Regreso

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(ADVERTENCIA: contenido relativamente sensible. Menciones a ataques de pánico y autolesiones. No es nada muy explícito, pero por si acaso)


Astrea no había querido volver a casa. Jamás había querido volver a casa.

Se había acostumbrado ya a vivir por su cuenta. Trabajar en cafeterías, librerías, supermercados, lo que fuera, a veces incluso en dos sitios a la vez. En Burgos era fácil vivir, la vida no era muy cara, y hasta pudo permitirse ahorrar. Pero echaba de menos estudiar, quería seguir estudiando, y, en cuanto tuvo la oportunidad, se matriculó en Filosofía. En Granada, porque ya estaba harta del norte, y quería conocer más culturas de su pequeño país.

Granada fue un sueño. De repente, el dinero llegaba, aunque no quería pensar de dónde, y tenía un amigo, una vida que merecía la pena. Estaba cómoda allí.

Hasta esa llamada. Esa maldita llamada.

Era Mina, por supuesto. Nadie más llamaría a las tres de la madrugada un jueves de mayo. Estaba teniendo un ataque de pánico, y quería hablar con su hermana.

-Respira, Mina -había intentado calmarla- . Respira. Mantén el aire. Y ahora espira. Eso es. Otra vez. Todo va a ir bien, ¿de acuerdo? Todo va a ir bien.

«No, Astry, nada va bien», lloraba Mina, al otro lado de la línea. Le costaba tanto respirar que era difícil entenderla. «No lo entiendes, nada va bien. He hecho el idiota. Iba bien, por fin iba bien, pero lo he estropeado, estoy segura de que ya no van a querer siquiera verme, y estoy sola, y papá...» la voz de le quebró en un nuevo sollozo.

-Shhhh. No hables de él. No hables de él, Mina. No se lo merece. Todo irá bien. Respira. Eso es. Dime, ¿qué ves a tu alrededor? ¿Hay algo de colores?

«No lo entiendes, Astry, no puedo», sus intentos por calmarla no daban ningún resultado. «Yo... lo he vuelto a intentar. He vuelto a cortarme»

Astrea maldijo. En voz demasiado alta.

Minerva ya le había contado hacía tiempo aquel incidente extraño que le ocurrió a principios de curso. Cuando se había... desmayado tras cortarse las muñecas, y al despertar, todo rastro de esa herida había desaparecido. Había sido algo muy extraño, pero a partir de entonces, había empezado a mejorar. No había vuelto a hacerse daño. Hasta entonces.

Pensó en decirle a Erni, la única otra persona a la que lamentaba haber dejado atrás, que la vigilara un poco, pero en seguida se le pasó la idea. Por lo que sabía de él, ya estaba bastante ocupado con la carrera como para hacerse cargo de más gente.

Lo pensó mucho. Aquella herencia... Podría permitirle volver a Madrid, y, con suerte, pasar el año sin trabajar. Y cuidar de su hermana. Cambiar de carrera, quizá, hacer algo más... útil que Filosofía. Cambiar.

La conversación duró mucho, hasta que consiguió calmar el pánico de Mina. Se juró al menos tres veces que algún día mataría a su padrastro, y que cuidaría de su hermana. Para cuando colgó, ya se había decidido a marcharse al acabar el curso.

Se lo comentó a Dorian. Y él, sin dudarlo un segundo, comenzó a buscar todos los papeleos requeridos para el traslado de universidad. Se iba con ella. Astrea pensó en cuánto lo quería, y en la suerte que había tenido de conocerlo.

Llamó a Erni, por primera vez en mucho tiempo. Habló con él, le contó lo que pasaba. Y Erni, como si no hubiera pasado el tiempo, como si ella nunca se hubiera marchado, tampoco dudó un segundo en asegurarle que, antes de junio, buscaría un piso para los tres. A Astrea le alegró saber que iba a volver a verlo, que podía seguir contando con él. Le quería muchísimo también, y le había echado de menos todos esos años.

Aquella herencia... Su madre había desaparecido hacía mucho. No había vuelto a saber nada de ella. Y de repente, a mediados de aquel año, había llegado un montón de dinero a su cuenta bancaria, y una carta:

“Este dinero te pertenece por derecho; tu padre lo dejó para ti. He tardado tanto en mandártelo porque esperaba que, al menos, la falta de él te mantuviera junto a tu familia. Veo que no ha sido así, así que no hay motivo para seguir negándotelo. Ten una buena vida, mi pequeña estrella. Y espero que algún día puedas perdonarme por poner mi vida antes que las vuestras.

Mamá”


No había sabido nada de su madre desde que se marchó. Y no volvería a saberlo. Pero aquel dinero era ahora suyo, y le bastaría para vivir cómodamente mientras estudiaba, hasta encontrar un trabajo.

Así que volvió. Viéndolo en retrospectiva, a lo mejor no fue la mejor idea dejar a Erni y Dorian solos nada más llegar, pero tenía que ir a ver a Mina. Así que tiró sus cosas en la habitación, y salió corriendo hacia la enorme casa de Bravo Murillo en la que se desarrollaban los peores momentos de su infancia.

Era martes, así que su padre estaría trabajando. Mina no la esperaba. Cuando le abrió la puerta, se le abrieron también mucho los ojos, y la abrazó entre lágrimas. Y Astrea tuvo que esforzarse mucho en tragarse también sus propias lágrimas.

Mina la hizo pasar a su habitación, que seguía igual de desordenada y punk que siempre, y le contó todo lo que ya le había contado por teléfono. Le habló de su fallido intento de suicidio, de su depresión y cómo había empezado a superarla, de su trabajo en la librería porque su padre jamás le pagaría la carrera de Literatura (y no por falta de dinero, precisamente), de lo que le encantaba su carrera y lo agotada que llegaba a casa todos los días. Le habló de aquel chico al que había conocido, Tristán, que se había convertido en su mejor amigo, y que se estaba convirtiendo en algo más. De Ángela, la hermana de Tristán, que era prácticamente su primera amiga. De cómo, a pesar de todo, había seguido escribiendo, había terminado el curso, había seguido adelante. Del silencio y el desprecio de su padre, y de cuánto la echaba de menos.

Astrea, sin embargo, no habló mucho de ella. No quería que su hermana supiera cómo se había ganado la vida los primeros años, cuando apenas tenía dieciocho y casi no había ni acabado el bachillerato. No quería hablarle de algunos de los trabajos más horribles que había tenido, de los problemas en los que se había metido, de todo el tiempo que había estado sola. Estaba allí entonces, y eso era lo que importaba.

-Entonces… -preguntó al fin Mina, con la súplica en el fondo de sus ojos de cobalto- ¿Vas a quedarte esta vez?

Astrea no pudo evitar abrazarla con todas sus fuerzas. Tuvo que esconder la cabeza en su hombro para que no le viera las lágrimas.

-Claro. Claro que voy a quedarme, rubia. Voy a quedarme y a cuidar de ti, siempre. Te prometo que no volveré a dejarte sola nunca.

Y Astrea cumplió su promesa. Se quedó.

Aún no había acabado del todo el curso en la Universidad Complutense, así que aprovechó para ir introduciéndose en las asociaciones que le interesaban, empezar a organizar cosas. Hizo amigos, pronto, más pronto de lo que esperaba. Por primera vez en su vida (porque hay que estar loco para hacerlo), pasó el verano en Madrid, aprendiendo, conociendo, organizando. Preparándose para el curso que viene, con todo lo que traería: el embrión de los Vientos del Pueblo, Erni y Dorian, Raquel y sus amigos, la nueva carrera y la nueva ciudad, cuidar de Mina. Parecía una montaña enorme de cosas por hacer.

Pero las haría. Porque era Astrea, y cumplía con todo lo que empezaba con una pasión raras veces vista. Porque era Astrea, y no le importaba sacrificar su vida para salvar a los demás.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora