Segunda discusión

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-Raquel, sé que estás ahí. Abre la puerta. No me obligues a llamar a Bea.

Media hora. Astrea llevaba media hora llamando a la puerta. Había que reconocerle que, por lo menos, era insistente. Por no decir cabezota.

-R, déjate ya de tonterías. Todos estamos preocupados por ti. Abre. O, por lo menos, contéstame a los mensajes.

Astrea no soportaba que no le contestaran a los mensajes. Era algo superior a sus fuerzas.

-¡R, ya basta! -la rubia se hartó de tocar el timbre, y comenzó a aporrear la puerta con rabia- ¡Llevas dos semanas aquí encerrada! ¡Ni siquiera Bea te ha visto! ¡No puedes seguir así! ¡Estamos preocupados!... Estoy preocupada.

La puerta se abrió tan de golpe que Astrea casi se cae hacia delante. Y apareció Raquel, con el pelo revuelto y grasiento mal recogido en un moño del que asomaban las puntas de dos pinceles, una camisa verde de cuadros tan grande que le llegaba hasta las rodillas, y sin pantalones ni zapatos. Tenía más ojeras que cara, manchas de grasa y pintura en el pelo, la piel y la ropa, y apestaba a alcohol, sudor y tabaco. Raquel no era guapa en el sentido estricto de la palabra, pero nunca había resultado tan desagradable.

-¡Qué honor! ¿Así que la imperturbable Artemis se preocupa por mí? Apuntaré este día en mi diario, ya que es algo que sólo sucede una vez cada quinientos años.

Astrea se apresuró a colarse en el apartamento antes de que a Raquel se le ocurriera intentar echarla. Se notaban los intentos de Beatriz por conseguir que no convirtiese el lugar en una pocilga, pero aun así, había demasiadas latas y ropa y basura en general tirada por el suelo, y por lo que no era el suelo. No sorprendía a nadie que la boxeadora hubiera decidido hacía tres días quedarse en casa de Mikel hasta que a R se le pasase lo que fuera que le pasaba.

-Déjate de tonterías. Nos preocupas a todos. Desapareces de golpe, sin decir nada, y lo único que conseguimos sacarle a Bea es que de repente dices que no quieres tener nada que ver con nosotros, y que no sales de tu habitación. Que no comes, no te duchas, no vas a clase, y no haces más que pintar, beber y dormir, o al menos fingir que duermes, porque dudo mucho que hayas hecho algo más que yacer mirando al vacío encima de la cama. ¿Se puede saber qué ha pasado? ¿Qué te hemos hecho? ¿Qué te...? -suspiró, como buscando el valor para seguir- ¿Qué te he hecho? La última vez que estuve aquí, estuvimos bien. Me vendaste las heridas. Cuidaste de mí.

-¡Joder, Artemis, y ese es el problema! ¡Yo no soy médico, y tú eres mi amiga o lo que sea, no mi paciente! ¡Yo no tendría que curarte las heridas! ¡Para empezar, porque ni siquiera deberías tenerlas! ¡Ni tú ni ninguno de mis amigos a los que vas a matar con tus estúpidas ideas y tus jodidamente seductoras palabras!

-Estás borracha -acusó Astrea, porque era más fácil que asumir las verdades que gritaba la pintora, o preguntarse por qué siempre estaba borracha.

-¡Puede! ¡Pero eso no cambia nada! ¡No quiero tener que preocuparme, cada vez que salgáis, por quién va a acabar en prisión y quién con la cabeza abierta sobre el asfalto! ¡No quiero, y no lo haré! ¡Y si la única solución es alejarme de vosotros, que así sea!

-Maldita sea, Raquel, lo sabías desde el primer día. ¡Te conocí enfrentándome a la poli y escapando de un disturbio, maldición! ¿Esperabas que fuera de otra forma? Quizá, si no te pasaras las reuniones haciendo el tonto, te habrías dado cuenta antes.

-¡Oh, claro, joder! -Raquel rio sardónica, y se dejó caer en el sofá cubierto de latas vacías- ¡Todo se reduce a las putas reuniones! Pues me importan una puta mierda tus reuniones, rubita. A mí lo que me importan son mis amigos. Esos a los que pones en peligro cada día.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora