Acoso

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-Esto empieza a rozar la línea del acoso, Mario.

Mario le hizo callar con un gesto. Estaban escondidos en las escaleras que llevaban a los jardines de la Facultad de Filosofía, y desde allí, podían ver a Ángela y Joan tomándose un café entre clase y clase y charlando despreocupadamente pese al frío.

-Mario, por favor, esto es ridículo, y tenemos clase en diez minutos. No vamos a llegar.

-¿En diez minutos? ¡Oh, mierda! -protestó Félix, que por algún motivo estaba allí- Esta vez sí que no llego. Soy el hombre con más mala suerte del planeta -lloriqueó.

¿Por qué estaba Félix allí, si él estudiaba en la otra punta de Madrid? Probablemente, porque Mario había querido arrastrar con ellos a Beatriz, que en teoría sí estudiaba allí, pero era muy difícil encontrar a Beatriz en la Facultad, porque no la pisaba nunca. Félix tampoco solía pisar su Escuela, pero sabían que solía ir a esas horas a llevarle la comida a Renée, y Dorian le había llamado pidiendo ayuda cuando Mario le propuso ir a espiar a Filosofía. Y Félix, que lo único que necesitaba para no ir a clase era una excusa mediocre, allí estaba.

-Hmmm, Félix. Literalmente estás metido en un trío amoroso. ¿Dónde está la mala suerte en eso?

-¡Tienes razón! Ahora soy el esclavo de no una, sino dos mujeres fantásticas con el carácter de gatos salvajes. Ay, soy tan afortunado...

Estaba bromeando, por supuesto. Félix adoraba a sus dos mujeres, y haría lo que fuera por ellas, sentimiento que era recíproco (¿se puede usar esa palabra en una relación a tres?); ambas cuidaban de él mejor de lo que nadie lo haría, y él cuidaba de ellas con todas sus fuerzas.

-¿Os podéis callar los dos? -y Dorian y Félix cerraron la boca de golpe.

Lo de Mario iba a peor. Hacía un mes que tenía ya el número de su Ángela, pero aún no se había atrevido a hablar con ella. En cambio, ahí estaba, arrastrando a Dorian entre clase y clase (y a Félix, por motivos que ya hemos explicado) a la facultad de enfrente a espiarla mientras desayunaba, ejercicio en el que encontraba cierto placer morboso.

Ángela y Joan ni siquiera se habían sentado; apenas tenían diez minutos entre clases. Conversaban de pie, con el café en la mano, y las mejillas rojizas por el frío. Joan sonreía y gesticulaba mucho, pero Ángela no. Ángela jamás gesticulaba, y hablaba en voz tan baja y calmada y con respuestas tan cortas que, aunque hubieran sabido leer los labios, habría sido imposible saber qué decían.

Joan llevaba el pelo revuelto y la bufanda calada casi hasta la nariz, y sujetaba su café con ambas manos en un intento de calentárselas. A Dorian le pareció adorable, y, por un instante, hasta se alegró de estar allí.

Luego Mario empezó a suspirar de nuevo, y aquel sentimiento se desvaneció.

-¿Por qué no vas a hablar con ella? Seguro que no le parece en absoluto raro que la espíes en los cambios de clase -ironizó.

-No puedo -suspiró Mario- . Cuando la tengo delante, yo... Se me olvida cómo se habla, cómo se piensa, se me olvida hasta cómo se es persona.

-Creo que eso nunca lo has sabido -se burló Félix. En ese momento, un gorrión vengativo le cagó en el hombro, y él no pudo más que reírse.

-Oh, por dios, Mario. Esto es ridículo. Voy a acercarme a saludar a Johan, tú haz lo que quieras.

-¡No! -Mario le aferró del brazo, y tiró de él hacia atrás- No me hagas esto, por favor, no me delates, no soy capaz de hablar con ella...

-Eh, Romeos -avisó Félix, que se había asomado al jardín- , que vienen.

En efecto, Ángela y Joan se acercaban sin prisa, charlando. Se ve que tendrían que cambiarse de edificio para la siguiente clase, y el camino más corto (de acuerdo, no el más corto, pero sí el que evitaba las mortales escaleras interminables que comunicaban el edificio principal con los edificios nuevos) era a través de los jardines.

Mario corrió escaleras arriba para salir de su ángulo de visión, tirando de Dorian en el proceso. Se escondieron detrás de los arbustos. Félix, que intentó seguirlos, se tropezó con sus propios pies, y cayó tendido en medio del camino, justo delante de la pareja que se acercaba.

-... así que no puedo dejar a Lope en la terraza, porque se pone a escarbar en las plantas y las asesina y... ¡Félix! ¿Qué haces aquí?

-Mmmmm hola, Johan. Había venido a traerle la comida a Renée.

-Esto... ¿Medicina no queda en dirección contraria? ¿Y al lado del metro?

-¿Qué pasa, tú no te has perdido nunca?

-Félix, que vas todos los días...

-Estás subestimando mi mala suerte. Escucha... -y le contó una historia disparatada en la que aparecían dos trenes, una bicicleta rota, una piel de plátano y un gorrión de mal humor, tan inverosímil que Joan no tuvo más remedio que creérsela, porque si a alguien podía pasarle algo así, era a Félix.

-Joan. Que llegamos tarde -interrumpió Ángela. Esbozaba algo que podría considerarse una sonrisa, si las sonrisas parecieran muecas de indiferencia.

-En fin... Ten cuidado, Félix. Nos vemos luego.

-¡Hasta luego! -se despidió él, contento por haber logrado distraer su atención de los dos idiotas que se escondían entre los arbustos.

-¡Ah! -recordó Ángela, mientras se marchaban- Dile a tu amigo el guapo que no hace falta que se esconda. Que le vimos llegar. Y que la próxima vez que no salude, le haré invitarme al café.

Y se marchó agarrada del brazo de Joan, sonriente.

-¿Por qué crees que hará eso? -escucharon que le preguntaba al poeta.

-Es Mario. Le gusta hacer las cosas difíciles.

-Lástima. Me habría gustado hablar con él.

-Bueno, ahí lo tienes, Romeo -se burló Dorian cuando estuvo seguro de que ya no podían escucharles- . A tu ángel le gustas y, si no fueras tan idiota, hoy podrías haber hablado con ella. Y ahora, vamos. Ya llegamos bastante tarde a clase.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora