veinte: camino

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El pelinegro coloca las notas sobre la barra, y la mujer que aparece las toma, devolviéndole dos platos llenos de comida, que el joven toma para colocarlos sobre el carrito en el que lleva el resto de pedidos.

Era una noche extrañamente movida, el restaurante estaba prácticamente lleno, y Samuel estaba luchando para poder estar a la altura del lugar, había estado corriendo casi todo el día, pero aun mantenía su uniforme increíblemente pulcro y el cabello negro peinado hacia atrás.

- Aquí están sus especiales. - susurra, con una sonrisa amena en el rostro, dejando los platos de comida frente a la pareja que lo mira, asintiendo con la cabeza. - Espero que lo disfrutéis, y si hay algún inconveniente no dudéis en llamarme.

- Muchas gracias. - susurra el hombre, entonces el pelinegro se retira hacia otra mesa, en donde una mujer le hace una seña con la mano.

- ¿En qué puedo ayudarle? - inquiere al llegar, y la mujer -cuyas facciones son apenas visibles por el maquillaje- frunce el ceño en su dirección.

- Llevo una hora esperando que rellenen mi copa de vino, ¿acaso no ves que está vacía? - cuestiona con tono brusco, el ojimorado tensa la mandíbula, casi sintiendo los dientes chirriar.

Si Samuel tenía un defecto era el de ser impaciente, detestaba con cada fibra de su cuerpo que las personas fueran así de irrespetuosas, si por él fuera ya le habría estampado la cabeza contra el plato de gazpacho que la mujer estaba comiendo.

Pero no dependía de él, así que se tragó su orgullo, y tomó una profunda respiración antes de hablar. - Lo siento muchísimo, - susurró, esperando que no se notara el desprecio en su voz. - prometo que no se volverá a repetir.

- Eso espero. - dijo la mujer, y el pelinegro tuvo que retirarse.

Durante el mes y medio que llevaba trabajando allí había descubierto todo tipo de personas, aquellas que preguntaban por su nombre y lo trataban como si fuese un amigo, y aquellas otras que solamente le chasqueaban los dedos como si fuese un perro; él no podía hacer nada, a menos que quisiera que lo despidieran, y -como su jefe le había dicho- "los clientes siempre tienen la razón".

"Mis pelotas morenas..." había querido responderle, los clientes eran unos pijos de mucho cuidado que creían que por tener algo de pasta eran la octava maravilla del mundo. Claramente no era así.

Las personas que habían acabado de comer se iban poniendo de pie de a poco, dejando el dinero suficiente en la mesa para pagar la cuenta que Samuel y otra mujer dejaban allí; algunas veces dejaban tanto que al pelinegro le daba vergüenza aceptar tanto dinero cuando en el supermercado en el que había trabajado apenas recibía un par de monedas, pero luego pensaba en como aquel dinero sería derrochado y se sentía un poco mejor, al menos él iba a utilizarlo de buena manera.

Tras unas horas el restaurante se había vaciado considerablemente, aun habían algunas mesas siendo ocupadas, pero el pelinegro ya se había encargado de barrer el suelo y recoger todas las mesas vacías; estaba apoyado en la barra cuando otro grupo pequeño de personas entró.

Caminó en dirección a la mesa, cargando tres menús en sus manos, y poniendo una sonrisa amena en su rostro, solamente esperaba que fueran de las personas que lo trataban como un ser humano y  no como un robot.

- Buenas noches, soy Samuel y esta noche seré su mesero, tenemos como especial un exquisito~ ¿Rubén?

- De Luque, que sorpresa verte aquí. - saluda el peliblanco, tomando el menú que el mayor aun extiende en su dirección.

- ¿Se conocen? - inquiere la mujer sentada del otro lado de la mesa, junto a un hombre embutido en un traje negro.

- Oh, sí. - responde Rubius, sonriendo. - Es mi tutor, nana. Triple siete, mi nana, y él es mi chófer: Everon.

Highschool cliché • Rubegetta • (HSC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora