Reacción

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Incidentes como ese pasaban todos los días, por desgracia. No significaba nada más.

Pero le había pasado a Joan. Y que les mataran si los Vientos iban a permitir que aquello pasara inadvertido. Así que se movilizaron.

Astrea habló con los testigos. A los dos días, el vídeo que habían grabado se convirtió en viral en Twitter; a la semana, ya era viral en Instagram. Se crearon multitud de hastags indignados contra las agresiones homófobas, y ahí podría haber quedado todo, que es lo que solía ocurrir.

Pero no iban a dejar que quedara allí. Casi nada más salir del calabozo, mientras Dorian y Erni aún acompañaban a Joan en el hospital, Astrea habló con el Observatorio contra la LGTBfobia, reportó el incidente. Pidió ayuda.

Y se la dieron. Antes de que Joan saliera del hospital, ya se había convocado una sentada contra la violencia contra el colectivo a la puerta del Congreso. A la vez, y casi espontáneamente, un buen montón de gente se congregó en la Puerta del Sol, de forma más bien ilegal.

Bueno, quizá no fuera espontáneamente del todo. Quizá tuviera algo que ver con que, mientras Erni y Dorian encabezaban la sentada, Astrea se plantó en Sol con una pancarta y un megáfono, y comenzó a soltar uno de sus famosos discursos.

-¡Esto es la gota que colma el vaso, camaradas! -gritaba, subida en el borde de la fuente- ¡La última agresión de la que les dejaremos salir indemnes! ¡Nos están asesinando, camaradas! ¡Nos asesinan en nombre de su "familia tradicional" y nuestra "antinaturalidad", nos agreden, nos arruinan la vida, y a nadie le importa! Y yo pregunto, ¿qué hay de antinatural en el amor? ¿En nuestra identidad? ¿Por qué somos invisibles, por qué nuestras vidas valen menos, por qué no le importan a nadie? No es cuestión de a quién amemos, camaradas, es cuestión de quiénes somos, de quiénes queremos ser. Somos personas igual que ellos, ¿qué está mal con ello?

La gente pasaba de largo a su lado, demasiado indiferente como para escucharla siquiera, o demasiado asustada para seguir escuchando. Sin embargo, un pequeño auditorio se había reunido cerca de ella; lo suficientemente lejos como para que no parecieran su público, pero sin perder palabra.

-¡Nada! -gritó alguien entre el público, y fue la señal que necesitaba el pequeño auditorio para acercarse. La trampa estaba en que el espontáneo no era otro que Mikel, convenientemente camuflado entre la multitud. Un poco más lejos, Beatriz, Félix, Renée y Nina, dispersos también por la plaza, esperaban su momento para comenzar a arengar a la gente- ¡Nuestras vidas cuentan lo mismo que las suyas!

-¡Nuestras vidas cuentan lo mismo que las suyas! -repitió Astrea, y la multitud se atrevió a corear un poco. Era raro verla con pantalones y deportivas, pero había que estar preparado para todo- ¡Y nosotros debemos decir: "ya basta"! ¡Basta de agresiones sin respuesta ni castigo, basta de indiferencia policial, basta de miedo! ¡Basta de no poder darle la mano a tu pareja por el miedo a que os agredan, basta de tener que exigir que se nos trate conforme a nuestra identidad, basta de que nos echen de casa o nos nieguen la palabra o nos insulten por ser quienes somos! ¡Basta de invisibilizarnos a lo largo de la Historia y basta de invisibilizarnos ahora! ¡Existimos, resistimos, y tenemos el mismo derecho a una vida digna y libre que ellos!

-¡Eso! -coreó de fondo Renée.

-¡Ni una agresión sin respuesta! -gritó Félix.

Más gente se había ido uniendo. Nina había estado grabando, y la noticia de aquella pseudo-manifestación había corrido rápido por las redes. Varias decenas de activistas twitteros se habían acercado, y los que no podían acercarse, seguían difundiendo el vídeo en redes para que más gente se acercara. Así que el grito de Félix no cayó en saco roto, y fue repetido y coreado por tantas voces que resonaba ya en toda la plaza.

-¡Ni una agresión sin respuesta, camaradas! ¡Basta ya! ¡Recordemos que el primer Orgullo fue un disturbio, recordemos que nuestros derechos hay que conquistarlos! ¡Es el momento, camaradas! ¡No permitiremos que nadie vuelva a sufrir lo mismo que Johan! ¡Existimos! ¡Resistimos!

Y la multitud coreó, enardecida. Pronto, más pancartas y gritos se alzaban hacia el cielo, y la manifestación comenzaba a adueñarse de la plaza. Era un poco ilegal, pero, en opinión de Astrea, cuando la ley no era justa lo moral era romperla, y ya se preocuparían de ello más tarde.

Gabriela llegó corriendo, y se abrió paso entre la gente para llegar al pie de la fuente, junto a Astrea, que bajó un momento el megáfono para mirarla. Se suponía que ella tenía que estar en la sentada, con Dorian y Erni, para evitar que se metiera en problemas.

-¿Qué pasa, Gab?

-Les han desalojado -informó la niña- . Ha habido heridos. Pero ahora vienen hacia aquí.

-¿Están bien los demás? -preguntó Astrea, intentando disimular su preocupación por sus amigos.

-A Dorian lo han detenido, Erni y Raquel se han escapado.

-¿Raquel? -creía que se había quedado en casa, que no quería problemas.

-¿Qué pasa, Artemis? -Raquel apareció de pronto entre el gentío, con una sonrisa de oreja a oreja y un moratón en el ojo. Un poco más lejos, Erni ya había cogido otro megáfono, y había empezado a dirigir los gritos- ¿De verdad creíste que no vendría? Hacemos esto por Johan. También es amigo mío, ¿sabes?

Astrea creía que nada que viniera de ella podía ya sorprenderla, y la alegró comprobar que se equivocaba. La abrazó con fuerza y felicidad, y, tomadas de la mano, retomaron la protesta con más rabia.

La policía ya les había rodeado. De momento no hacían nada, porque ellos aún no estaban poniendo en peligro a nadie. Pero la tensión estaba allí, y sólo hacía falta que alguien empujase a alguien para que estallase.

Por suerte, no fue aquel día. Cayó la noche, y Erni se marchó a descansar, seguido de Renée y Mikel; tuvieron que llevarse a Gabriela a la fuerza. Les relevaron Mario y Ángela, que habían venido juntos. De igual forma, muchos de los manifestantes se fueron marchando, pero los integrantes de los Vientos se quedaron.

A las dos de la mañana se marchó Nina. A las tres se fue Félix, y, media hora más tarde, Beatriz. Pero Astrea seguía allí, y como Astrea no se iba, tampoco se iría Raquel. Y los gritos seguían, y la gente que llegaba reemplazaba a la que se iba marchando.

-Deberías irte a casa, Calíope -trató de convencerla la pintora, cuando la vio bostezar por tercera vez en cinco minutos- . No harás bien a nadie por quedarte aquí hasta que te desmayes.

-Me quedaré hasta que haga falta -sentenció la otra, aunque un bostezo a media frase le quitó gran parte de su grandilocuencia- . ¿Me oyes? Me quedaré tres días si es necesario, toda la semana si es necesario. Me quedaré hasta que el mundo sea un lugar más justo.

-Corta el rollo, rubita. Yo no soy una de tus acólitos y no me impresionan tus discursos -mentía, y ambas lo sabían- . Hasta los líderes revolucionarios necesitan dormir. Vamos a casa. Descansemos. El mundo seguirá igual cuando volvamos, y podrás seguir gritándole. Vamos, ven conmigo.

Astrea aceptó su mano, y Ángela tomó su lugar sobre la fuente. Mario se despidió de ellas con una sonrisa, y prometió "cuidar el campo de batalla" hasta su vuelta. Astrea ni siquiera le hizo caso. Estaba demasiado cansada.

Se marcharon a casa de R, con la excusa de que estaba más cerca. Mikel roncaba en el sofá, y Beatriz se había desplomado en el suelo a su lado; estaría demasiado cansada como para llegar a la habitación. Apenas se dejaron caer en la cama, ambas se rindieron al sueño. En cuanto despertaran, volverían a unirse a la manifestación de Sol.

Aquella madrugada, entre los brazos de Raquel, sería la última paz de la que disfrutaría en mucho tiempo.

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(Vais a tener que perdonarme las licencias poéticas en este capítulo y los siguientes. Conozco poco de procedimientos judiciales y policiales, pero... de alguna forma había que sacar esto adelante)

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora