Insurrección

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Un escritor dijo una vez que existe el disturbio y existe la insurrección; que son dos iras, una que está en un error, y la otra en su derecho. Que no es insurrección sino lo que camina hacia delante, y cualquier paso hacia atrás es disturbio. Que la insurrección es, en determinados casos, el más sagrado de los deberes, pero el disturbio puede ser el más fatídico de los atentados.

La oleada de protestas por la igualdad y la libertad que recorría Madrid aquel junio hacía tiempo que había dejado de ser disturbio, y se había convertido en insurrección. Tras días de lucha en las calles, las concentraciones no se habían dispersado. Las agresiones homófobas se habían incrementado aquellos días, y ese era el único motivo que necesitaban para seguir protestando.

Era la sexta noche de disturbios, y la policía debía de haberse cansado. Su carga fue más violenta que las anteriores: cayeron más bombas de humo, sus golpes fueron más contundentes, llegó incluso a haber ensañamiento. Prueba de ello fue Félix, que tuvo la mala suerte de tropezar con un contenedor volcado mientras huía, y cayó al suelo. El policía que lo perseguía a punto estuvo de molerlo a palos antes de que Beatriz y Renée se lanzaran sobre él y consiguieran sacárselo de encima.

No había nadie que no hubiese acumulado al menos dos heridas y tres golpes. Todos estaban cansados, agotados, magullados y hartos de la situación, pero ninguno pensaba siquiera en retirarse. Ni siquiera la pequeña Gabriela, que correteaba por las calles reventando farolas a pedradas y cantando a voz en grito con tal energía que parecía haberse bebido tres botellas de Coca-cola de un trago, y nadie era lo suficientemente rápido o gritaba lo suficientemente alto para detenerla. Tenía a Dorian desquiciado, corriendo continuamente detrás de ella sin aliento para evitar que nadie le hiciera daño.

Aunque no tan desquiciado como tenía Astrea a todo el mundo. La rubia sobrevivía prácticamente a base de café (llevaba tres días sin dormir más de unas horas ni comer algo más nutritivo que hamburguesas del Mc'Donald's, y sólo porque se compinchaban entre Raquel y Renée para obligarla a comer), corría de un lado a otro, y no dejaba de soltar arengas y discursos. De alguna forma, se había hecho con una pistola de balines que había cargado con gas pimienta casero y que en realidad no servía para mucho, pero eso no le impedía meterse en medio de todas las peleas y acabar, obviamente, bastante magullada en el proceso. Era un milagro que no le hubieran disparado ya.

Para la medianoche, la violencia iba en aumento. Los contenedores ardían en las calles, la mitad de los escaparates de la zona habían sido reventados por un bando o por el otro, y más de uno de los manifestantes (y de los policías) había tenido que ser llevado al hospital por culpa de los golpes.

Gabriela seguía corriendo, cantando y lanzando piedras. De dónde sacaba la energía era algo que nadie sabía, porque tampoco había abandonado el disturbio en tres días y nadie se había encargado de que ella comiera (aunque Dorian había intentado invitarla, pero ella seguía negándose). Raquel y Dorian seguían corriendo detrás de ella porque, aunque Nina no estuviera allí, probablemente les mataría si algo le pasara a su hermana.

-Canta el pueblo su canción -canturreaba Gabriela, y tiraba una piedra a una farola, que estallaba en miles de cristales luminosos que dejaban a la niña riendo a carcajadas- , nada la puede detener, esta es la música del pueblo y no se deja someter...

-¡Mierda, Gabriela! -llamaba Dorian, cinco metros por detrás, pero no por ello la niña se detenía- ¡Ven aquí! Te vas a meter en un lío.

Gabriela no escuchaba. Corría, casi con los ojos cerrados y riendo. Hasta que algo detuvo su carrera a las puertas de la Gran Vía.

-¡Por fin! -jadeó Dorian, alcanzándola. Se aseguró de agarrarla bien por el hombro, no fuera a volvérsele a escapar, pero ella ni siquiera se revolvió- Ya está bien, pequeña mademoiselle, no queremos más problemas...

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora