¿Revelación?

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-No lo entiendo -lloriqueó Astrea- . ¿Por qué me trata así? ¡Intento ser amable! ¡Intento ser amigable! ¿Por qué tiene que ser tan desagradable?

Erni suspiró. Dorian puso los ojos en blanco. Estaban intentando estudiar, pero así iba a resultar imposible.

-Astry -recordó Erni- . Tú examen de mañana. Céntrate.

-¿Por qué no podemos ser amigas? -siguió quejándose. Los apuntes que tenía delante no habían cambiado de página en media hora.

Ni siquiera hacía falta preguntar de quién estaba hablando. Era bastante obvio, y más después de haber escuchado cómo esa tarde Raquel tildaba mordazmente a Astrea de "princesita delicada de cháchara insustancial", lo cual había dolido mucho a la rubia.

-Astry, el examen...

Pero Astrea volvió a suspirar, y fue la señal que necesitaba Dorian para dejarlo por imposible. Apartó los apuntes, y se inclinó hacia su amiga.

-Creí que habías llegado a la conclusión de que no la quieres cerca.

-¿Conclusión? Ya no me acuerdo de qué es eso.

Erni suspiró, armándose de paciencia. De verdad, con lo lista que era, y lo ciega que estaba a algunas cosas.

-¿Cuál es exactamente el problema?

-Qué poco tacto tienes a veces, compi -regañó Dorian- . ¿No está claro? Aquí nuestra mademoiselle es incapaz de distinguir si la odia o si le gusta.

-¡No es que no lo distinga! Es que son las dos.

Astrea paseó la mirada por sus dos amigos, con una expresión tan lastimera que Dorian tuvo que tragarse las ganas de reír.

-¿Creéis... creéis que existe una mínima, diminuta y raquítica posibilidad de que R... no me odie... y le guste un poquito?

A Dorian se le cayó la mandíbula hasta los hombros. Erni se apresuró a levantar los apuntes cuando Astrea se dejó caer sobre la mesa, y tiró la taza de café que tenía delante.

-¿Tú qué crees? -le susurró Dorian- ¿Se lo decimos?

-No, déjala. Quiero ver si se da cuenta ella solita.

Lejos de allí, en un pequeño piso de dos habitaciones y desordenado hasta límites insospechados, tenía lugar una conversación parecida.

-¿Ya la estás pintando otra vez?

Sentada en el suelo, Raquel daba pinceladas a un nuevo lienzo en el que podía vislumbrarse el boceto de un rostro sospechosamente parecido al de Astrea iluminado por la luna. La pintora llevaba diez minutos desesperándose por encontrar el color azul exacto de sus ojos.

Mientras engullía uno de sus batidos de proteínas en el sofá a modo de cena, Beatriz se divertía con el panorama. Y Mikel también estaba allí por algún motivo, dormitando en el otro lado del sofá.

-¿No crees que esta obsesión tuya empieza a rozar lo insano?

-Cállate, Bea. No es obsesión. Es sólo... admiración.

-Ya. Cariño, admiración es sentirse inspirada por sus palabras y tratar de imitar sus acciones. Cuando le pintas tres retratos al día y necesitas que te preste atención constantemente, hace tiempo que ha pasado la línea de la obsesión. ¿Cuál es el problema, de todos modos? Creí que también te gustaban las chicas.

-Sí, pero me gustan las chicas duras, ya sabes, de camisas de cuadros y pelo corto y aires de barrio, no las chicas como Astrea...

-Como alguien se entere de que has excluido a Astrea de ser una chica dura, van a rodar cabezas...

-... porque Astrea es delicada, y bonita, y elegante, y demasiado idealista, y aunque sería feliz si me pisara la cara con sus tacones de aguja, está a años luz de alguien como yo, y... -Beatriz enarcó una ceja, y sonrió con sorna al verla palidecer- oh. OH MIERDA. Bea, creo que me gusta.

-Bueno, por fin se ha dado cuenta, y ella solita. ¿Qué dices, Mikel -pateó delicadamente (o todo lo delicada que podía ser Beatriz) a su amigo, que se desperezó al momento-, deberíamos felicitarla?

-¿Con lo que ha tardado? Ni hablar, hasta que no sea capaz de confesarse no se va a llevar ni un "bien hecho".

-Sois unos amigos horribles -protestó Raquel, y, agarrando el cuadro, se encerró en su habitación.

Vale, podía haberse dado cuenta antes, pensó mientras pasaba la mirada por los cientos de dibujos de Astrea a medio terminar que prácticamente empapelaban el cuarto, y agarraba distraídamente la botella de ron que quedaba a medias encima de su escritorio. Pero es que era tan resplandeciente que costaba encontrar la diferencia entre la reverencia y el enamoramiento. Costaba mucho.

Se sentó sobre la cama, y siguió contemplando las miles de versiones de sus ojos. Bueno, al menos ya entendía el porqué. Había sido difícil llegar a ese punto, pero ya no podía ir peor, ¿verdad?

Luego recordó que se había buscado su odio a propósito. Porque que la gritase y la insultase era mil veces mejor que su indiferencia, y molestarla se había convertido en la única forma en la que sabía llamar su atención. Pero ahora ese odio ya no sería suficiente.

No tenía ni una oportunidad de que la quisiera, pensó con acidez. Y ella sola se lo había buscado.

Bueno, por lo menos, el odio seguiría siendo menor que la indiferencia. Miró la botella con amargura; era la única forma de soportar aquella revelación. Gruñó, y bebió hasta quedarse dormida.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora