Intento

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Astrea lo intentaba. De verdad que lo intentaba.

Había sido duro darse cuenta de que estaba enamorada. Había sido aún más duro darse cuenta de que la persona de la que estaba enamorada era Raquel. Raquel, de quien estaba convencida de que la odiaba, que cada vez que la veía soltaba un comentario sarcástico, que era tan opuesta a ella que casi dolía estar juntas en la misma habitación. Raquel, que llevaba buscándose su odio desde el primer día, y ella no había tenido ningún problema en corresponder a dicho odio.

Cambiar de actitud con respecto a ella era difícil, muy difícil. Principalmente, porque Raquel no cambiaba, y Astrea tenía muy poca paciencia. Pero sobre todo, porque le seguía costando mucho aguantarla.

Pero estaba haciendo pequeños progresos. No le había gritado en las tres últimas reuniones, pese a que Raquel parecía estar buscándolo a propósito, bebiendo e interrumpiendo más que nunca. Pero Astrea se había forzado a ignorarlo, e incluso se había sentado a su lado al acabar la última.

-Hola -había saludado, tan rígida y artificial que casi se dio vergüenza a sí misma- . ¿Qué tal la semana? -era difícil entablar conversación con alguien con quien normalmente no sabes comunicarte sin discutir.

Raquel le dirigió una mirada extraña, como si pensase que aquello tenía que ser, de alguna forma, una trampa. Bebió un sorbo cauteloso de cerveza, y sólo se atrevió a responder cuando vio que Astrea no decía nada.

-¿Qué quieres, oh, Calíope? ¿Cómo te he ofendido hoy?

-Sólo quería hablar -respondió Astrea, dolida por la respuesta- . Supongo. ¿Por qué Calíope?

-¡La musa de la épica! ¿No pretendes tú ser la idealista inspiradora de las hazañas más heroicas? De esas que siempre acaban en tragedia.

-Eres imposible -suspiró Astrea. Ya se arrepentía de haber intentado hablar con ella.

-Alguien tiene que ponerte los pies en la tierra, oh, idealista líder soñadora.

-¿Qué hay de malo con el idealismo?

-Que no puede sobrevivir. Ni pueden aquellos que lo profesan. Vas directa a una fosa común, Artemis, y nos arrastrarás a todos contigo.

-Y tú eres una maldita cínica -Astrea sentía ganas de llorar. Ella sólo quería ser amable, charlar como lo haría con el resto de sus amigos. Pero, al parecer, era imposible con Raquel- . Eres incapaz de creer, de pensar, de querer, de vivir y de morir.

Si hubiera dicho una sola palabra más, se le habría quebrado la voz, de igual forma que se le quebró a Raquel al responder.

-Ya verás.

Astrea se mordió la lengua, y se marchó. Era imposible. Imposible.

Se arrepentía enormemente de haber dicho todo aquello. Pero Raquel tenía esa horrible capacidad de hacerle hervir la sangre, de desatarle la lengua para decir lo primero que le venía a la cabeza. De irritarla sin ni siquiera intentarlo, de frustrarla hasta tal punto que hablaba sin saber lo que decía.

Y se arrepentía. Pero había dolido tanto, que no había podido evitarlo.

Lo intentó más veces, en más reuniones. No gritarle, no perder la paciencia con ella. Aunque Raquel se esforzaba más cada día en hacerla enfadar. Y después se sentaba a su lado, e intentaba conversar, con diferentes grados de éxito.

Normalmente, dicha conversación solía acabar como la del primer día: mal, y con ambas a punto de llorar.

Aquel día, Raquel había bebido de más. Y había sido extremadamente desagradable durante la reunión, respondiendo de forma más mordaz que de costumbre, interrumpiendo más sarcásticamente. Parecía que le enfadara que Astrea ya no le prestase atención.

Aun así, la rubia lo intentó. Raquel estaba sola; su mal humor había espantado hasta a Joan y Bea. Se sentó a su lado, y trató de sonreír.

-Largo de aquí, rubita -espetó la pintora, casi antes de que pudiera decir nada- . Hoy no estoy de humor para tus discursitos. Sólo quiero beber.

-¿Es que no puedo beber contigo?

Raquel enarcó una ceja, sarcástica. Tenía tantas ojeras que sus ojos parecían negros, y el pelo se le encrespaba por la suciedad alrededor de la mandíbula.

-Tú no bebes.

-No a menudo. Lo cual no significa que no lo haga -Astrea estaba mintiendo. En su juventud, creyendo que aquello era ser punk, sí había bebido mucho. Pero desde que cumplió los diecinueve, la única droga que se permitía era el café. Creía seriamente en eso de que las drogas mantenían al individuo abotargado y a merced del Estado, haciéndole olvidar cuánto tenía en realidad que protestar. Sin embargo, aceptó la cerveza que le tendió Raquel.

-Pues salud. Por la revolución y su inminente fracaso. Y por nuestra Justin Bieber revolucionaria.

Astrea tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba hablando de ella. Cuando lo hizo, su rostro, normalmente pálido, se enrojeció tanto como el pañuelo que llevaba al pelo.

-Eres una imbécil -espetó, y poco le faltó para tirarle el vaso de cerveza a la cara- . Lo he intentado. De verdad que lo he intentado. Pero no mereces la pena. No sé por qué sigo perdiendo el tiempo contigo.

Se levantó tratando de mantener la dignidad, y se desplomó en una silla vacía al lado de Dorian.

-Sabes -comentó él, y le pasó un brazo por los hombros- , así no es precisamente como te haces amigo de alguien. ¿Por qué no pruebas a empezar preguntándole su color favorito, o algo así?

Astrea no necesitaba preguntarlo. Sabía perfectamente que su color favorito era el verde. Sabía que su cumpleaños era el 15 de junio, pero ella le decía a la gente que era en noviembre, y ojalá pudiera preguntarle por qué. Que tenía un hermano pequeño al que adoraba y un padre al que había decepcionado enormemente al no estudiar ciencias. Sabía que vivía con Beatriz en un pequeño apartamento desordenado cerca de Tirso de Molina, y que tenía la terraza llena de maceteros en los que plantaba las flores que le regalaba Johan, aunque siempre se le olvidaba regarlas. Sabía que decía ser idiota, pero podía discutir con autoridad sobre casi cualquier tema; que le encantaba discutir, no sólo con ella, y que se le daba realmente bien. Sabía que le costaba acallar las voces intrusivas de su mente y que no podía conciliar el sueño si no era con ayuda del alcohol, y que cada vez que se desmayaba sobre la mesa Astrea temía que no se volviera a levantar, pero por suerte siempre se despertaba para seguir molestándola. Sabía que creía que la odiaba, pero Astrea no la odiaba a ella; odiaba el alcohol, y cómo le estaba arruinando la vida. Sabía que quería a sus amigos con locura, que haría cualquier cosa por ellos, pero la única actitud que podía mostrar hacia Astrea era de molestia. Que reservaba para ellos su cariño y su amabilidad, y guardaba para aquella estúpida idealista, que representaba todo lo opuesto a ella, que conducía a sus amigos a su irrevocable perdición, nada más que rencor y sarcasmos. Sabía que ella encarnaba todo lo que Raquel despreciaba, y que no podía aspirar más que a su odio.

Sabía todo aquello sin haber logrado hablar nunca con ella, escuchando y observando. Sabía todo aquello, pero no sabía cuánto se equivocaba en tantas cosas.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora