso, se come? No he oído hablar de ello en mucho tiempo.

Pienso culpar por completo de este capítulo y los que siguen a NathRossavel)

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora