Patatas fritas

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Era una de esas raras ocasiones en las que, después de la reunión, habían decidido ir todos a casa de Beatriz y Raquel. Aunque ambas estaban tan borrachas que probablemente no fueran conscientes de ello.

Johan tocaba la guitarra en el balcón (aunque llevaba diez minutos repitiendo en bucle Wonderwall, y los demás empezaban a sospechar que no sabía tocar más cosas), rodeado de plantas y velas. En el sofá más cercano, Dorian fingía no prestarle atención mientras intentaba treparle por encima a Erni, que no le hacía el más mínimo caso, enfrascado como estaba en la lectura de sus apuntes. Alrededor de la mesa, Mikel, Félix y Astrea debatían sobre las leyes agrarias de la Primera República, o algo igual de incomprensible para el resto. Nina no había querido ir porque Mario no iba a estar, pero al final Mario sí que había venido, y era el único que escuchaba realmente a Joan, e incluso cantaba con él. Renée, la única que se había mantenido sobria aparte de Erni y Astrea ("¡la ingesta de alcohol puede derivar en un montón de enfermedades cardiovasculares! No, R, no me pidas que me calme, ¡no pienso matarme tan joven!"), cuidaba de que Beatriz y Raquel no se pasaran con el alcohol. Estaba fracasando.

-No, pero escucha -balbuceaba Beatriz- . No puedes incluir un ornitorrinco en tu estudio de los mamíferos. ¡Si es medio pato! Y encima…

El sexto estribillo mal cantado de Wonderwall hizo imposible escuchar el resto de su argumento, pero debió de ser bueno, o al menos ridículo, porque Raquel estalló en carcajadas.

-¡Escuchad! -levantó la cerveza en alto y puso cara seria, como si fuera a dar un discurso. Nadie la miró, pero a ella le dio igual- ¿No tenéis hambre? ¡Voy a freír patatas!

-Ah, no, no, eso sí que no, tú no que seguro que provocas un incendio. O te cortas media mano -renegó Renée, reteniéndola por el brazo.

-¡Déjame, Joly! ¡Es mi casa! ¡Sé usar la cocina!

Pero ninguna de las dos cedía, y lo único que consiguieron acordar fue que Renée la acompañaría por si intentaba quemar algo. A Renée no le hizo mucha gracia, pero ya sabía que iba a ser imposible conseguir nada más.

Pelar las patatas fue -irónicamente- la parte fácil, y, por algún milagro, no acabaron ambas sangrando. El caos vino después, cuando Raquel intentó en serio cocinar.

-¡Espera, espera, R! ¡Eso no es aceite!

Pero ya era muy tarde. Y dio igual, porque las patatas se frieron en cerveza.

-¡Maldita sea, R! ¿Estás al menos segura de que la temperatura es la correcta? ¿Están bien fritas? ¡Podría darnos una intoxicación alimenticia! ¡Y no te pases con la sal, nos provocarás hipertensión!

Pese a las incesantes quejas de Renée, las patatas se hicieron, y Raquel las colocó en un enorme bol para sus amigos. Se permitió apartar unas pocas en un plato para Astrea, porque sí, porque le apetecía y, aunque no creyera que apreciara el gesto, quería hacerlo.

Tuvieron éxito inmediato. Dorian saltó del sofá como activado por un muelle y se lanzó a llenarse la boca de patatas, Erni le siguió con una sonrisa y más modales. Incluso Joan dejó la guitarra y se acercó a comer, sólo después de asegurarse que no había ni una gota de nada de origen animal en aquel bol. La única que no se movió se su sitio fue Astrea, que miraba a sus compañeros con cariño, y sonreía suavemente.

-Eh, Artemis -Raquel se sentó a su lado de en la mesa, con el plato que había preparado para ella- . ¿Quieres? Las he mojado en zumo de manzana para darles más sabor.

-Maldita sea, R -bufó ella, aunque no pudo disimular del todo su sonrisa- . Estás borracha. ¿Cómo se te ocurre?

-Es broma, es broma -se exculpó la pintora, sonriendo también- . Venga, no me las rechaces, las he hecho expresamente para ti.

-Joder, hay que quererte -sonrió Astrea, y se llevó una patata a la boca.

Al día siguiente, Raquel no se acordaría del shock que le produjo escuchar esas palabras, de la mirada confusa que le dirigió, a la que ella respondió con una sonrisa. No se acordaría de sus balbuceos, del aleteo de su corazón en su garganta, del beso en la mejilla con el que la diosa le agradeció el gesto.

Pero en la reunión siguiente Astrea la saludaría con una sonrisa cálida, y Raquel sabría que aquel intento que había empezado Astrea de llevarse bien había ido un paso más allá. Ojalá pudiera recordar por qué.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora