1 de mayo

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Casi un año. Casi un año de reuniones en el Van Gogh, de manifestaciones y borracheras en compañía, de universidad y trabajos mal pagados, de suspiros clandestinos. Casi un año desde que los Vientos del Pueblo se habían conocido.

Las reuniones de abril estaban siendo frenéticas. El 1 de mayo (el día del trabajador) se acercaba, y ese año, querían hacer que importase. Que se acabasen las jornadas eternas por míseros 600 euros al mes, la explotación y la precariedad laboral, la imposibilidad de los jóvenes de conseguir un trabajo decente y salir de casa. No iban a conseguirlo ellos solos, y lo sabían, pero podían aportar su granito de arena.

Astrea llevaba casi una semana sin dormir, hablando con sindicatos, preparando pancartas, buscando solución a todo detalle que pudiera salir mínimamente mal. Parecía un zombi de ojos enormes, deambulando por el café con la mirada vidriosa y las piernas temblorosas. Llevaba tanta cafeína encima que le temblaban las manos al agarrar los lápices.

-¡Pero bueno! -suspiró Raquel, cuando la vio desplomarse sobre su undécima taza de café, derramando el líquido por encima de la mesa y del mapa extendido sobre ella en el proceso- Ya está bien contigo. Que parezcas una diosa no significa que tengas la inmortalidad de una. Lárgate a casa ahora mismo, nosotros nos ocupamos.

-No puedo... -bostezó la rubia. Ni siquiera se había dado cuenta de que la mitad del café le había caído encima de los pantalones- Aún tenemos que revisar las rutas...

-¿Por qué te importa tanto? No eres más que una niña rica, ¿qué vas a aportar tú al movimiento obrero?

Astrea la fulminó con un odio en la mirada que nunca le había visto antes, y eso que se había vuelto experta en ganarse sus miradas de odio.

-No siempre lo he sido -espetó- . Y eso no implica que no pueda ayudar -y se marchó con pasos erráticos, dando un portazo al salir. Por lo menos, R había conseguido su objetivo.

-¿Algún día aprenderás a cerrar la bocaza? -le susurró Dorian al oído.

-¿Y ahora qué he hecho? Sí que es una niña rica.

-Sí, ahora, porque ha tenido suerte -respondió él entre susurros, aunque nadie más les hacía caso. Erni limpiaba el mapa que había manchado el café, y los demás no parecían haberse dado cuenta de nada- . Pero sabe perfectamente lo que es vivir día a día y trabajar para ganarse el pan, y estar sola. Así que no, no es una niña rica al uso. Y a veces deberías callarte.

Y Raquel, que creía que no podía admirarla más, se dio cuenta de que se equivocaba.

Y así llegó el día de la manifestación. Los Vientos encabezaban la protesta, gritando por megáfonos y enarbolando pancartas. Todos excepto Raquel, que había preferido quedarse en casa.

-¿De verdad? -se había enfadado Astrea- ¡Pero si tú eres clase obrera! ¡Esto va por ti! ¡Es por gente como tú por la que estamos luchando! ¿Es que ni siquiera eso te importa?

-No vas a conseguir que el mundo sea un lugar mejor a base de gritarle.

-No, pero puedo intentarlo. Desde luego, no lo conseguiría siendo como tú, que no te importa nada, que no crees en nada.

-Ya lo verás -la atravesó con la mirada, y Astrea sintió un escalofrío. Por primera vez, parecía que Raquel hablaba en serio- . Lo verás.

Así que ella bebía en casa, y en las calles, la protesta continuaba. Gritos, empujones, consignas, sudor humano y rabia contenida.

Renée se había agobiado, y había acabado marchándose a casa por el temor a caer al suelo y que alguien le aplastara la cabeza o, por qué no, a contagiarse de Dios sabe qué ("¡Es que no sabéis cuántas enfermedades puede transmitir una marabunta humana!"), y Dorian tampoco había ido porque... Bueno, porque él sí era niño rico y aspiraba a seguir siéndolo al acabar la carrera, y entendía que no debía liderar aquella lucha. Alguien podría preguntarse por qué otros niños ricos como Joan o Erni sí habían asistido, pero, sinceramente, aspirando uno a filólogo y el otro a médico (es decir, a estar jodidos, ambos), no había otro sitio mejor en el que pudieran estar.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora