Interrupción

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Raquel ya estaba borracha cuando Astrea llegó. Otra vez.

La rubia retuvo un suspiro. Aquel había sido un buen día. Le había cerrado la boca al profesor de Sociología con sus comentarios machistas. No había tenido que recurrir a más de tres cafés. Había tenido tiempo para leer a mediodía, se había encontrado dos euros por la calle, y le habían puesto un diez en el trabajo de Historia del Pensamiento Político. Todo iba muy bien.

Pero su habitual sala del café estaba vacía, y allí sólo estaba Raquel, durmiendo la mona en un rincón. Por todos los dioses existentes, que no eran ni siquiera las seis de la tarde, y era jueves.

Intentando no despertarla, se sentó en la mesa más alejada de ella que pudo encontrar, y comenzó a revisar sus notas para la reunión de esa tarde. Aún era pronto, pero se había encontrado con el presidente del colectivo de estudiantes latinoamericanos, y le había comentado que querían empezar a preparar ya la protesta contra el 12 de octubre. Y como ella no quería quedarse atrás, tendrían que empezar a organizarse, repartirse las tareas, hablar con colectivos, imprimir panfletos, asistir a reuniones...

-Ñgh -el gemido de Raquel al desperezarse interrumpió su tren de pensamiento- . ¿Qué hora es...?

-Pronto -respondió, aunque sabía que iba a arrepentirse de ello- . Vuelve a dormirte.

Pero Raquel se despejó de golpe.

-¡Artemis! Así que al fin te has dignado a descender al plano mortal e iluminarnos con tu presencia. ¿Cómo tan pronto por aquí, oh serena diosa? ¿Has decidido al fin apiadarte de tus súbditos?

-R -gruñó- . Cállate. Estoy ocupada.

Pero Raquel se levantó, arrastró premeditadamente su silla por toda la sala, y se sentó al lado de Astrea. Llevaba en la mano una botella medio vacía, y en el aliento el contenido que le faltaba a esta. Sus ojos verdes miraban vidriosos por el alcohol, y el cabello castaño, sucio, desgreñado y pegajoso en torno a su rostro, daba la sensación de no haber sido lavado en dos semanas y olía como tal. La sudadera verde tenía más manchas de pintura que tela limpia, y apestaba a tabaco y a trementina. Astrea ahogó un suspiro. Era un desastre. Era un maldito desastre.

-Vamos, no seas cruel... -hincó los codos en la mesa, y tras varios intentos, apoyó la cabeza en las manos y la taladró con la mirada- Es un honor tenerte para mí sola al fin, oh, Artemis, déjame disfrutarlo...

Astrea lo intentaba. De verdad que lo intentaba. Pero Raquel la sacaba de quicio. Ella, que soportaba los amoríos de Dorian y las lecciones de Erni, que lidiaba con las paranoias de Renée y las crisis metafísicas de Joan, que aplacaba las provocaciones de Beatriz, las locas ocurrencias de Félix y la indignación de Mikel, no era capaz de soportar a aquella borrachuza. Era demasiado para sus nervios.

-R -dijo, con toda la paciencia que fue capaz de encontrar- . Estás borracha, y yo tengo que trabajar. Quédate ahí si quieres, pero no molestes.

-Como ordene su divinidad -se burló Raquel, pero obedeció. Calló, y se quedó allí mirándola en silencio mientras Astrea repasaba tareas, organizaba horarios, y escribía manifiestos que acababan arrugados y llenos de tachones, condenados al ostracismo político en la papelera.

Poco a poco, fueron llegando los demás, y la reunión empezó, como siempre, con un discurso de Astrea sobre el tema en cuestión. Le habría gustado decir que recordaba algo de lo que había predicado, pero no sería cierto, porque Raquel no dejaba de soltar carcajadas y hacerle comentarios sarcásticos a Beatriz, y la estaba sacando de quicio. Incluso cuando pasaron a la fase de reparto de tareas, le resultó imposible concentrarse en lo que tenía que hacer.

-... entonces, yo me reuniré con el colectivo de estudiantes, y Erni hablará con el Ayuntamiento. Johan y Félix harán las pancartas, y...

Y una nueva carcajada sarcástica de Raquel seguida de un "¡haríamos mejor en dedicar la noche a beber!" acabó por romper las finas hebras que le quedaban al tapiz de su paciencia.

-¡Maldita sea, R! -dio un golpe en la mesa con ambas manos, y chilló. El resto callaron al instante. Era la primera vez en su vida que veían a Astrea chillar- ¡No interrumpas cuando estoy hablando!

-No hables cuando estoy interrumpiendo -se burló Raquel, y pegó un trago a su botella.

Se hizo un silencio absoluto. El rostro de Astrea pasó, en apenas cinco segundos, por el blanco, el verde, el azul y el rojo, y de pronto, estalló.

-¡Se acabó! ¡No puedo más! ¡No contéis conmigo hasta nuevo aviso!

Y sin apenas recoger sus cosas, salió como un vendaval, y se marchó dando un portazo, que retumbó largo tiempo en el silencio de la sala.

-¿Qué cojones...? -se atrevió a mascullar Mikel. Pero, en el silencio absoluto que había dejado Astrea, todo el mundo lo oyó. O quizá simplemente era que todo el mundo se preguntaba lo mismo.

-No la había visto tan alterada ni siquiera cuando rompimos -le susurró Dorian a Erni, con bastante más discreción.

-¿Y eso no te da miedo? -respondió su amigo.

-¿Que si me da miedo? Me ha dejado acojonao.

Y en aquella tensa ausencia de sonidos, sólo a Joan no se le pasó por alto la mirada triste de Raquel, aunque se esforzara en aparentar que no estaba ni siquiera un poquito arrepentida.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora