Enemistad

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Aquel verano fue el más extraño que Raquel recordaría nunca.

De repente, tenía algo que hacer aparte de yacer en el suelo de su piso y ahogarse en alcohol. Joan conseguía sacarla de casa más a menudo. De vez en cuando, entrenaba con Beatriz, o cogía la moto para ir a recoger a Mikel al trabajo. Cuando tenían tiempo, hacían algo todos juntos. A veces, y eso era lo sorprendente, ese algo no implicaba beber.

Y luego estaban las tardes en el Van Gogh, por supuesto. Tardes largas, lentas, alrededor de las mesas de madera brillante y rodeados de cuadros holandeses, atendiendo a los debates que le gustaba generar a Astrea. No solía participar en ellos, pero le gustaba escucharlos. Escucharla, más bien.

Solía hablar de justicia social, de anarquismo, de igualdad de derechos, de libertad y fraternidad. A veces, en el fervor de la discusión, se subía a la mesa y convertía aquel diálogo en un discurso, y entonces todos dejaban de escucharla y se dedicaban a entretenimientos más amenos, como buscar sus reflejos en el fondo de las jarras de cerveza. Bueno, todos menos Raquel, que era capaz de hacer ambas cosas a la vez.

No recordaría más tarde sus discursos, pero sería capaz de traer a su memoria el tono exacto de su voz, la inflexión de sus palabras, el brillo de sus ojos, el resplandor de las luces sobre su cabello. Había intentado retratarla tantas veces que ya había perdido la cuenta. Por supuesto, aquello era tan bonito que no podía durar. Porque era Raquel y no podía tener nada bueno, así que tenía que joderlo.

Ni siquiera sabía qué estaba diciendo Astrea aquella noche. Ni siquiera recordaba qué había pensado. Pero podía visualizar perfectamente su postura (con una rodilla sobre la mesa, la barbilla levantada, y un amago de sonrisa en los labios), su falda negra y su camisa blanca, el pañuelo rojo que llevaba en el pelo, la melodía de su voz cuando ella la cortó con una carcajada.

-Perdona, ¿te hago gracia? -el ceño fruncido de Astrea tenía que haberle dado alguna pista, pero a veces Raquel no sabía no ser una gilipollas.

-Bastante, la verdad. ¿Te crees siquiera algo de lo que estás diciendo, o eres sólo más demagogia barata?

-¿Demagogia barata? -el leve temblor de su voz indicaba a todas luces "¡peligro!", pero, ¿qué es la vida sin un poco de riesgo?, pensaba Raquel.

-Ya sabes, discursitos intensos, muchas palabras, pero nada de acción real. ¿Haces realmente algo de lo que pontificas? Lo de intentar hundir a Amazon, o apoyar la agricultura sostenible o cualquiera de esas chorradas ecologistas que dices.

-La verdad, sí -el rostro de Astrea estaba tan pálido que parecía realmente una estatua de mármol. El resto de sus amigos asistían en silencio al intercambio, girando la cabeza de una a otra como si de un partido de tenis se tratase- . Y tú, dime, ¿haces algo aparte de beber y ser sarcástica?

-¿Debería?

-¿Es que no tienes ninguna preocupación en esta vida?

-Comprar más alcohol.

Todos pudieron oír el momento exacto en el que se rompía la paciencia de Astrea como un plato de porcelana. Ella tomó aire, contó hasta diez, e intentó componer una sonrisa fría.

-Dime, R, ¿qué demonios haces aquí? Podrías conseguir alcohol en cualquier sitio.

-Ya te lo dije, me gusta verte en acción. Siempre es divertido reírse de sinsentidos idealistas.

-¿Pues sabes qué? Lárgate a casa. Ponte un debate de la Sexta, o púdrete el cerebro aún más con Telecinco, y ahógate en cerveza. Haz lo que te dé la gana, pero no te quiero volver a ver por aquí. No si es para reírte de mí y de todo lo que soy.

No levantó la voz en ningún momento, y aquello resultó más intimidante que si hubiera gritado.

-Venga, Artemis, no te pongas así...

Astrea lo había intentado. Había intentado ser su amiga. Al fin y al cabo, se había jugado el cuello por ella, ¿no? Qué menos que intentarlo. Pero Raquel se lo ponía más difícil cada día, y Astrea nunca había tenido mucha paciencia.

-Vete. Puedes salir con nosotros si quieres, pero no quiero volver a verte en una de mis reuniones. No te necesitamos aquí.

-Venga ya, mujer. ¿Escogerías tu maldita causa por encima de una amiga?

-Tú no eres mi amiga. Te has esforzado mucho en no serlo. Y ahora, vete.

Raquel la miró con ojillos de cachorrillo, pero la expresión pétrea de Astrea no cambió ni un ápice. Esbozó entonces una mueca de desdén, apuró su botella, y se marchó tambaleándose entre las mesas.

Pero volvió a la reunión siguiente, y la discusión se repitió, aunque con distintas palabras. Pronto, aquel tipo de conversaciones entre ellas se convirtieron en rutina, y los demás se acostumbraron a ignorarlas.

Por lo menos, añadía un poco de entretenimiento a las reuniones.

Café Van Gogh (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora