Algo distinto

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La culpa la tuvo la fiesta del club de deportes de Derecho, es lo que repetirán siempre.

Llevaban una semana infernal, acostándose a las cuatro de la mañana por culpa de las entregas, y levantándose a las siete para poder ponerse al día con los estudios, mientras ayudaban a organizar la manifestación del 6 de diciembre. No hacía mucho frío, y el club de deportes de Derecho había decidido celebrar una sangriada.

Y Dorian, que hacía tiempo que le tenía echado el ojo al presidente del club, había decidido que iba a ir. Y por supuesto, iba a arrastrar a Astrea con él, aunque tuviera que llevarla con correa.

-Dorian, por favor, esto es ridículo. Sé vestirme yo sola.

-El jersey que te has puesto con esa falda me está chillando lo contrario -respondió sin mirarla, concentrado como estaba en rebuscar en su armario- . Deja de quejarte, no es como si te estuviera torturando.

-Dorian, que sólo es una sangriada universitaria. No necesito arreglarme. Sólo voy contigo.

-¡Exactamente, mademoiselle! -exclamó, extendiendo la ropa que tenía potencial encima de la cama- Vas conmigo, lo que quiere decir que tienes que estar deslumbrante. ¡Mi reputación no puede permitirse que me vean con alguien mal vestido!

-Oh, por todos los dioses -resopló Astrea- . Está bien, pero no pienso ponerme purpurina en los ojos. Eso te lo reservo para ti.

Dorian lo pasó en grande intentando vestir a Astrea. Siempre le había parecido que se sacaba demasiado poco provecho para lo guapa que era, y él estaba decidido a cambiar esa situación. Dejó que se quedara con la falda negra y las medias, pero eso fue todo. Le prestó una camisa blanca suya que le quedaba un poco justa, y sobre ella, la obligó a llevar aquella chaqueta de cuero roja que la había acompañado a comprar en su primera semana en la ciudad. Incluso consiguió pintarle la raya de los ojos y que se soltara el pelo, y en aquel momento, se peleaba con ella por la opción de ponerle un pañuelo negro al cuello.

-Courf, ya basta... al final llegaremos tarde...

-Lo bueno siempre se hace esperar, mademoiselle -rio él, forcejeando con ella mientras aún intentaba ponerle el pañuelo- . Vamos, es el toque final de mi obra de arte, deja de protestar...

Pero ella no dejaba de retorcerse, y acabaron ambos forcejeando sobre la cama. Al final, la tumbó y le sujetó los brazos con las rodillas. Cuando por fin consiguió atarle el pañuelo al cuello, ambos estaban jadeantes, despeinados, y con los ojos brillantes.

-Estás... -Dorian tragó saliva. El pelo revuelto y los labios entreabiertos le daban un aire salvaje que no le había visto nunca- Estás muy guapa.

-Oh, maldita sea, Dorian, se te ha corrido la purpurina -protestó ella. Se incorporó, y se limpió la purpurina que le había caído en la camisa. Luego tomó el rostro de él entre las manos para limpiarle la que le quedaba pegada en las mejillas.

Manos frías, firmes, suaves. Dorian se dio cuenta entonces de cómo le hacían aletear la sangre bajo la piel.

Astrea terminó de limpiarle las mejillas, pero no retiró las manos. Se había quedado colgada en sus ojos verdes, de igual forma que él se quería hundir en los de ella.

Y Dorian aprovechó la situación. Se acercó a sus labios, y los apresó en un beso lento, largo, suave, que terminó en un pequeño mordisco por parte de ella. Se quedaron abrazados, con las frentes juntas, y una sonrisa estúpida en el rostro, durante varios segundos. Le palpitaba el labio allá donde le había mordido, y su respiración, tan cerca de su boca, parecía incitarle a más.

Así que se lanzó a por más. Se besaron de nuevo, esta vez con rabia, con una pasión contenida que ni siquiera imaginaron que existiera. Ella terminaba cada beso con un mordisco, él volvía a por más como si la estuviera retando a apartarle. En algún momento, cayeron a la cama, y con ellos cayó su ropa, pero no dejaron de besarse.

Aquella noche, no salieron de casa, obviamente. Pero si alguien preguntase, le seguirían echando la culpa a la fiesta del club de deportes de Derecho.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora