Calabozo

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Habían llevado a Joan al hospital. El resto, habían acabado en el calabozo.

No era la forma de pasar la noche que habían esperado, desde luego. Renée intentaba curarle las heridas a Félix; no les habían dejado avisar a su novia de lo que había pasado, y estaban preocupados por ella. Bea y Mikel dormían la mona en el suelo, atolondrados bien por el alcohol, bien por la pelea. En otra esquina, Mario suspiraba por su enamorada, pero nadie le hacía caso. Astrea había estado dando vueltas en círculos como un animal enjaulado (y nunca mejor dicho) hasta que Raquel la había abrazado, y entonces se habían desplomado juntas contra la pared. Dorian se sentaba taciturno alejado de todos, y nadie había tenido fuerzas para acercarse a él.

Al menos hasta que Erni, después de asegurarse que todos estaban lo mejor que podían estar en esa situación, decidió sentarse a su lado.

-¿Cómo estás? -preguntó con voz suave, apoyándole una mano leve en la espalda. En cualquier otro momento, aquel contacto habría hecho saltar a Dorian, pero entonces no podía más que preocuparse por Joan, por la sangre en el rostro de Joan, por cómo había caído sin siquiera un grito...

-Hecho una mierda -respondió con voz ronca- , ¿cómo iba a estar si no?

-Tú no tienes la culpa -susurró, y por algún motivo, eso calmó parte de los turbulentos pensamientos de Dorian- . No podrías haber hecho más.

-Podría haberle defendido más -sollozó Dorian, hundiendo la cabeza entre sus piernas- . O podría haber sido yo. Maldita sea, yo soy el del maquillaje y la camisa de flores, el de los tacones y las tres horas frente al espejo. ¿Por qué no he sido yo?

-No es culpa tuya -insistió Erni, al que también le estaba costando tragarse las lágrimas- . Ni de Joan. Nadie tiene la culpa más que esos... Esos...

Se quedaron en silencio. No estaban tan cerca desde que Erni se había negado a compartirle con Joan. Pero... después de lo que había pasado... del miedo punzante que había sentido cuando Mikel llegó gritando que Dorian tenía problemas... ¿Qué importaba? Dorian le quería. ¿Qué importaba que quisiera también a otra persona?

-Sabes... -se atrevió Erni a romper el silencio- He estado pensando en lo que me dijiste esa vez... y yo, creo...

-Por dios, Erni -logró sonreír Dorian- . ¿Por qué siempre eres tan oportuno con estas cosas? ¿Crees que conseguiremos mantener esta conversación alguna vez en condiciones normales?

-Empiezo a creer que no existe tal cosa. Y después de hoy, me he dado cuenta... de que no quiero perderte. He pasado mucho miedo por ti, no soportaría... Creo... creo que estoy dispuesto a aceptar la oferta que me hiciste entonces.

Dorian no dijo nada. Pero sonrió, y tomó la mano de su amigo. Por primera vez en la noche, se aplacó parte del miedo en su corazón.

Al otro lado de la celda, Raquel y Astrea seguían abrazadas. Ninguna de las dos había sido capaz de decir nada. Pero se apoyaban en silencio la una en la otra.

-¿Astrea Enjolras? -llamó un policía a través de los barrotes- Tienes visita.

Astrea había usado su llamada para avisar a su hermana de dónde estaba. No esperaba que viniera, pero, de todas formas, el pensamiento de verla la hizo sonreír.

Y la sonrisa se le congeló en los labios al ver que no era su hermana la que avanzaba por el pasillo, sino un hombre alto, de rostro serio y expresión severa, que fruncía el ceño con desagrado.

Su padre. No. Su padrastro.

-¿Qué haces aquí? -espetó entre susurros, acercándose lo máximo posible a los barrotes para intentar que sus amigos no escucharan la conversación. Aunque, siendo justos, cada uno estaba demasiado centrado en lo suyo como para hacerles caso.

-Tu hermana me ha pedido que venga. ¿Se puede saber qué has hecho ahora? Me habías prometido a los quince que no más problemas con la policía.

-A ti nunca te he prometido nada -casi ladró- . Y ahora, si no te importa, lárgate. Ya tengo suficientes problemas.

-He venido a sacarte de aquí. Voy a pagar tu fianza, y nos vamos. Y quiero que vuelvas a casa.

-Mira, eso sí te lo prometí. No voy a volver a vivir bajo tu techo -echó una mirada por la celda, por los rostros cansados y preocupados de sus amigos- . Y no me voy sin ellos. No creo que vayas a pagar nueve fianzas, ¿verdad?

-Maldita sea, Astry, ¿por qué tienes que hacerlo todo tan difícil siempre?

-Tú lo hiciste difícil primero -y, sin decir nada más, se alejó de los barrotes, y volvió a sentarse al lado de Raquel, que la abrazó sin hacer preguntas.

Su padrastro se marchó también. Y, en menos de dos horas, estuvieron todos en la calle. Había pagado sus fianzas.

Fue un día apático, cansado. La mayor parte de ellos lo pasaron en su casa, durmiendo e intentando ahogar la rabia en el sueño. Dorian y Erni, sin embargo, no se movieron de la habitación de hospital de Joan en todo el día. Astrea y Raquel habían querido quedarse, también, pero las mandaron a casa porque no permitían más de dos visitas, y preferían que fuesen sus amigos quienes estuviesen a su lado.

La calma tensa de aquel día, sin embargo, no estaba destinada a durar. Ni siquiera un día más.

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(Vais a tener que perdonarme las licencias poéticas de este capítulo, porque tengo más bien muy poca idea de procedimientos policiales y judiciales, pero bueno, esta vez no importa mucho)

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora