Disturbio

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A Dorian le habría gustado averiguar cómo era tener aquellas dos relaciones a la vez. Ir al teatro y pasear entre jardines y cementerios con Joan, visitar museos y salir a tomar un café durante la tarde de estudio con Erni. Recibir el cariño y la dulzura del poeta, y la preocupación constante y los pequeños detalles del médico. Conseguir que uno dejase el café y los estudios y se acostase, y que el otro saliera de casa de vez en cuando. Ser dulce y guiar a uno, dejarse llevar sin tanta delicadeza por el otro.

Pero no tuvo ocasión.

Apenas despertaron al día siguiente, los tres en la cama de Joan (y el gato maullando indignado junto a un cuenco de comida vacío), recibió un mensaje de Astrea. La manifestación continuaba, y necesitaban a todos allí. Así que no tuvieron más remedio que olvidarse de sus reconciliaciones amorosas, agarrar sus banderas, y lanzarse a las calles.

La gente, en efecto, no se había marchado de Sol desde que empezó todo, aunque algunos ya apestasen a sudor humano desde hace tres días y estuviesen hartos de alimentarse a base de pizzas de la tienda de la esquina. Cómo había devenido todo en aquello, era algo que nadie alcanzaba a comprender.

La presencia policial también se había incrementado. Había antidisturbios en todas las esquinas de la plaza, e impidiendo que la gente se expandiera demasiado. En el centro, Astrea y Mikel encabezaban la protesta. Beatriz, Félix y Raquel repartían panfletos y botellas de agua, y, a la entrada del metro, Renée y un pequeño grupito de estudiantes de medicina o enfermería atendían a aquellos que sufrían ataques de ansiedad o golpes de calor. Erni, Dorian y Joan atravesaron el disturbio hasta el centro del mismo, y se reunieron con la líder y el obrero.

-¡Joan! -saludó Astrea al verle, con una sonrisa de oreja a oreja- Me alegra ver que estás bien. Nos tenías muy preocupados. ¿Cómo te encuentras?

-He estado mejor -confesó el poeta- . Pero también peor. Se me pasará pronto.

-¡Y tú! -Astrea se volvió entonces hacia Dorian, que esbozó una sonrisilla inocente- ¿Cómo se te ocurre dejarte detener? Te podrías haber metido en un buen problema...

-Eh, tranquila. Fue fácil escaparse, esas esposas no eran nada...

-Bueno, menos mal que te han arrestado tantas veces, supongo...

-¿Arrestado?

-¡Dorian! -esta vez fue Erni quien le regañó, obviando la risilla entre dientes de Joan- ¡Me dijiste que te habían soltado!

-Puede que... mintiera un poco... ¿para no preocuparos?

-No tienes remedio...

Y, tras ese breve saludo, los tres se unieron también a la protesta. Gritos, pancartas, banderas, consignas; bajo el asfixiante sol de junio, todo resultaba más intenso de lo que era realmente. Los ánimos a flor de piel, el sudor humano y el hambre, el calor, el cansancio; todo aquello mezclado con la rabia ante la injusticia convertía a aquella marabunta en un polvorín a punto de explotar.

Mario y Ángela no habían vuelto a aparecer desde el primer día, y de Nina nadie sabía nada. A Astrea le habría gustado ser capaz de enfadarse con ellos, pero sabía de sobra que aquel no era su lugar, y no podía culparlos. Le bastaba y le sobraba con saber que sus amigos estaban allí, y que su hermana no.

¿Qué compone un disturbio?, dijo una vez cierto escritor. Nada y todo a la vez. Una electricidad que va desprendiéndose poco a poco, una llama que brota de golpe, una fuerza errabunda, una ráfaga que pasa. Una chispa inocua que recorre en silencio las calles llevando la semilla de algo, y que explota de golpe al darse de bruces con la pólvora almacenada en las esquinas.

En este caso, la chispa fue la protesta que llevaba varios días inundando Sol. La pólvora, una nueva agresión, por lo menos, esta vez, totalmente desvinculada de ellos.

Eran dos chicas, que, dadas de la mano y con una bandera bi a modo de capa, se dirigían en metro a la manifestación. Eso era todo lo que habían hecho. Darse la mano.

Él era sólo uno, del mismo tipo que los que pegaron a Joan. Les escupió a los pies, las empujó al pasar. Por suerte, esta vez allí había gente. Le detuvieron, pararon la pelea antes de que fuera a más. Esta vez, no pasó nada.

Pero prendieron la mecha. La gente se enteró, el rumor corrió como la electricidad por las calles ya crispadas. Llegó a Sol.

-¿Esto es una puta broma? ¡Llevamos días protestando aquí por nuestros derechos! ¿Y ahora salen con estas? ¿Y os preguntáis por qué protestamos? ¡Pues ahora nos habéis cabreado!

-¡Bea, no, no...!

Pero ¡ay de aquel que intentase meterse en el camino de Beatriz cuando buscaba pelea!. Empujó a Mikel, apartó a Astrea y Erni, y lanzó una piedra contra una farola.

El cristal estalló en mil pedazos. Al antidisturbios que había debajo, aunque consiguió taparse con su escudo a tiempo, no le hizo demasiada gracia.

-Uh, oh.

La policía cargó. Muchos manifestantes se asustaron y salieron corriendo.

No nuestros protagonistas, sin embargo.

Retrocedieron, es cierto. Lo llamaron "una retirada estratégica", y básicamente consistió en salir corriendo hacia las callejuelas circundantes intentando evitar la marea negra que se les echaba encima. Pero pronto alguien respondió: lanzaron piedras, gritos, se enfrentaron, corrieron. Alguien regresó con un bate (es probable que fuera Beatriz), alguien comenzó a fabricar cócteles molotov (es demasiado pronto para echarle la culpa de ello a Mikel). Hubo enfrentamientos, hubo golpes, hubo heridos. El gas lacrimógeno convirtió las calles en un laberinto humeante. La marabunta humana que se había congregado en Sol ahora corría, se escondía, atacaba por sorpresa, se desparramaba por el centro de Madrid. Lo que había comenzado como una manifestación (más o menos) pacífica pronto se convirtió en un auténtico disturbio.

O más bien, en varios auténticos disturbios dispersos por el centro.

En la calle Arenal, Astrea, Raquel y Mikel se enfrentaban a un grupo de antidisturbios que habían traído una manguera para dispersar a la multitud. La rubia ya había pasado por eso, y no iba a dejar que le dieran de nuevo. En Preciados, Bea, Renée y Félix se habían parapetado, con varios manifestantes más, dentro del Fnac, y desde la puerta seguían gritando y enarbolando banderas. Los de seguridad habían intentado echarlos, pero a Bea no le había costado nada noquearlos. Erni, Dorian y Joan habían huido por Carretas, y trataban de ayudar a todo el que no quisiera verse envuelto en las peleas a llegar al metro, y alejar a la policía de ellos.

Con el amanecer, sin embargo, las calles se vaciaron, el gas pimienta se levantó. La gente que había pasado la noche en vela luchando se refugió en sus camas. Aquella noche había dejado 73 heridos y unos cuantos detenidos.

Pero, a la noche siguiente, los disturbios, los gases y las armas volvieron a inundar la ciudad. Dejaron escaparates rotos, contenedores volcados, hasta autobuses en llamas. Las bombas de humo se convirtieron en el recurso más habitual, y pronto fue imposible distinguir lo que se movía cinco pasos más allá de uno mismo. Pero la lucha siguió, y se encendieron más fuegos, se rompieron más cristales, llovieron más golpes.

Y, en el centro de la misma, los Vientos siguieron luchando. Encabezaban las incursiones más audaces, ayudaban a los heridos y rezagados, protestaban y contraatacaban. No iban a permitir, nunca, que su lucha cayese en el olvido.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora