especial: Samuel

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El pelinegro recordaba cual había sido su primer trabajo, a los ocho años había aprendido a lustrar zapatos con una vieja caja de madera en la que guardaba sus implementos, la mayoría de las personas se compadecían de él y le daban más de lo que pedía, pero aquel pequeño niño de ojos violetas y profundo cabello negro negaba, y les devolvía el dinero.

Luego, cuando cumplió diez, empezó a hacer la tarea de sus compañeros, estudiaba en una escuela grande, pero pobre, así que se conformaba con lo que pudiera conseguir, a veces no comía durante días, a sus padres tampoco les iba bien en sus trabajos, así que estaba bien. Era delgado, y sus zapatos tenían agujeros, sus pantalones remandados y sus camisetas tenían parches, pero estaba bien.

Cuando cumplió trece empezó a soñar más grande, y consiguió trabajo fregando pisos en un restaurante cerca de su casa, no ganaba mucho, pero podía comer -aunque fuese- una manzana al día, y aquella sensación de ganarse las cosas por su propio mérito no lo abandonaron.

Para los catorce años descubrió un instituto que parecía ser sacado de un cuento de hadas, era gigantesco, y habían un centenar de personas con uniformes que parecían nuevos, Samuel miró todo con ojos centellantes, y entonces, mientras miraba todo aquello desde la entrada, un chico se chocó contra él, y se disculpó en voz baja, el pelinegro no pudo evitar pensar en lo delgado que lucía.

* * *

La primera vez que su padre lo golpeó -estando semi sobrio- fue aquella noche, cuando dijo que quería ingresar a aquel instituto, y que lo haría a como diera lugar.

Lo acusó de ser un egoísta, que no estaba pensando en él o en su madre, y Samuel lo creyó, cada palabra, quizás si estaba siendo egoísta, quizás no debía querer tanto eso.

Pero lo quería, lo quería tanto, porque con eso dejaría de fregar pisos y limpiar zapatos; y más aun, había algo en aquel lugar que lo llamaba, como si fuese un imán, así que habló con su madre, quien le dedicó una sonrisita antes de hablar.

"Cielo," había dicho en voz baja. "vas a ir a ese lugar y les vas a demostrar a todos que eres el mejor, porque lo eres."

"¿Y sino lo soy?" preguntó con tono dubitativo. "¿Entonces qué, ma?"

"Entonces yo te recordaré todos los días que lo eres, y encontrarás a alguien que te lo recuerde también." aseguró y así comenzó todo.

* * *

- ¿Eres el nuevo? - pregunta un chico de brillantes ojos castaños. - Hola, yo soy Luzu, supongo que seremos compañeros de asiento, ¿no te molesta?

- No, yo... soy Samuel. - responde, mirando al chico de soslayo, acomodándose en su silla.

- Wow, ¿ya resolviste los ejercicios? - inquiere el chico a su lado, estirándose para mirar por sobre su cuaderno. - Eres increíble, yo ni siquiera sé resolver el primero.

- Está bien, yo te ayudo. - murmura, y Luzu lo mira, con una sonrisa.

- Jo, que chico tan majo. - susurra, poniéndole la mano sobre el hombro. - Eres el mejor.

Samuel contiene una risita, antes de empezar a explicar.

A fin de cuentas, Samuel había encontrado a quien abrirse, su mejor amigo, y había obtenido las recompensas de todo aquello que había hecho a lo largo de su vida.

Samuel De Luque, quien trabajó toda su vida, había encontrado su futuro en aquel instituto. Encontró a su mejor amigo, al amor de su vida, sus aficiones, y... una nueva vida.

Oh, pero, ¿qué tan feliz lo haría esa nueva vida?

Highschool cliché • Rubegetta • (HSC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora