Paso a paso

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El gran salón luego de servir la cena danzaba con la luz de las chimeneas. Los amigos de Liu Ao estaba reunidos allí, junto a Liu Renchen y Liu Yiju, jugando a los dados o al go, limpiando sus armas o descansando, simplemente. Fa Xiao se había sentado a solas en el extremo opuesto, pero Zhang Tuo fue a hacerle compañía.

– Toca esa canción, Zhang Tuo, por favor – rogó Fa Xiao – Sabes que no sirvo para la música. Te lo dije esta mañana y prometí jugar una partida contigo. Necesito algo para levantar mi humor

– ¿Quieres que toque una canción tan larga como tus partidas? – El pulsó dos acordes en el guquin. – Ya está –

bromeó.

– No es culpa mía que te dejes derrotar tan pronto. Usas las fichas sólo para atacar y no te proteges del ataque ajeno.

Zhang Tuo lo miró fijamente, boquiabierto. Después se echó a reír.

– ¿Eso es una muestra de sabiduría o un insulto desembozado?

– Zhang Tuo – comenzó Fa Xiao –, sabes exactamente lo que quiero decir. Me gustaría que tocaras para mí.

El cuñado le sonrió. La luz del fuego arrancaba destellos a su pelo; el traje destacaba su cuerpo

tentador. Pero no era su belleza lo que amenazaba enloquecerlo. La belleza existía hasta entre los siervos. No; era el mismo Fa Xiao

Zhang Tuo nunca había conocido a una persona que tuviera tanta honestidad, tanta lógica, tanta inteligencia... Si hubiera nacido mujer... Él sonrió; si Fa Xiao no hubiera nacido hombre, él correría tanto peligro de enamorarse

Desesperadamente como ahora. Era preciso alejarse de aquel joven cuanto antes.

Zhang Tuo echó un vistazo sobre la cabeza de Fa Xiao y vio que Liu Ao se apoyaba contra el marco de la puerta para observar el perfil de su esposo, mientras fingía escuchar lo que Bao Yi tenía para contar.

– Emperador, Ven – llamó –, ven a tocar para tu esposo. La pierna me duele demasiado en días húmedos y no disfruto de estas cosas como antes-Le chisporrotearon los ojos al mirar a su cuñado, pero el permanecía quieto, con la vista fija en las manos cruzadas en su regazo.

Liu Ao se adelantó.

– Me alegra saber de algo que mi esposo no haga a la perfección – río –. ¿Sabes que es el creador detrás de los espejos y jabones? Dicen que el día de apertura de su tienda corrió sangre para conseguir sus productos.

Pero se interrumpió, porque Fa Xiao se había puesto de pie, diciendo con voz serena:

– Discúlpenme, pero estoy más cansado de lo que pensaba y deseo retirarme.

Sin una palabra más, salió del salón.

Liu Ao, perdida la sonrisa, cayó en una silla acolchada. Su hermano jurado lo miraba con simpatía.

– Mañana tengo que regresar a mi propia casa.

Liu Ao no dio señales de haber oído. Zhang Tuo hizo una señal a uno de los sirvientes para que lo siguieran a su patio.

Fa Xiao contempló la alcoba con ojos nuevos. Ya no era sólo de él. Ahora que su esposo había vuelto a casa, tenía el

derecho de compartirla. Compartir la habitación, compartir la cama, compartir el cuerpo. La noche anterior no se había preocupado por eso, pero durante el día Liu Ao le dejo en claro en varias ocasiones que deseaba compartir la alcoba como una pareja. Se desvistió de prisa para meterse entre las sábanas. Algo antes, había despedido a sus doncellas, pues quería estar a solas. Si bien las actividades del día lo habían cansado, clavó en el techo los ojos muy abiertos. Al cabo de un rato oyó pasos ante la puerta.

Domando un corazón de piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora