Erni

37 2 16
                                    

-Ojalá pudiera odiarle -lloriqueaba Joan, con la cabeza apoyada sobre la mesa.

-Debería ser tan fácil… -secundaba Raquel, absorta en los reflejos dorados de la cerveza de su vaso.
 
En la mesa del centro, Astrea y Dorian charlaban y reían junto a Erni, enfrascados en su pequeño grupo. La reunión de ese jueves había sido corta, así que ahora, conversaban y disfrutaban de un poco de descanso.
 
Raquel envidiaba la sonrisa de Astrea, Joan, el brillo en los ojos de Dorian. Y ambos odiaban que la causa de ellos fuera Erni.
 
Pero era imposible odiar a Erni. Aunque se lo propusieran con todas sus fuerzas. Era la persona más responsable, inteligente, atenta, rara, y a la vez, inspiradora, que conocían, y era imposible odiarle.
 
Sobre todo, porque Erni era totalmente consciente de esa voluntad de odio, pero no hacía nada por aplacarla, y seguía cuidando de ellos.
 
-Le odio por no poder odiarle -volvió a suspirar Joan.
 
Raquel le dio la razón bebiendo un largo trago.
 
A través de la sala, la sonrisa de Astrea iluminaba el café como el rayo de luna que Joan había augurado que sería. Los ojos de Dorian brillaban traviesos. Y Erni callaba y sonreía, feliz de ver felices a sus amigos.
 
-Bueno, me voy a casa, que mañana hay clase a primera -anunció Dorian, levantándose de la mesa- . ¿Viene, mademoiselle? -le tendió la mano a Astrea, y Raquel quiso matarle en ese instante.
 
-Por supuesto, monsieur -ella aceptó su mano sonriente, y entonces fue Joan quien quiso matarla a ella.
 
-Id yendo, yo voy más tarde -denegó Erni su invitación implícita- . Intentad no quemar la cocina hasta que llegue.
 
-¡No prometemos nada!

Lo que pasó a continuación no lo habría esperado nadie. Erni se levantó, y fue a sentarse a la mesa de Joan y Raquel, entre los dos.
 
-A ver, vosotros dos. ¿Estáis bien?
 
Joan soltó lo que pareció un maullido lastimero, y dejó caer la cabeza sobre la mesa. El CLONC que provocó hizo temblar los vasos a su alrededor.
 
-¿Quieres hablar de ello? -preguntó con suavidad Erni, apoyándole una mano en el hombro.
 
-¿No podrías ser un maldito gilipollas al respecto, al menos de esto? -siguió lloriqueando Joan, sin siquiera levantar la cabeza.
 
-Mmm. ¿Buuh, buuuh, Dorian es mío, sólo mío, no te metas? -no sonó muy convincente, pero al poeta debió de bastarle.
 
-Gracias -gimoteó Joan, y se marchó sin volver a mirarlos.
 
Estúpido. Estúpido y perfecto Ernesto Combeferre.
 
Raquel gruñó de nuevo, y alargó la mano hacia la cerveza. Pero Erni se la quitó sin ningún miramiento, y le puso delante una taza de café.
 
-No más alcohol para ti -y la fulminó con la mirada por detrás de las gafas cuando quiso protestar- . Por lo menos por hoy, se acabó -Raquel gruñó, intentó de nuevo alcanzar el vaso, pero Erni se lo impidió, y al final se resignó a beber un sorbo de café. Le sentó bien, como una corriente cálida en las entrañas- . Deberías ir a un psicólogo, R.
 
-Bah, loqueros. Quién tuviera dinero para ellos.
 
Erni palideció. A veces, era fácil olvidar que no todos sus amigos podían permitirse las mismas cosas que él.
 
-Está bien, no digo nada. Pero basta de alcohol por hoy. Y voy a acompañarte a casa para asegurarme de que cenes.
 
-No hace…
 
-No era una pregunta. Vamos. Y esta noche, vas a dormir al menos ocho horas. Nos tienes a todos preocupados.
 
-¡Oh, qué honor…!
 
-Y cállate. No me obligues a ponerme sarcástico -amenazó, ayudándola a levantarse para irse a casa.
 
-… gracias -se obligó a musitar Raquel.
 
Estúpido. Estúpido y perfecto Combeferre. No podría odiarle jamás.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora