<CUARENTA Y NUEVE>

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La luz entraba por la ventana frente a tu escritorio y te daba directamente en los ojos, pero eso no era lo que te había despertado, habían sido unas manos zarandeando tu hombro. De hecho, seguían zarandeándote sin parar.

—Enano... Déjame un poquito más, porfa... —murmuraste, enterrando la cabeza en la almohada.

—¡Que enano ni leches, Hana! —exclamó Jin a todo volumen—. Despierta de una vez, bonita, tu novio la está liando en la cocina y sabes que soy muy permisivo, pero con mi cocina no se juega...

—Pues díselo tú, ¿a mí qué me cuentas? —cuestionaste, moviéndote lentamente para encontrar otra postura cómoda.

—Es tu novio, no el mío, así que se lo dices tú. Venga...

El chico comenzó a darte toques (cada vez más molestos) por toda la espalda, y te giraste abriendo los ojos de par en par para mirarle con odio.

—Jin, estoy reventada, déjame dormir —advertiste.

—Ah, ¿estás reventada? ¿Y eso a qué se debe, Hana? ¿Eh? ¿A qué se debe? —repitió, poniendo las manos en sus caderas. Era más que evidente lo que te estaba reprochando, pero querías que él mismo lo dijese porque sabías de sobra lo muchísimo que le martirizaba hablar de ese tipo de cosas contigo.

—¿A qué se debe, mi querido Jin?

—Lo sabes perfectamente... —contestó, arrugando el ceño.

—¿Lo sé? Refréscame la memoria, va.

—Toda la puñetera noche, Hana. Estoy hasta la coronilla de vosotros dos. No es que no durmáis, eso me importa bien poco, lo malo es que no me dejáis pegar ojo a mí...

—Pues Bi no se queja...

—Eso es porque Hoseok tiene el oído de una persona de noventa años, pero yo no puedo más con mi vida.

Mientras Jin empezaba con sus quejas de siempre, te estiraste un poco (notando los músculos agarrotados) y te quitaste la sábana de encima dándote por vencida. Sabías que Jin no te iba a dejar volver a dormir, y no quería empeorar las cosas dejando que Jungkook dejase la cocina echa un desastre por preparar uno de sus desayunos pospolvo. Aunque tampoco entendías bien las quejas de Jin, porque el chico y tú dejabais la cocina como los chorros del oro siempre.

—Vale, pesado; ya voy, puedes dejar de quejarte de una puñetera vez.

—Me dejaré de quejar cuando mantengáis un volumen normal. Es que esos alaridos no son humanos, Hana. No sé qué coño te hace, pero estoy por pedirle consejo...

—Harías bien —murmuraste sonriente, colocándote las zapatillas de andar por casa—. No sabes lo que es... Una maravilla.

—Qué asco...

—Me hace unas cosas, Jin... No te lo puedes ni imaginar —dijiste, exagerando una mueca de placer que hizo que tu amigo diese un paso atrás—. Ni siquiera sé cómo puedo andar hoy después de la caña que me dio ayer. Escuchaste el cabecero, ¿no? Te juro que creía que se cargaba la cama...

—¡Hana, coño, para ya!

—Y lo mejor es que no se cansa; parece un robot —seguiste, dando pasos cortos hacia la puerta—. Me la mete de una forma tan rápida y fuerte que parece que me voy a desmontar. Y si tienes en cuenta el tamaño que porta...

—¡Vale, ya, me piro! —exclamó el chico, saliendo del cuarto.

—Graciaaaas —dijiste inocente, viendo como caminaba malhumorado por el pasillo hacia su habitación.

Fuiste hacia la cocina, sonriendo por haber escandalizado a Jin, pero tu buen humor y las ganas que tenías de ver a tu novio quedaron en el olvido al encontrártelo sentado a la mesa de la cocina, con expresión seria y las manos entrelazadas.

CrybabyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora