Encontremos al emperador

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– Belleza – dijo Wu Chen, tomando la mano de Fa Xiao para besársela. El mantuvo los ojos bajos, como por timidez – Ven a sentarte conmigo a la mesa. Hemos preparado una cena.

Lo condujo hasta una larga mesa. El mantel era viejo y estaba cubierto de manchas: la vajilla era de peltre, llena de abolladuras. Una vez sentados, él se volvió a mirar a Fa Xiao

– ¿Es cómoda la habitación?

– Sí – respondió con serenidad.

El hombre sonrió, hinchando un poco el torso.

– Vamos, belleza, no necesitáis temerme.

"¡Temerte!", pensó Fa Xiao furioso, sin dejar de mirarlo a los ojos. Pero se repuso.

– No es miedo lo que siento, sino extrañeza. No estoy habituado a la compañía de los hombres. Y los que conozco... no han sido bondadosos conmigo.

Él le tomó una mano.

– Yo corregiría eso, si pudiera. Sé mucho de vos, aunque apenas nos conozcamos, me tome el trabajo de averiguar tus gustos, tu crianza, todo.

Fa Xiao bajo la vista, para que no se pudiera notar el asco que le daba semejante acosador.

– Dulce – dijo, besándole apasionadamente la mano –, ¿cómo puede el mundo funcionar tan mal que una

encantadora inocente hada como vos tema tanto a los hombres?

Fa Xiao se enjugó ostentosamente una lágrima.

– Perdonadme. Siempre estuve encerrado y Conozco a tan pocos y... – bajó la mirada.

– ¡Venga una sonrisa! Pedidme cualquier cosa, cualquier tarea, y quedará satisfecha.

Fa Xiao levantó inmediatamente la vista.

– Me gustaría que mi padre estuviera alojado en una habitación mejor – dijo con firmeza –. Tal vez en las mías.

– ¡Mi señor! – interrumpió Gao Yan, sentado al otro lado del muchacho. Había escuchado con atención cada una de

aquellas palabras –. En el tercer patio hay demasiada libertad.

Wu Chen frunció el entrecejo. Nada deseaba tanto como complacer a aquella dulce y tímida cosita. Y recibir una

reprimenda delante de ella no era muy beneficioso. Gao Yan comprendió de inmediato su error.

– Sólo quiero decir, señor, que el tendría que contar con un guardia de confianza por su propio bien – miró a Fa Xiao – mi señor: si pudieses tener a un solo guardia, ¿a quién elegirías?

– Pues a Bao Yi – respondió de inmediato. En cuanto hubo pronunciado esas palabras, sintió deseos de morderse la lengua. Gao Yan le echó una mirada satisfecha

antes de volverse hacia Wu Chen.

– Ya ves. El mismo lo ha dicho: acaba de elegir al custodio de Fa Ding.

"Y así quedo sin ayuda por si quisiera escapar", comprendió Fa Xiao. Gao Yan lo miraba como si pudiera leerle los pensamientos.

– ¡Excelente idea! – dijo Wu Chen –. ¿te complace?

El muchacho no halló una excusa que le permitiera conservar a Bao Yi; de cualquier modo, tal vez esa ausencia le otorgará más libertad de acción.

– Me complacería en sumo grado, señor mío – respondió con dulzura –. Sé que Bao Yi cuidará bien de mi padre.

– Y ahora podemos atender asuntos más agradables. ¿Qué te parece una cacería para mañana?

Domando un corazón de piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora